20150727

LA LEYENDA DEL RÍO MEIRO



Un día que estábamos en la ribera del río Navia, mi amigo Berto, hábil navegante a vela, con una cerveza en la mano, tumbados en el prado y mirando la copa de un castaño en flor, me contó una historia que paso a relatar, con el detalle que la memoria me pueda dar y la habilidad que pueda tener en ello.
Abrán Coviella, natural de Cacabelos, marido de Bersinda Cuendías era muy mayor cuando se vio en  un grave aprieto el viernes 10 de julio de 1953; el día en que, por Radio Nacional al mediodía, hablaron desde Londres sobre las consecuencias de la bomba atómica. Lo oyó Abrán en el bar El Avenida, en Navia. Fue entonces cuando le empezó la descomposición. Marchó a su casa, desde la que se veía toda la ría, y a la caída de la tarde, mandó recado con Sidro, un homón que segaba el prado a cambio de dejarle el tercio. Cuando se lo dijo, Sidro puso cara de susto y le dijo: -Abrán, si estás malu dígalo ya, que no es mu claro. - Con poca voz y menos fuerzas le replicó: - Nun toi bien, no. -Su hijo Resto vivía abajo, junto al puerto, donde trabajaba en el Astillero. Pallí se fue Sidro para darle el aviso. Subió al punto Resto apurando la potencia de su moto Guzzi y, cuando llegó, se encontró al padre tumbado en el escaño con la cara blanca como la cal. -¡Ostias padre! ¿qué le pasó? – Ven Resto, ven, que te quiero dicir algo. – Le decía esto moviendo los dedos de su huesuda mano hacia él, indicándole que se acercara. Él, al verle tan mal, se acercó todo lo que pudo y prestó atención a lo que le dijo: - Estoy malo, no tengo fuerzas y antes de que sea más tarde quiero decirte una cosa que tengo guardada desde hace mucho tiempo. Mira nenín, desde hace muchos años, tres después de la guerra, guardo en secreto un muy mal día que tuve cuando fui a pescar roballizas, allá arriba, donde el Meiro rodea El Monticón y un poco antes de que se junte  el Castadel. La tarde se estaba echando… -Al llegar aquí, Abran respiró mas profundamente; los ojos, antes secos, se le llenaron de lágrimas, parecía tragar saliva y miraba de vez en cuando hacia el techo con cara de angustia y continuó: - Era tarde cumplida y las sombras de la noche que se acercaban aun no habían acabado con la luz del día. De pronto una luz azul muy fuerte salió por el este como si quisiera amanecer, cuando lo que tocaba era la de atardecer. Bajó hasta los fresnos y hayas aguas arriba y solo vi un resplandor que fue menguando… Acababa de echar la caña cuando oí la voz de  un neñu… Salió… de entre unos abedules. Parecía que jugaba con alguien, o quizá… se escondía… Oí la voz de un hombre, sería su padre a lo lejos que parecía llamarle… y el neñu, se agachaba tras unos brotes de fresno y callaba. De pronto, oí chapoteo en el agua del río y vi moverse algo que removía la corriente hacia la orilla donde estaba agachado el guaje. A dos metros de la orilla se paró aquello que removía el río. No le di más atención y me fijaba en el neno que seguía como escondido, hasta que, de improviso, a una velocidad grande hacia la orilla, que no sé qué animal podría nadar así sobre el agua, apareció una cosa que no sabría decir, por muchos años que viva, qué podría ser o a qué se parecía. Lo tenía a una distancia cercana como daquí al carballo ese que hay cerca del galpón. Era más grande que un hombre, tenía unos agujeros en lo que parecía una nariz chata en la  cara y ojos como los de un llagarto, la piel era verde oscura y con escamas raras, manos parecidas a las nuestras y patas como las aves que nadan, pero cuando corría por la ribera del río juntaba las uñas como gatu, en zarpa. ¡Así iba corriendo hasta que llegó al neno, lo cogió, y dándose la vuelta y mirando a todos lados, salió otra vez corriendo y se volvió a meter en el río Meiro y… se lo llevó!..sí sí, se lo llevó al neno ¡Dios santo!, ¡se llevó a la criatura y yo nun pude fer nada! Dí una voz, pero solo conseguí que fuera más deprisa y desapareciera antes. Estaba muertu de miedo. Recogí todas las cosas y  vine paquí, pa Navia con la intención de pedir ayuda, pero conforme venía, pensaba y me dije: Abrán, no te va a creer naide y te van a echar la culpa de que el neno haya desaparecido, o que le hayas matado tú. Así que después de dar muchas vueltas me callé. Sí, sí, me callé. Ya sabes como las gastaban los guardias entonces, y lo poco que se resistían a echarle la culpa a un pobre desgraciáu como yo, así es que me callé.  Supe al día siguiente que el padre lo estuvo buscando toda la noche, y que al día siguiente una partida de la Guardia Civil lo buscó con gente del pueblo, pero no apareció ni vivo ni muertu. Si recuerdo que, esa noche, por el sur a la altura de Coaña, vi subir la luz azul que se hacía más pequeña hasta que desapareció. Resto, dime si me comprendes, si crees que tu padre hizo bien con no dicir nada. Todos estos años he estado sin vivir, muchas noches se me vuelve a aparecer en sueños el monstruo ese, que como un mal demonio se llevó a la creatura; esas noches me pregunto que pasaría con el pobre neno, si se ahogaría, lo haría cachos o si le sacaría las mantecas. Ya sabes que se dicen cosas de monstruos y malos hombres que facen cosas así… Este no era hombre, era más bien demonio y es una maldición que vuelva a mis sueños y no me deje reposo en los años que pasaron. Me pregunto si será un castigo por haber cogido aquellas cosas del naufragio en la playa de La Figueira en enero de un mal año. Dime Resto, ¿Qué piensas? – ¿Que voy a pensar padre?: que hiciste bien al no decir nada, si llegas a decirlo igual te habían dado garrote o te habrían dejado en la cárcel toda tu vida, siendo inocente. Hiciste bien. Y no te preocupes, descansa, que avisaré al médico. Estas mal y no hay que perder el tiempo hablando ahora. Quédate tranquilo que ahora vengo, voy a por el médico. Se queda contigo Sidro. ¿Quieres algo? ¿Un vaso de leche? ¿De agua? – Agua, Resto, agua. Tengo la boca seca.

La puerta de la casa del médico estaba cerrada; dijeron los vecinos que se había ido a la consulta y hasta allí se fue el hijo de Abrán sin tardar para avisarle. Eso fue lo que hizo y después de atender a una chica con la que estaba, sin más problema salieron los dos, médico y Resto, el uno con su coche y el otro con la Guzzi que tardaron poco en llegar hasta Abrán. Se lo encontraron muy débil. Dijo el médico que era del corazón, le puso una pastilla debajo de la lengua y pareció despabilar un poco. Volvió a llamar con la mano a su hijo y, esta vez al oído le dijo: -No lleves a los nenos al río Meiro. No los lleves, nunca, me oyes...¡Nunca! al río Meiro…
(Publicado en el diario La Tribuna de Ciudad Real el 18 de julio de 2015)

No hay comentarios: