20150908

EL MIEDO DE UN HOMBRE



A las nueve y media Sócrates Bermúdez, abogado, había quedado en el Café-bar Ideal con el maestro Elías Puig i Martí. La noche era fría y húmeda, Sócrates, llegó al Café puntualmente y, como un autómata, se fue hasta la segunda mesa al lado de la pared: era su mesa habitual. Con un gesto con la mano le indicó al camarero, entendió enseguida, que le sirviera una caña. Puso el ABC sobre la mesa de mármol y leyó la cabecera: Madrid, 21 de noviembre de 1952. Se fue hasta el artículo de cabecera, que ese día era de Julián Marías titulado “Agenda”. En el centro estaba un recuadro con una efeméride recordando el aniversario del escritor Eduardo Marquina. Se enfrascó en la lectura del texto de Marías. Cuando lo estaba terminando, se oyó que abrían la puerta del Café: era Elías, su amigo, con la gabardina verde claro, el cuello levantado y mojado por la llovizna que estaba arreciando. Le hizo una seña y al momento se estaba sentando junto a él. - ¡Vaya nochecita! ¿Eh? Húmeda, fría, y negra como boca de lobo. Estoy leyendo un artículo de Julián Marías, en el que hace una serie de consideraciones y reflexiones sobre el uso de la agenda. Esta bien, y en algunas cosas le doy la razón, el usar agenda no es mas que intentar adelantarse al futuro o planificarlo, que es tanto como hacer una intromisión en el oficio de los dioses, ¿no te parece? Cuando el futuro es impredecible siempre. - Posiblemente  Sócrates, pero, en cualquier caso, no me negarás que casi siempre es útil tener a mano una. No tenemos siempre dispuesta la memoria y, eso, nos mete en más de un apuro. Pero dime, me has citado y aun no me has dicho que es lo que te preocupa. Me llamas con prisas y con misterio, ¿algún cliente conflictivo? -No, no es un cliente, es un comentario que me ha hecho el Juez de Primera Instancia. Estábamos en el curso de un juicio sobre linderos de una finca de Picón; yo llevaba al demandante. Se había metido el dueño del predio colindante metro y medio en la divisoria con lo que se ha engullido cerca de una hectárea del de mi cliente. La cosa no es un despiste, metro y medio no se hace con dos yuntas en un periquete, ni se disimula así como así. La linde, que ha desaparecido, se ha disimulado con un pataleo sobre la nueva que han hecho y con unas cuantas piedras simulando la nueva divisoria. El caso es que hemos llevado testigos, pericial y las escrituras. Como el demandado, que tiene mucho capital, se ve perdido, su abogado, ya sabes, Horacio, como casi siempre, ha hecho una autentica demostración y derroche de interposición de excepciones, para dilatar el procedimiento y buscar otras salidas, que yo, te digo la verdad, no veo por ninguna parte. Cuando terminamos la vista de hoy, el juez me hizo una seña antes de salir, me acerqué y me dijo en voz baja: Tenga cuidado con lo que hace Bermúdez, hay mala gente e influyente sobrevolando en este asunto. Sea prudente. - ¿Que seas prudentee? ¿Prudentee? ¡Pero bueno!, ¿en que país estamos? ¿Y eso te lo ha dicho un juez? Jopee, ¡mi madre! Después de trece años ¿aun estamos con las oscuridades y los terrores? --Bueno Elías, no te he llamado por todo eso que dices y que a lo mejor tienes razón; quiero que me digas si es que hay algún problema conmigo. Si has oído algo. - No Sócrates no tengo ni idea de que pueda pasar. Estaré atento y si me entero de algo ya te lo digo. - Con eso me basta. La verdad estoy bastante preocupado. Ya sabes que con los antecedentes de mi padre, sabes que era republicano, tengo que andar con cuidado siempre, pero, la verdad no se a qué se pueda referir el juez, desde luego si lo que quieren es que defraude al cliente, no lo voy a hacer. El bufete es de lo que vivo, y si hiciera alguna guarrería, mi crédito se vendría abajo. No, no lo voy a hacer, por ética, y por ser práctico. -Eso es lo que debes hacer. Bueno quedamos en eso, si me entero de algo te lo digo.
