20160206

LOS TRES VIAJES DEL MUERTO



En el día 2 de enero del año 1904, año de la visita del emperador Guillermo II de Alemania a Vigo con Alfonso XIII, en el comercio de Xenxo en la Rúa do Vilar compró Paio Fariñas, el corredor de maderas, a su mujer Margarida Novoa el cuadernillo de hule negro que apareció el día 6 de enero como regalo de Navidad. Le dijo que anotara allí todo lo que quisiera recordar o las tareas que debía emprender, pues, sabido lo tenían, ella era algo olvidadiza. La compra era buena pues ya se había encargado el amigo Xenxo de darle el mejor género que tenía: debía aguantar los apretones de bolsillo que le iba a dar y la humedad de las manos cuando estuviera lavando. Siempre acababa mojando las libretillas que usaba. El día de la compra en la papelería, llovíó. Mientras veía y repasaba el cuadernillo comprado por los soportales de la Rúa do Vilar, decidió volver y comprar otro para él, también de hule negro. Se guardó el suyo y solo lo sacó días después de recibir el suyo ella. Después Margarida no dio cuenta de cómo lo utilizaba, y Paio sí le dio uso, anotaba en el suyo las partidas de madera que debía ir comprando, dejando sitio entre líneas para hacer lo mismo cuando llegaban. Bieto, su encargado, era de fiar, y tanto, que le autorizó firmar por él; simulaba tan bien su letra que muchas de las veces era el que firmaba los albaranes en lugar de Paio. Con tanta confianza que cuando le comentaba el tema de la Santa Compaña que tanto obsesionaba a su mujer, el encargado, que sí era religioso, y con afición a las leyendas, le recriminaba que no se lo tomara en serio.
Paio era hombre muy práctico, poco dado a rezos y a supersticiones. Por el contrario, Margarida, muy religiosa, afición que le venía de su madre Pomba Mosqueira, beata recalcitrante y obsesa con supersticiones y leyendas. Ella fue la que le contó por primera vez la historia antigua, muy extendida en Galicia, de las apariciones de la Santa Compaña. Le repetía en los días oscuros, de lluvia y frío lo que se dice por esas tierras que, con la Santa Compaña, se va de peregrinación a San Andrés de Teixido tres veces, el que no fue una de vivo. Por eso insistía a su marido, siempre que veía la ocasión que debían ir a peregrinar a San Andrés. Paio le daba largas, una y otra vez, y no por contrariarla,no, sino porque le agobiaba mucho el ambiente de esos sitios en los que se habla de muertos y a la gente le da por contar cosas tremendas, terroríficas y no precisamente positivas. Él decía, y no le faltaba razón, que le parecía que se empequeñecía con ello y le daba solo miedo y debilidad. Vamos, que pensar en la muerte de continuo no le gustaba precisamente. Como ella se encelaba con esas conversaciones, encontró solo una manera de acabar con sus peroratas de prodigios y muertos: soltar una ristra de palabras malsonantes a grito pelado hasta acobardarla y hacerla callar. Pero para no sentirse rendida, ella acababa con una sentencia: - no, si tú te vas a condenar y vas a penar sin remedio. Como con él no podía, en esas noches de invierno, contaba las historias que sabía de la Santa Compaña a su hijo de ocho años, Brais. El padre solía recostarse en la banca, cercana a la lumbre, después de la cena, para ir cogiendo el sueño; y en su duermevela, después de pasar las doce de la noche, como hora que dan como comienzo de las apariciones, (eso suelen contar), oía las historias que contaba su mujer, sin intervenir, tanto por no tener discusión, como para comprobar las nuevas que le habían contado.
Una noche, en la banca después de cenar, Margarida, a petición del chico, contaba una de esas historias: -En O Carballiño, un muchacho incrédulo, Germán, que tenía a su padre muy enfermo, ante una mejoría que parecía tener, salió después de las doce, con sus amigos y, por distraerse, en busca de la Santa Compaña paseando por la espesa fraga de carballos y fresnos en las afueras de su pueblo. Pasados unos minutos se hizo un silencio en la noche. Las aves nocturnas callaban y, al momento oyeron un tenue coro con extraños cánticos; un progresivo olor a cera quemada les llegaba por todas partes. El grupo de amigos se empezó a juntar y a poner cara de preocupación y miedo.  Las voces se acercaban y cuando ya no pudo aguantar más, el menos valiente, Francisco, salió corriendo hacia el pueblo aterrorizado, le siguieron los demás menos Germán que se quedó. Las piernas no le obedecían. Vio un resplandor azulado que se acercaba y entre la breña, apareció una comitiva  de personajes que refulgían con extrañas túnicas que más parecían mortajas y, al frente de ellos, uno portando una gran cruz y un acetre, con semblante enfermizo, pálido y con grandes ojeras, sin el resplandor entorno suyo. Cuando llegaron hasta él, el que iba al frente le ofreció al muchacho la cruz y el acetre de agua bendita y éste, con todo el valor que podo reunir, los rechazó. Luego desaparecieron. Cuando volvió a su casa estaba muy débil y se acostó.  A la mañana siguiente le comunicó su madre que el padre había muerto. Estuvo una semana recuperándose.  Cuando se dio un paseo por la plaza de su pueblo, se le acercó Francisco, que le acompañó aquella noche de la aparición, y le dijo que su padre había muerto la noche en que vieron la Santa Compaña. Como es natural, el hijo de Margarida, Brais, no solo no durmió esa noche sino algunas más.

Días más tarde Paio salió de viaje en el coche de posta hacia Lalín, y se iba a cumplir una hora de viaje cuando se rompió el pasador de la rueda derecha del coche que se salió dejándolo inestable. Se bajaron a ayudar al cochero que llevaba en una caja de mimbre otro pasador. Levantaron el coche hasta que el cochero metió la rueda de nuevo y puso el pasador torciéndolo para que no se perdiera. Con el cansancio del esfuerzo optaron por sentarse en una roca que había al lado del camino. Cuando estaban hablando, el cochero paró e hizo un ademán con la mano para que se callaran. Se había hecho un silencio sepulcral. Oyeron cánticos con extrañas voces que se iban acercando. El cochero se santiguó y los levantó, dándoles prisa para que subieran al coche. Nada más subir todos y oír los caballos el restallar del látigo salieron corriendo como nunca lo habían hecho. Cuando volvió de Lalín, Paio contó a los suyos lo que había ocurrido, al día siguiente, viernes,19 de febrero, murió. A los tres días, en la libreta de hule de Margarida había una anotación, con lo que parecía la letra de Paio, pidiendo que fueran de peregrinación, tres veces, a San Andrés de Teixido, cosa que hizo cumplidamente ella. Se cumplió el dicho de que vai de morto quen non foi de vivo.  Llevaba ella dos billetes para el coche y puso dos platos, cuando comían en el viaje,  uno para ella y otro para el muerto, con ello hacía lo que recomendaba la leyenda. Esto es lo que cuentan. ¿Un hecho sobrenatural? ¿O fue cosa de Bieto que tan bien hacía su letra? Todo, pudo ser. Lo cierto es que todos los años, el 19 de febrero, se hiela la casa, y nadie la puede calentar por muchas brasas que pongan.

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