20050924

DE LOS VIENTOS DE OTOÑO


Empujan suavemente las nubes cargadas de agua vientos de otoño. Suavemente pero acelerando su marcha por momentos, a rachas; que quieren ser violentas pero que se desmadejan en un instante, como si se lo hubieran pensado mejor. Las calles se van vaciando de transeúntes atentos a la tranquilidad y el sosiego de los lugares cerrados, lejos de la ventisca y el fresco que siempre llega. Es de las pocas cosas que no se comen las gallinas: ni el frío ni el calor, en su tiempo; como decía una viejecita de un pueblo de Cuenca. Todavía el sol sigue empecinado en dar su tibio calor, pese al aire frío y, a resguardo de este, se arremolina todo bicho viviente.
Éste es el tiempo de recolección de la vid y de otras muchas frutas. Al olor de sus azúcares, cuando se van pasando, se multiplican en este tiempo las moscas del vinagre; la llamada por los científicos “Drosophila melanogaster”. Ya saben cuales son: esas mosquitas pequeñas barrigudas que salen entorno a la fruta madura, o en donde haya mostos en fermento. Son un tanto impertinentes, como todas las moscas, pero más vulnerables. Su vuelo es torpe, posiblemente debido al exceso de carga en sus barrigas. Pero ahí donde las ven están prestando un servicio inestimable al género humano. Desde 1910 se está investigando con ellas para reconstruir el mapa del genoma humano. La primera aportación de los españoles a la investigación espacial, si mal no recuerdo, fue la de hacer subir a esas alturas un grupo de mosquitas españolas de estas para ver su comportamiento sin gravedad. Ni ellas ni sus parientes de aquí abajo apreciaron tan grandioso vuelo. En este otoño acuden a los fruteros donde se pasó una manzana, o una pera, para hacer de las suyas.
Entretanto, los niños de esta ciudad siguen su vida, con esa hermosa manera de vivir en la que el tiempo no se mide, ni se cuenta, solo se vive intensamente. Nuestros afortunados niños de aquí, no escuchan en el viento de otoño los suspiros, los lamentos, los silencios obligados de esos otros niños que se dan a ver con una mano llena de cal y yeso entre los escombros; de la que tiran y sirve para sacarlos, con el último rictus de dolor que tenían cuando se les vino el mundo encima, luego de una explosión en su casa, en su tierra. La única que conocieron, la que ni siquiera poseyeron.
La naturaleza sigue su curso y el genoma humano se llegará a conocer. Quizá se pudiera acceder a ese resorte que hace desoír los lamentos de cuantos sufren, que hace solo atender a la justificación, para seguir haciendo lo que no se debe hacer. El genoma se conocerá, pero nunca se corregirá el abuso de unos sobre otros, ni siquiera mejorando la genética, porque los que solo atienden a su interés, usaran cualquier avance para conseguir más, para atropellar más a otros. Quizá se vaya superando la tragedia de todas esas gentes, de esos niños, cuando puedan ver la luz del conocimiento con su acceso a los libros, a la educación. Aprenderán a distinguir cuándo les mienten los que los gobiernan y quienes les bombardean; o cómo se gastan los cuartos de todos en lo que no es de utilidad pública; o les aturden con fanatismos religiosos o nacionalistas para conseguir de ellos su docilidad. Si llega el mediodía y no hay nada en el plato, o la enfermedad amenaza con la muerte, la docilidad se puede volver en ira, levantando violencias. Sus consecuencias siempre traen imágenes de niños entre los escombros. Los vientos de otoño que traen todos los sonidos, las quejas, los llantos, entremezclados con los de alegrías de los que sí vivimos, apenas se entretienen con las moscas del vinagre o moviendo las hojas muertas de los árboles que se preparan para invernar.
(Escritor e ilustrador: Ramón Gallego Gil)

1 comentario:

Dolores_Danaher dijo...

Recuerdas la escena de Mary Poppins cuando saltan dentro del cuadro pintado en el suelo?


Chip, chibiri, chip, chibiri, chip, chip, cheri....