20160206

COUSAS DE MARTIÑA


Martiña, hija de Martin Caldeira y Lucia Aponte era natural de Soulecin, parroquia de O Barco. Con pocos meses, sus padres y su abuela Manuela se fueron con ella a Toén, donde heredó su padre unas tierras con las que pensaba ganarse la vida. Amanecía cuando cerraron la casilla de piedra y pizarra donde habían vivido, colgada en la ladera, aislada de la agrupación de casas. Vendieron los animales, salvo Dora, la vaca que les seguía atada al carro. Martin cantaba. Su madre le decía al oído: - Martiña, parece que o teu pai quere bromas mentres estamos tristes. Hablaba con ella: pero se lo decía al marido. Él, desde la vara del carro miraba adelante, mientras, con los ojos llenos de lágrimas, quién sabe si por el frio de la brisa, o por la tristeza. La niña llevaba en su memoria pocos recuerdos: las voces de sus padres y su abuela; el sonido de la loza, en la pila; el canto de merlos y verderones. Su madre le confesó un día al oído: -Vai vedoira, como avoa Manuela. (Serás vidente, como la abuela).
 Por el camino, la brisa atlántica refrescaba la mañana, que vino tranquila, movía las carballeiras, inquietas. Llegando a la nueva casa de Toén, pasaron las últimas horas del día preparando el dormitorio y la cocina. Allí vivieron para siempre. Antes de que murieran su abuela y sus padres, la joven Martiña tuvo días de fijación con un rapaz con el que se veía en la fraga, donde llevaban sus respectivos ganados. Antón se llamaba; nunca le olvidó. No se comió el olvido todo lo que pudo hacer con él, y lo que no pudo, pero quiso. Recuerda los días con Antón, siempre, y los guarda en su memoria para conjurar los malos días, y las noches en que la soledad se le agarra dentro. Sola, sin sus padres y su abuela.
En el pequeño galpón de piedra y pizarra tiene guardados Martiña el grano, los pimientos a secar, las mazorcas de maíz, los ajos colgados en ristras bien trenzadas y, metidos en una vieja artesa, las piezas de lacón entre sal, con pesadas piedras encima y, en un estante de madera de fresno, toda suerte de hierbas aromáticas y medicinales. Con los días alboreando, mientras en la fraga cercana se remueven las folosas y los picapeixes, que rondan el arroyo buscando algún pececillo que comer, después de calentar la leche con malta en los rescoldos de la brasa que aun da señales de vida en el hogar de la vetusta cocina, y desde la que se oye cantar al gallo, acude Martiña para dar una vuelta a todo y poder salir tranquila a ordeñar las vacas. Introvertida, no muy de palabras, suelta pocas y precisas, eso sí, entre dientes: se le oye a dos cuartas del cuello de su camisilla. Por el camino que lleva a Toén los niños de los Quiroga le gritan, le dicen de todo, lo más frecuente: ¡bruxa! Quizá su manera de vestir, toda de negro, sus refajos, y el pañuelo negro cubriéndole el rostro, hace que la tomen por vieja, sin haber llegado a los cuarenta y dos. Con su cuerpo menudo hace poco bulto cuando sale al campo o a la fraga. Delgada y seca, hacía tiempo olvidó arreglarse. Cierto es que la llaman para quitar el mal de ojo e intuyen que tiene facultades de vedoira, pero no es meiga: no hace mal a nadie. Quien la conoce bien, sabe de su poca ilustración. Es buena mujer, con sus cosas, eso sí, aprendidas de su abuela: dicen de la abuela que tenía también facultades como ella. Martiña procura hacer algún favor a quien pena por algo. Sí, por el camino a Toén, los niños le dicen lo que los mayores callan. Desde hace muchos años ha dejado de preocuparse por eso, la juventud le ha abandona poco a poco, el sol y el aire atlántico quemó su piel; con todo esto, se le fue también el coraje con que se tomaba que le mirasen mal. Antes bien, por los días de la fiesta del Magosto se acerca a Toén y aun sola, participa de la alegría de la gente. Fue precisamente allí donde se encontró a su vecina, Tareixa, la mujer de Sotero Quiroga, que le contó que su marido estaba en Madrid en un trabajo por el que tendría que quedarse hasta el día 24 de julio; por la tarde, tomará el tren pues tiene que acabar el trabajo en Santiago de Compostela, y deberá estar el 25, por la mañana, temprano. Cuando le dijo esto, a Martiña se le nubló la cara, descompuesta, y calló. Tareixa se dio cuenta del brusco cambio en su gesto y le preguntó preocupada. – ¿Pasa algo, Martiña? Non, non, nada, nada, non me faga moito caso, son os meus cousas. - De verdad, Martiña, ¿pasa algo? - Nada, nada, muller, só son cousas mías, xa sabes que dou moitas voltas á cabeza. Se houbese algo, eu dígoo. Bueno. No te insisto. Ya sabes Martina que te tengo mucho cariño, y admiro como te desenvuelves tan bien estando sola. Eres fuerte y valiente. Me gustaría ser así, pero a veces, me acobardo. Posiblemente porque no siento la fortaleza que tú tienes. No sé si es por educación: mis padres me mimaron tanto que quedé con sentimiento indefensión cuando faltaron ellos. O, a lo mejor es mi naturaleza…No sé.Non sé, se son o que dis, pero, se son forte, (sí soy fuerte) será porque tiven que apañar os meus problemas sempre soa, desde nena. Pero, tamén, a miña natureza díme sempre que non debo ter medo por nada. – Eso debe ser Martiña, sí, eso debe ser.
Dos días después, fue Tareixa la que se acercó a la casa de Martiña, llevaba un par de delantales que había comprado en Ourense que le quería regalar. Pero lo cierto es que quería hablar con ella. De vez en cuando le daba vueltas a la cabeza y veía la cara de Martiña, cuando le contó lo del viaje de su marido a Santiago. No hacía más que decirse para sus adentros: “Esta mujer tiene fama de vedoira, y no me quedo tranquila sin saber si ha visto algo en lo que le dije”. Cuando llegó, dejó de echar de comer a los cerdos Martiña y, sonriendo, dijo sin dar ocasión para que hablara Tareixa: - Aquí está a boa da Tareixa, que trae un agasallo para que lle diga se hai algo na viaxe do seu marido, ¿non é iso? – ¡Carallo! Martiña, ni que me hubieras abierto la cabeza, como es que lo has sabido. – Bueno, te lo diré en castelán: No hay cosa más traída que la que causa temor y no se da explicación. El que la tiene, no para hasta que se la dan. Tareixa, quedaste mal con la contestación que yo te di. Así que lo normal es que vuelvas a preguntar: ¿Pasa algo? Primeiro, que che dou as grazas polo agasallo. E, segundo, que sí, hai algo. Cando mo dixeches, vi nesa tarde unha gran desgraza: deume mal. Convence ao teu marido que se vaia ese día pola mañá. - ¡Hay Dios mío! No te pregunto más. Muchas gracias Martiña, eso haré.

El día 25 de julio de 2013, a las 20. 41 horas hubo un terrible accidente del tren Alvia que iba a Santiago, en la curva de la parroquia de Agrois, con 79 muertos. El marido de Tareixa, que iba a ir en él, se fue por la mañana.  Los niños de los Quiroga, a partir de esa fecha, ya no le decían ¡bruxa!, sino, con mucho respeto, Doña Martiña, cuando pasaban por el camino de Toén.

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