En
el día 2 de enero del año 1904, año de la visita del emperador Guillermo II de
Alemania a Vigo con Alfonso XIII, en el comercio de Xenxo en la Rúa do Vilar
compró Paio Fariñas, el corredor de maderas, a su mujer Margarida Novoa el
cuadernillo de hule negro que apareció el día 6 de enero como regalo de
Navidad. Le dijo que anotara allí todo lo que quisiera recordar o las tareas
que debía emprender, pues, sabido lo tenían, ella era algo olvidadiza. La
compra era buena pues ya se había encargado el amigo Xenxo de darle el mejor
género que tenía: debía aguantar los apretones de bolsillo que le iba a dar y
la humedad de las manos cuando estuviera lavando. Siempre acababa mojando las
libretillas que usaba. El día de la compra en la papelería, llovíó. Mientras
veía y repasaba el cuadernillo comprado por los soportales de la Rúa do Vilar,
decidió volver y comprar otro para él, también de hule negro. Se guardó el suyo
y solo lo sacó días después de recibir el suyo ella. Después Margarida no dio
cuenta de cómo lo utilizaba, y Paio sí le dio uso, anotaba en el suyo las
partidas de madera que debía ir comprando, dejando sitio entre líneas para
hacer lo mismo cuando llegaban. Bieto, su encargado, era de fiar, y tanto, que
le autorizó firmar por él; simulaba tan bien su letra que muchas de las veces
era el que firmaba los albaranes en lugar de Paio. Con tanta confianza que
cuando le comentaba el tema de la Santa Compaña que tanto obsesionaba a su
mujer, el encargado, que sí era religioso, y con afición a las leyendas, le
recriminaba que no se lo tomara en serio.
Paio
era hombre muy práctico, poco dado a rezos y a supersticiones. Por el
contrario, Margarida, muy religiosa, afición que le venía de su madre Pomba
Mosqueira, beata recalcitrante y obsesa con supersticiones y leyendas. Ella fue
la que le contó por primera vez la historia antigua, muy extendida en Galicia,
de las apariciones de la Santa Compaña. Le repetía en los días oscuros, de
lluvia y frío lo que se dice por esas tierras que, con la Santa Compaña, se va
de peregrinación a San Andrés de Teixido tres veces, el que no fue una de vivo.
Por eso insistía a su marido, siempre que veía la ocasión que debían ir a peregrinar
a San Andrés. Paio le daba largas, una y otra vez, y no por contrariarla,no,
sino porque le agobiaba mucho el ambiente de esos sitios en los que se habla de
muertos y a la gente le da por contar cosas tremendas, terroríficas y no
precisamente positivas. Él decía, y no le faltaba razón, que le parecía que se
empequeñecía con ello y le daba solo miedo y debilidad. Vamos, que pensar en la
muerte de continuo no le gustaba precisamente. Como ella se encelaba con esas
conversaciones, encontró solo una manera de acabar con sus peroratas de
prodigios y muertos: soltar una ristra de palabras malsonantes a grito pelado
hasta acobardarla y hacerla callar. Pero para no sentirse rendida, ella acababa
con una sentencia: - no, si tú te vas a
condenar y vas a penar sin remedio. Como con él no podía, en esas noches de
invierno, contaba las historias que sabía de la Santa Compaña a su hijo de ocho
años, Brais. El padre solía recostarse en la banca, cercana a la lumbre,
después de la cena, para ir cogiendo el sueño; y en su duermevela, después de
pasar las doce de la noche, como hora que dan como comienzo de las apariciones,
(eso suelen contar), oía las historias que contaba su mujer, sin intervenir,
tanto por no tener discusión, como para comprobar las nuevas que le habían
contado.
Una
noche, en la banca después de cenar, Margarida, a petición del chico, contaba
una de esas historias: -En O Carballiño,
un muchacho incrédulo, Germán, que tenía a su padre muy enfermo, ante una
mejoría que parecía tener, salió después de las doce, con sus amigos y, por
distraerse, en busca de la Santa Compaña paseando por la espesa fraga de carballos y fresnos en las afueras de su pueblo. Pasados unos minutos se hizo
un silencio en la noche. Las aves nocturnas callaban y, al momento oyeron un
tenue coro con extraños cánticos; un progresivo olor a cera quemada les llegaba
por todas partes. El grupo de amigos se empezó a juntar y a poner cara de
preocupación y miedo. Las voces se
acercaban y cuando ya no pudo aguantar más, el menos valiente, Francisco, salió
corriendo hacia el pueblo aterrorizado, le siguieron los demás menos Germán que
se quedó. Las piernas no le obedecían. Vio un resplandor azulado que se
acercaba y entre la breña, apareció una comitiva de personajes que refulgían con extrañas
túnicas que más parecían mortajas y, al frente de ellos, uno portando una gran
cruz y un acetre, con semblante enfermizo, pálido y con grandes ojeras, sin el
resplandor entorno suyo. Cuando llegaron hasta él, el que iba al frente le
ofreció al muchacho la cruz y el acetre de agua bendita y éste, con todo el
valor que podo reunir, los rechazó. Luego desaparecieron. Cuando volvió a su
casa estaba muy débil y se acostó. A la
mañana siguiente le comunicó su madre que el padre había muerto. Estuvo una
semana recuperándose. Cuando se dio un
paseo por la plaza de su pueblo, se le acercó Francisco, que le acompañó
aquella noche de la aparición, y le dijo que su padre había muerto la noche en
que vieron la Santa Compaña. Como es natural, el hijo de Margarida, Brais,
no solo no durmió esa noche sino algunas más.
Días
más tarde Paio salió de viaje en el coche de posta hacia Lalín, y se iba a
cumplir una hora de viaje cuando se rompió el pasador de la rueda derecha del
coche que se salió dejándolo inestable. Se bajaron a ayudar al cochero que
llevaba en una caja de mimbre otro pasador. Levantaron el coche hasta que el
cochero metió la rueda de nuevo y puso el pasador torciéndolo para que no se
perdiera. Con el cansancio del esfuerzo optaron por sentarse en una roca que
había al lado del camino. Cuando estaban hablando, el cochero paró e hizo un
ademán con la mano para que se callaran. Se había hecho un silencio sepulcral.
Oyeron cánticos con extrañas voces que se iban acercando. El cochero se
santiguó y los levantó, dándoles prisa para que subieran al coche. Nada más
subir todos y oír los caballos el restallar del látigo salieron corriendo como
nunca lo habían hecho. Cuando volvió de Lalín, Paio contó a los suyos lo que
había ocurrido, al día siguiente, viernes,19 de febrero, murió. A los tres
días, en la libreta de hule de Margarida había una anotación, con lo que
parecía la letra de Paio, pidiendo que fueran de peregrinación, tres veces, a
San Andrés de Teixido, cosa que hizo cumplidamente ella. Se cumplió el dicho de
que vai de morto quen non
foi de vivo.
Llevaba ella dos billetes para el coche y puso dos platos, cuando comían
en el viaje, uno para ella y otro para
el muerto, con ello hacía lo que recomendaba la leyenda. Esto es lo que
cuentan. ¿Un hecho sobrenatural? ¿O fue cosa de Bieto que tan bien hacía su
letra? Todo, pudo ser. Lo cierto es que todos los años, el 19 de febrero, se
hiela la casa, y nadie la puede calentar por muchas brasas que pongan.
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