Se tomaron las cañas, como solían hacer y charlaron un buen rato sobre  las cosas que ocurrían y la última escapada que hicieron a Madrid.
Salieron a las diez y cuarto del Ideal y cada uno tomó la dirección a sus casas. Sócrates  subía por la cale Morería, totalmente desierta, La llovizna, junto con unas rachas de aire frío hacían que todo siguiera mojado. Cuando alcanzaba la mitad de la calle apareció un sujeto con un impermeable negro, sombrero negro con las alas caídas, barba de varios días y unas ojeras profundas, oscurecían las cuencas de los ojos que estaban hundidas. Se le acercó andando como si lo hiciera con las puntas de los pies y al llegar junto a él, sonriendo con una mueca exagerada que le hacía enseñar los dientes, le dijo en voz baja: - No te pases de listo, monín, ¡o verás como quema la hoja de mi navaja cuando raje la piel de tu cuello..! Dicho esto, en varios saltos, sorteando dos charcos desapareció por la calle De Enmedio. Cuando subía la escaleras de su casa se dio cuanta que las rodillas le temblaban, tal era la excitación que llevaba y el miedo que empezaba a invadirle sus pensamientos.
Varios días después, cuando estaba en el despacho hablando con uno de sus compañeros, Sócrates fue interrumpido en su conversación por la mecanógrafa que tenían en el bufete. – Don Sócrates le llaman por teléfono, no ha querido decir quien era, solo que es muy importante. –Fue a ver quien era y cogió el teléfono: -¿Diga? ¿Quién es? – Soy tu amigo de la otra noche, solo quería recordarte lo que te dije: No te pases de listo, monín, ¡o verás como quema la hoja de mi navaja cuando raje la piel de tu cuello..!  - Se quedó pálido, no sabía que decir, pero animado por la distancia y sin la presencia del que amenazaba se atrevió a hablar: - ¡Quien es usted! ¡Llamaré a la policía como siga amenazándome! ¿Me ha oído? ¡Déjeme en paz de una puta vez! –y colgó con fuerza, haciendo tal ruido que le oyeron sus compañeros. Les contó lo que pasaba y sus dudas si esas amenazas estaban unidas a la advertencia que le dio el juez. Todos callaron y al final después de varias opiniones acordaron que había que ir a la policía, pero sin hacer mención a la conversación con el juez.
Esa noche estuvo cenando con su amiga Pilar, que había venido desde Madrid a un juicio como testigo de la defensa. Ella trabajaba en la Agencia Efe y cuando le citaron le faltó tiempo para llamarle. Terminaron de cenar a las once y media; la acompañó hasta el hotel. Se despidieron y él siguió su camino hacia su casa. Al llegar a la calle Postas, hubo un apagón en la zona centro. La noche era oscura, y solo se podía ver los contornos de la calle por el resplandor que llegaba de otras zonas de la ciudad. Oyó pasos. Cuando el se paró a mirar a su alrededor, los pasos se dejaron de oír. Sus pulsaciones subieron, aceleró el paso y las pisadas volvieron a oírse y le siguieron hasta un poco antes de su casa.

Cuando habían señalado otra vista para el juicio de los linderos, Sócrates llevaba la cabeza llena de preocupación y miedo. Nada más ver al juez éste le llamó para hablar con él: -No se preocupe Bermúdez, el asunto esta resuelto. Hay compromiso de la parte demandada para allanarse y reparar el daño. - Se alivió lo suyo; y más cuando leyó en el periódico que habían detenido a un psicópata que amenazaba a la gente por la noche. El miedo, suele hacer que se unan preocupaciones en mala compañía. (Publicado en el diario La Tribuna de Ciudad Real el 1 de agosto de 2015)

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