20050904

EL ATARDECER



La luz del sol decae por las lejanas tierras de poniente. El olmo ennegrece sus hojas y todos los árboles le imitan ensombreciendo sus colores. Un perro cansino ladra a los que retornan de trabajar. El riego de los jardines sisea su lluvia tamizada y una brisa húmeda empieza a refrescar el caldo espeso del aire de la joven tarde que se va. Son horas en las que el viejo medita lo que queda y el chico lo que le falta. La poeta Dulce María Loynaz decía al atardecer: “Al atardecer iré/ con mi azul cántaro al río/para recoger la ultima/sombra del paisaje mío”. En las últimas luces la sensibilidad se acrecienta. La ansiedad es amiga de las sombras; el sueño es el recurso por el que transitar por ellas, despierto o dormido.
Con las últimas luces el pericón abre sus flores y sus estambres sueltan el dulzón olor embriagador que entona los cuerpos liberados por el calor.
Transitando por La Poblachuela, por el viejo camino de Miguelturra vuelven las pisadas de los huidos de Alarcos; polvorientas y rojas pisadas que levantan el olor de la tierra caliente, sazonada por el estiércol de sudorosos caballos que ya no pasarán jamás. Por él los empolvados cohombros silvestres, de verde oliva y erizados con sus espinas, explotan al paso de un ciclista, y los abrojos, retirados del camino y en su borde más oculto, añoran los años en que los caminantes les ayudaban a multiplicarse entre maldiciones.
La noche va llegando y los que se asearon salen de paseo a soltar sus mentes antes embotadas por la calentura del día. Detrás de una persiana, Chopin vuelve, una y otra vez, con sus nocturnos, repetidos desde un viejo piano martilleado con los dedos, todavía inexpertos, faltos de confianza, de uno que empieza. Una moto, siempre enrabietada, recuerda que ya no es tiempo de música; es el tiempo del querer ir a todas partes y a ninguna; la velocidad envenena la razón. En la plaza dos hombres maduros se van dejando llevar por la suavidad de la noche que va llegando; arreglan el país; planificaron la pretemporada de sus equipos; confirmaron que sienten la misma pasión que en su juventud; abren sus confidencias y se alegran en silencio de la ruptura de la soledad que van experimentando con su amistad renovada. Miran al infinito de vez en cuando, respiran profundamente y sonríen. Ya no son niños. Y sin embargo confiesan que siguen soñando.
(Escritor e ilustrador: Ramón Gallego Gil)

2 comentarios:

Emejota dijo...

Impresionante forma de describir la realidad y el mundo actual de una forma sensible y aún así real. Sin duda, la escritura es tu principal cualidad. Potenciala y mucho ánimo.

Dolores_Danaher dijo...
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