20160206

LA DECISIÓN DE JULIO SAMSON


La puerta del número 15, B de Lindfield Road se abría todos los días, minuto más o minuto menos, a las ocho de la mañana. Era el momento en que la campana “Banger” de San Pablo se oía desde la lejanía. Primero miraba al cielo, como si quisiera comprobar que lo dicho por el parte meteorológico era cierto. Se subía el cuello de la gabardina, se la abrochaba y salía decidido por el pequeño jardín de la casa. Dentro del viejo Ford Escort, encendió el motor, y dio la vuelta a la rueda de la calefacción hasta ponerla en la temperatura habitual. Encendió la radio: desde la BBC, hablaban de las noticias del mundo. Julio Samson, lo tenía claro, a punto de la jubilación, no tenía el más mínimo interés en dejar el trabajo. No porque le tuviera especial afición, no, solo era para él su profesión: no su modo de vida. Eso lo tenía claro. Bajó del coche en el aparcamiento y se dirigió a su trabajo. –Buenos días don Julio. -Dijo el portero. - Buenos días, Andy. - Simplemente había llegado a un punto que no tenía nada mejor que hacer. Subió las escaleras y entró en su despacho. Aún estaba reciente la marcha de su hijo a Glasgow. No lo lamentaba, sabía que era lo que quería hacer, vivir con su mujer escocesa y su hijo. Pensaba en esto cuando sonó su móvil. Descolgó; era Henry, su hijo: - ¿Papa? Oye, estoy pensando que no fui muy listo al hablarte así, cuando me despedí de ti. Sabes que no quería molestarte, pero estaba muy nervioso. Es la primera vez que me voy de tu lado para ir a vivir lejos. Bueno, es verdad que tenemos mucha ilusión Tina y yo: por esta ocasión de vivir en una casa grande, con todo a mano, trabajo, escuela para el niño, y con centro a tiro de piedra, pero parece que nos dio un golpe de fortuna cuando recibió Tina la herencia de su tío. Nadie de la familia lo esperaba, jamás dijo él que había hecho semejante fortuna, por lo visto es muy común en la familia de Tina que se hagan ricos y no digan nada. Dice ella que es porque son descendientes de hebreos prestamistas de la Edad Media, algo avaros o algo así, pero no concuerda mucho; parece ser que tenía varias fundaciones de obras sociales, en fin, que nos ha hecho un favor el tío Silas. Quiero papa, que vengas en cuento puedas, te estoy preparando una habitación igual que la que tienes en Lindfield. Cama muy parecida a la tuya, con el mismo tipo de colchón, un bureau casi igual al que tienes en casa y librería para que tengas una buena colección de libros y las carpetas para tus cosas. Quiero que cuando vengas te encuentres como en  tu casa. Lo necesitamos Tina y yo, sabes que te queremos, y lo necesita el pequeño Julio, que no hace más que preguntar cuándo viene el abuelo. –Vale, vale, chico. Iré. Pero no te preocupes, estoy contento con vuestra nueva vida. Ojalá y os vaya así mucho tiempo. Administra bien vuestra suerte y el patrimonio. La vida da muchas vueltas y debes estar preparado para cuando vengan días malos. Iré a veros en una semana. Me acercaré en tren. Hace mucho que no cojo uno y me gustaba hacerlo. Disfrutaré del paisaje. Un beso a todos, hijo. –Un beso papá. Ven. No lo dejes.
Pensó Julio, una vez más y por un momento, si se jubilaba o no. Miró por la ventana. Se fijó en un grupo de castaños junto a Sheperton Road y le vinieron las imágenes de su vida en la casa de sus abuelos en Mordiford. Extraños días aquellos de guerra y, sin embargo, felices con los abuelos y su madre. Los días de cuidar las gallinas, el cerdo y las vacas; y recoger escaramujo para hacer mermelada. Decían en la BBC que podrían suplir con mucho la falta de vitamina C por carecer de los cítricos del sur de Europa. Volvió a la realidad y se dijo: No. Su vida estaba en Londres y hasta que no encontrara unas ocupaciones que le interesaran, seguiría con el trabajo. Se sumergió en su ocupación hasta que Susan, la Técnica de comunicaciones, se asomó y le dijo: - ¿Julio? ¿Te vas a quedar a vivir en la oficina? – Se levantó como un autómata y se fue a comer. Decidió ir andando.
