20150705

LA BACINILLA


La bacinilla bajo la cama se hacía notar, callada, más de la cuenta. Todo el cuarto se llenó de sus sordos gritos y el sueño se abotargaba con los vapores del amoniaco. Susana se levantó y la vació. La tiró por la ventana hasta oír que se rompía. La madrugada del lunes 20 de enero, oscuro y frío enero, cargada estaba de silencios apenas rotos con el silbido del tren correo, marcando la hora sin puntualidad. La calle Ciruela brilló con el relente de la noche en los oscuros adoquines de basalto. Subían los viajeros por la calle hablando fuerte, olvidaban la madrugada. Ajenos a la conversación que se oía quedo en el rincón de la callejuela de su izquierda: – Me dijiste Dámaso que vendrías a por mí. Cuando te he visto aparecer por la puerta, me puse muy contenta, estaba convencida de que venías a eso, y ahora me dices que espere, que espere otros seis meses más en esa casa que es para mí una maldición. No espero más Dámaso, ya me has dado muchas largas. Lo hiciste….no, no no, no digas nada déjame que termine de lo que te quiero decir, luego me cuentas lo que quieras, pero…déjame Dámaso, déjame que termine. Vine por ti aquí, cuando me diste la primera palabra, ¿te acuerdas? Fue en la calle de Huertas, cuando salimos de la casa de Echegaray. Entonces te creí de verdad, me pareciste un hombre cabal y de los que cumplen su palabra. Y además con esos ojos brujos que tienes no podía más que creerte, pero ya ves, vine…y me volviste a prometer, ¿Cuándo fue? ¿Hace dos años? Y ni por esas, largas, largas y largas. Ya no aguanto más. Me voy. No se a donde pero me voy. Todo lo mas lejos que me dé lo que tengo en el bolso. Así que…adiós. –Bueno ¿puedo hablar ya? Se que te sientes engañada pero sabes, por que te lo he ido diciendo, de los problemas que he tenido y sigo teniendo. Yo no me puedo mover así como así. La policía me tiene fichao. Tenía fichao a mi padre y ahora me tiene a mí. Lo suyo fue cosa del estraperlo como ya te dije, pero lo mío es simplemente porque soy el hijo de mi padre. Pero no me voy a escudar en eso. Si no te he retirao ya es porque no me van bien las cosas y yo quiero que vivamos bien. Mira Susana sabes que me gustas mucho y te he cogido mucho cariño. Pero un hombre debe hacerse cargo de su chica y si no puede pues se jode y hasta que no lo puede hacer hay que esperar. Tengo a la vista unas mercancías que vienen de Portugal y yo las voy a traer de Badajoz, me van a dar mucho dinero.- ¡Otra vez estraperlo Dámaso!, díme, ¿otra vez? – Bueno Susi no es así del todo, es solo mercancía, que se compra allí mas barata y se trae aquí y se gana muy buen dinero y ya está. Lo que pasa es que no se hace de otra manera porque con los impuestos y los permisos se va el capital. – Bueno Dámaso, no quiero que me digas más, se acabó, y me voy. No quiero verte más, me haces sufrir mucho y la vida que llevo me tiene hecha una ruina, quiero hacer mi vida normal, trabajar donde sea, en una carnicería o en el campo criando cerdos como hacía con mis padres, que bien se me daba criarlos, vacunarlos, caparlos y matarlos y salir adelante. Además, a ti ya te consolará la Paqui que bien te tiene cogido, cuando ella quiere. Adiós Dámaso, déjame… me voy al tren: voy a llegar tarde. – No te vayas, que no, no quiero que me dejes, yo soy lo suficiente hombre para sacarte a ti de todo eso que me dices. Si te vas… no se lo que haría, no puedo quedarme tan tranquilo, no te vayas, anda Susi. Mira que si lo haces ¡me voy a cabrear! Y sabes que cuando me cabreo me da por dar trancazos, que bien lo sabes tu, ¿a que sí? – Adiós Dámaso, me voy.  Dámaso la cogió del brazo y acercó la cara a la suya respirando fuerte, como lo solía hacer cuando se ponía fuera de sí.
Sonó el silbato del tren; ya había llegado, pararía diez minutos. La campana del convento cercano sonó a maitines. Más de uno sin darse cuenta se removió en la cama apurando las últimas horas de la noche. El sereno abría la puerta al farmacéutico en la esquina con la plaza: llegaba de Madrid con la furgoneta DKW llena de mercancías y se le habían olvidado las llaves. No quería despertar a la familia –Bueno, señor boticario, ya sabe que cuando lo necesite otra vez estoy por aquí. No tiene más que avisarme.- Muchas gracias. Lo tendré en cuenta, pero no creo que se me olviden las llaves otra vez. Buenas noches, Otilio. - Buenas noches señor boticario. Que descanse.
Empezó a llover. Una menuda lluvia, que más parecía niebla que lluvia, estaba haciendo desaparecer los contornos de las casas del fondo de la calle. Todo era humedad y el agua desleía los colores de la pintura. Otilio dejó un momento el chuzo apoyado en la pared y se abrigó con una capa de lona encerada que llevaba colgada de uno de los brazos, tapó la gorra con una bolsa impermeable y cogiendo el chuzo empezó a subir por la calle Ciruela. El reloj del Ayuntamiento empezó con su carillón a tocar la melodía Westminster y dar las campanadas de las seis. La persiana metálica de la pastelería  se levantó y desde dentro se veía al pastelero empezar a ordenar y colocar algunos confites del día anterior. Otilio vió como se metía dentro a hacer los pasteles del día. Más adelante estaba descargando un camión Pegaso las cajas de tabaco en el almacén del distribuidor.  Cuando llegó hasta el número 9 le abordó una viejecita que iba a misa a San Pedro. – Señor sereno, quería hablar con usted, ¿no ha oído usted nada? - ¿Qué tenía que oír señora María? – Unos lamentos. Lamentos muy penosos que se han oído cerca de mi casa, y vivo allí, cerca de aquella esquina, mi cuarto es el de la ventana que esta cerca de la esquina. ¿De verdad no lo ha oído usted? – No señora no he oído nada. De toas maneras no se procupe iré a ver qué es lo pueda haber pasao, no se procupe. – Muchas gracias señor sereno. Buenos días. –Buenos días señora.
El sereno siguió su camino cansino, subiendo por la acera de la izquierda. Al llegar a la bocacalle primera, no vio nada en principio. Se adentro por el empedrado del callejón y, teniendo tan poca luz, encendió la linterna que llevaba. Siguió andando; en un rincón vio un bulto en el suelo. Al llegar se confirmó el miedo que le iba entrando. Era un hombre. Parecía muerto, yacía tumbado retorcido entre un charco de sangre. Tocó el silbato de alarma y salió corriendo a avisar.
A las seis y media rodeaban al muerto cuatro policías, un forense y el juez de guardia. Tomó este la palabra después de esperar la inspección del forense que permanecía agachado: - Manuel ¿esta degollado, no?  - Si, una pelea, aquí hay una navaja limpia y además juraría que el que lo ha hecho tenía el pulso firme. Debe ser alguien con práctica médica o algo así. El corte es firme. – Hombre o mujer, ¿qué opinas? – Con toda seguridad hombre. Una práctica así es difícil que la tenga una mujer.

Susana miraba por la ventanilla del tren correo. Amanecía. Terminaba su pesadilla con la hermosa luz rosada del día. No sentía remordimientos, él sacó la navaja antes. Era su vida. (Publicado en el diario La Tribuna de Ciudad Real el 4 de julio de 2015). 

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