20060509

DIARIO


Las siete y diez y siete. Se abre la puerta y uno detrás de otro vamos subiendo. Miércoles o lunes, da igual. El mes de mayo no ha sorprendido este año, vino como suele hacer. En la catenaria 25 mil voltios pasan en silencio. Ni siquiera se oye, como antaño, chillar entorno a las jícaras. Con la docilidad habitual tomo mi asiento y comienzo el ritual: asomarme al mundo por el periódico. No impide que vuelva una y otra vez con los temas recurrentes. Poco a poco, voy aprendiendo a llevar el silencio hasta en mis miradas. Cada vez más lejos del interés. El día comienza lentamente y por Valcansado lo que queda después de la colonización del verde golf retoma el propio del monte bajo, apagado aún, desleído en sombras que quieren irse. El puente de hierro del antiguo ferrocarril se retuerce en su curva añorando el paso del tren. Pasé tantas veces entre sus hierros, y hace tanto, que recordarlo me hace creer en una mala fiebre. El tiempo vuelve una y otra vez con sus muestras en el camino. Lo que era el Guadiana, que asustaba pasarlo entre sus fuertes aguas, apenas varios charcos rezumados de ocasionales surgencias. Esta devastación la tengo conocida, y aún padezco los trozos que fui dejando con mi insistencia en no rendir las posiciones. Uno no nace para héroe, ni siquiera para sobresaliente de una corrida que más parece charlotada. Trazar la andadura con rectitud puede ser las más de las veces pura presunción.
Pensando esto veo pasar los minutos y no mucho más, la estación de Algodor. Se mantiene con su grandeza inesperada, con sus ventanas abiertas, ciegas, sin que los cristales simulen el abandono desolador que tiene. El progreso la ha apartado de la ruta y nadie aprecia su majestuosa traza neomudéjar. Si fuese esta tierra del Reino Unido, seguiría impresionando con su belleza, llena de utilidad y de historia. Pero para eso hay que tomar la historia como un inglés, que solo se desprende de sucio y viejo de los calzoncillos. Lo demás está entre lo irrenunciable. Tendré que verla muchas veces y dudo de su recuperación. Para eso, no se deben rendir las posiciones, y no conozco muchos por aquí cerca que lo hagan.
Pasa el tiempo para allí y para acá. Espero que deje algo más que las huellas del palomino en las losas del patio del Ministerio. No siempre detrás de uno se ve la sombra que nos sigue. El silencio no es mío solo. Últimamente tengo que buscar ayuda para coserme la mía a los pies, como Peter Pan.
(Escritor: Ramón Gallego Gil)

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