La
tarde del martes llegó plomiza. El bochorno de la tormenta que se avecinaba
había calentado los adoquines de la cuesta de Embajadores a tal temperatura
que, de estar limpios, se podría freír un huevo al instante. Balcones y
ventanas de las casas, que fueron mudos espectadores de la revuelta contra los
franceses, de las intrigas del ministro Calomarde, mostraban ese día su fatiga,
como perro que saca la lengua para refrigerarse: se veían entornadas con sus
cortinas cayendo inmóviles sin dar señal de brisa alguna; el olor a pescado
podrido del Mercado de San Fernando se hacía insoportable con el aire caliente
que parecía quedarse para siempre. Con gran sofoco y bajo su vieja gorra blanca
de visera, subía Damián con tiempo suficiente para llegar al comienzo de la
película, una de las dos del programa doble del cine San Cayetano. Al llegar al
estrechamiento de la calle, le pareció sentir que la temperatura no era tan agobiante,
incluso que le llegaba algún golpe de aire más frío: enseguida lo comprendió.
El portal de una de las casas de la acera derecha por donde subía, estaba
abierto y, desde dentro, se veía la puerta de par en par de un sótano de donde
salía la brisa fresca. Paró un momento para refrescarse y continuó la subida
hasta el cine. Sonrió la muchacha de la taquilla al darle la entrada y por el
hueco le llegó el aroma de Ozonopino del ambientador. Pasó despacio al
vestíbulo del cine y se detuvo ante los fotogramas de cartón de la película que
quería ver primero: Crónica Familiar,
de Valerio Zurlini. Se detuvo a er un primer plano de Serena Vergano. Pasó al
cine. El acomodador lo llevó por la sala, sorprendentemente llena, en la que la
temperatura, agradable, y el ambientador le hizo olvidar el olor a pescado
podrido. Comprendió al instante que su idea de aliviarse del calor la
compartían muchos. El acomodador con su formal uniforme color carmín le enseñó
con la linterna el asiento donde sentarse, junto a un hombre que parecía
cumplir a rajatabla la hora de la siesta. Terminaba la segunda película, Bésame, tonto, comedia americana con Kim
Novak y Dean Martin. A Damián le dio por pensar en lo que daría por dormir como
el espectador vecino. También se reconoció a si mismo que su afición de ir al
cine era conocer mundo y vivir aventuras sin riesgo alguno sentado en la
butaca. No lograba entender cómo se estaba agobiando tanto con todo lo que le
pasaba. Harto de estar encerrado en una habitación todo el día estudiando los
temas de la oposición, deprimido por la espantada de Mercedes, su novia, que
decía entender su esfuerzo por superar las oposiciones para asegurarse trabajo
estable y, sin embargo, no dejaba de pedirle salir todos los días. No había
terminado de preparar el tema 10 de Economía, pero la fatiga le estaba
superando. Pensaba distraerse antes de retomar el estudio a las diez, después
de cenar. – Damián, - le había dicho
Mercedes- es que te metes a estudiar y
luego te quejas de que tu vida no tiene grandes alicientes. Que te gustaría
vivir hechos relevantes y aventuras, de esas que solo les ocurren a muy pocas
personas. Pero desengáñate Damián, a la gente corriente como tú y como yo no
nos ocurren cosas que sean especiales, relevantes y trascendentes, solo los
hechos normales que viven la mayoría. – Jo, Mercedes. Solo quiero estr
tranquilo. Estos días estoy muy agobiado por los exámenes, se me ha acabado el
dinero que me mandó mi padre y no quiero pedirle más, no está muy boyante él
ahora; y me cuesta mucho no verte y estar, aunque sea solo un minuto, contigo.
Entiendo lo que me dices y es razonable, pero tú sabes que a las personas
imaginativas como tú y como yo nos encantaría vivir alguna que otra aventura en
la que nos pueda subir la adrenalina, aunque sea un poco. – Vale, vale, pues te
dejo. Me voy a Cercedilla. Adiós.
Mercedes no solía despedirse diciendo adiós, sino con un hasta luego o nos vemos, pero cuando se enfadaba, decía adiós. -Bueno, pensó, me distraeré con el cine. Por eso, envidiaba la tranquilidad con la
que dormía el espectador de al lado suyo. Así se le olvidaría sus
frustraciones.
A
las ocho menos cuarto, terminó la segunda película y encendieron las luces. Una
muchacha de la fila de delante que había mirado hacia atrás lanzó a la sala un
grito desgarrador. Vino corriendo el acomodador y señalaron al espectador que
parecía dormir. Estaba muerto. Volvió sobre sus pasos el acomodador y desde la
oficina llamó a la policía. Cerraron el cine. Llegaron los agentes de lo que la
gente llamaban “la Secreta”, tomaron nota del carnet de identidad de los
presentes en el cine y a Damián y a otro que estaba en el otro lado del muerto
se los llevaron a la Comisaría. Le tomaron declaración; dijo que no conocía al
muerto y que creía que estaba dormido. Sin embargo, le detuvieron y le metieron
en el calabozo hasta que se supiera la causa de la muerte. No estaba muy lejos
la morgue, pero se demoró el informe del forense hasta mediada la madrugada. A
las cinco y media, sonó un portazo de la puerta metálica de los calabozos.
Llegó el inspector de policía con una copia del informe y Damián se levantó del
catre donde se había echado para intentar descansar. - ¿Damián Cosme González Benavente? - ¿Sí? - Mire Damián, le vamos a
soltar. La autopsia ha determinado que murió por muerte natural. Aun así,
seguirá la investigación, al parecer el muerto es una personalidad de la
política internacional y hay que agotar todas las posibilidades. Le avisaremos,
no vaya de viaje a ningún lado.
Bajaba
Damián hacia el Paseo del Prado, andando sin prisas, disfrutando del fresco de
la madrugada. Vio la luz amarillenta de la cafetería de la Plaza de Carlos V y
se dirigió hacia ella para tomar algo caliente. Pasó un repartidor de prensa
con una Isocarro que paró junto a la cafetería y el quiosco de prensa. Echó un
vistazo a los titulares y compró el Diario Madrid. Había un titular que
resaltaba sobre los demás: Muere en un
cine de Lavapiés un funcionario de EEUU que acababa de llegar a Madrid de
Congreso Internacional del Desarme. Se cree que podría estar relacionado con la
prueba de la explosión de un ingenio termonuclear en la atmosfera. Según la
autopsia, pudiera parecer muerte natural, pero se extraña la policía de que un
diabético, como al parecer era el fallecido, tuviera tal alto contenido de
azúcar, por una ingesta reciente. Al parecer se vio antes de la hora entrar en
el cine, en la pastelería de Cascorro a un ruso que compró una docena de
Rellenos de crema, especialidad de la casa. No tenía el muerto ninguno de esos
pasteles al momento de morir. En su
estómago si había restos de ellos. ¿Suicidio? ¿Asesinato? (se preguntaba el
periódico).
-Se los comió todos, seguro. - Dijo en
voz alta Damián, mientras leía. -Están
tan buenos que crean adición. Buena forma de morir. Bueno, pues ya tengo una
aventura que contar.
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