Tres calles más arriba, vio a un niño de unos cinco años, sentado, solo, en un muro del jardín. Parecía extraviado. Serio, quieto. Con la mirada perdida… -Hola chico. - Hola señor -dijo volviendo la cabeza y sonriendo. – tengo un mensaje para usted; estoy sentado encima de él. - Diciendo esto, se levantó y debajo de sus posaderas había un libro muy grueso. Se lo dio. - ¿Y esto? ¿Cómo es que me lo das? Es tuyo. –No Julio. Es para ti. Léelo y sabrás cuál es el mensaje. –Diciendo esto se dio la vuelta y diciendo: ¡Bay, bay! Desapareció corriendo. Cogió el libro y vio que el título estaba en árabe. Comió y después del trabajo se fue a casa y allí, en su estudio, con un vaso de cacao caliente, lo abrió. Estaba en inglés victoriano. Decía en el prólogo que era una traducción de una serie de textos muy antiguos encontrados en la biblioteca de un conde, descendiente de un noble del siglo XV. Comenzó a leer.
Desde el alminar de planta cuadrada de más de cuarenta varas de alto veía el almuédano el patio de naranjos donde Jawhar solía salir a coger las flores para que su madre hiciera el agua de azahar. Llegaba hasta allí el olor del jazmín y del incienso que quemaba el imán en su cercana casa para la purificación. Jalîl subía antes de hacer la llamada, para contemplar los pasos breves que daba ella en el jardín y la delicadeza de su forma de recolectar las flores. Desde allí veía la ciudad y tomaba notas para que sus pensamientos no cayeran bajo el humo blanco y sin olor del olvido. Eran las anotaciones las que luego harían volver a la vida sus pensamientos y la luz del día cuando todo se volviera sombras y dificultad para el recuerdo hermoso. Decía Jalîl: -Permite, oh Señor, que pueda recibir el don de contemplar a Jawhar aunque sea en mis pensamientos, como recibo el hermoso canto de las aves que se mueven alegres entre los naranjos y se esconden entre la enredadas ramas del jazmín perfumado. Así como el favor de poder escribir, con pluma certera, le realidad en que se torna un hermoso sueño para retener el gran tesoro de cuanto veo en esta afortunada ciudad en la que vive Jawhar.
Más adelante, ante la cercanía de estar vencido por el sueño. leía Julio Samson: En el puesto de Karim en  Dowleh, bazar de Kashan, siempre había azafrán de la India, la mistura de especias Köfte Bahari, Coriandro, también llamado cilantro, Nane o Menta, Kekik, llamado orégano, albahaca, tomillo y cien hierbas aromáticas, más otras tantas, todas ellas de alto valor culinario y medicinal. Sus clientes habituales, cocineros, médicos, boticarios, venían a hablar con él, antes de hacer su pedido. Querían saber y aprender sus pericias de cultivo y recolección en las laderas de los montes cercanos. Siempre decía que la recolección tenía que hacerse con el rezo, por lo bienes que la naturaleza y que el Señor nos daba y ofrecía, pero sobre todo hablando con las plantas para no coger nunca más de lo necesario y solo lo necesario. Los invitaba a ir con él para reconocerlas; y que no tuvieran nunca más que acudir a él para comprar.

Julio Samson, el padre de Henry, suegro de Tina y abuelo de Julio, fue viviendo con la lectura del libro, y con ella, fue de viaje por los tiempos, por Oriente y sus civilizaciones. Pidió la jubilación y se marchó a Glasgow con ellos. Olvidó su manera de vivir habitual. Siguió leyendo y empezando a conocer en la naturaleza todo cuanto se le ofrecía. Vivió, cuanto pudo, y feliz.

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