20160330

LAS AVENTURAS DE ANTON QUIROGA


Hace años en Porto de Eguas, terminando el invierno, a punto de primavera, las yemas de los almendros en el huerto del frade Senén empujaban a cambiar de estación. A las once de la mañana se levantó desde la fraga un vientecillo racheado que crecía por momentos. Por la vereda, iba hacia la fraga Antón Quiroga Ebert, profesor de Química en Santiago, que se sentía animoso por las copitas del orujo del frade y el día fresco, húmedo, que aliviaba su sinusitis y la respiración; eso le daba una buena noticia: no tendría que tomar aspirina para su habitual dolor de cabeza. Con un tiempo así, su madre, Angélica Ebert Salgado, maestra de escuela, le contaba historias de leyendas, anécdotas familiares y sucedidos en la comarca, cuando Antón era niño; todos, de gran interés y misterio. Daba Angélica, mujer de lectura habitual, entonación y riqueza expresiva.
En el bosque, el olor de carballos, lureiros, tejos, y piñeiros llenaron su olfato, perezoso por la inflamación de los senos de la nariz. Se sentía tan bien por eso que dio profundas inspiraciones para llenar los pulmones del perfume de la fraga. En eso estaba cuando oyó pasos y, enseguida, vio salir detrás de un loureiro a un rapaz pequeño de no más de trece años que sonreía y le ofreció un papel doblado, diciendo: - teña Antón, mo dío un hobrecillo para vostede.
No supo reaccionar ante el rapaz y su inesperado mensaje. Iba a decir algo, pero había desaparecido. Corrió por la senda de cabras que se adentraba en la fraga y se paró al oír a lo lejos, desde lo más profundo el galopar de muchos caballos, como en estampida, atronando el entorno. Cuando se alejaban, oyó una voz muy débil, femenina que decía: … primero, llevar la contraria a aquella antipática de Rita Pardo; segundo, contentar a una chica de tan agradable aspecto como Esclavitud, desempeñando en cierto modo papel de Providencia, y reconciliándola con el destino, para ella funesto e implacable desde la hora de nacer…- Para Antón, esas frases, el timbre de voz… sonaban familiares. No habría de parar hasta descubrir dónde las había oído y quien las dijo. Perdió el
interés por el paseo y volvió sobre sus pasos hasta el pueblo, sin parar ni un solo momento; aunque sin apurar el paso, pues sus pensamientos, que corrían con intensidad y repasaban su memoria una y otra vez, le hacían ir tranquilo. Más pareciera extraño sonámbulo que hiciera su oficio a la luz de la mañana, al mediodía, que paseante agotando el paseo. Tres días hizo lo mismo y el itinerario a la fraga, y otros tantos, la misma vuelta con la fortuna del primer día, salvo que estas veces no le pareció ver al rapaz mensajero, del que pensó si era ensoñación, pues el papel no lo encontró en el bolsillo donde lo creía guardado. Pero sí sintió que al oído le decían frases conocidas, cada día, las que parecían continuar la historia que ya había oído antes. Por todo esto, aquellos días su ánimo se quebrantaba por el enigma, y también por el extraño temporal que se iniciaba a mediodía, precediendo el galopar de caballos y la voz contando una historia conocida. Marchó de Porto de Eguas y se quedó poco tiempo en su casa de Santiago de Compostela. Dos meses antes, había recibido una invitación a un curso de intercambio de la Universidad Libre de Berlín sobre Química Práctica. Aprovechó para ir e intentar olvidar sus extrañas experiencias en Porto de Eguas.
Llegó Antón a Berlín tres días después, en su Fiat Tipo, cargado de ilusión y esperanzado en olvidar la tensión y preocupación. Tenía ganas de ampliar sus conocimientos sobre química práctica. Se instaló en un apartamento alquilado cerca de la Universidad. Abrió la ventana; los árboles diseminados tintaban de verde vegetación de todo el entorno; sentía sensación de tranquilidad que hacía tiempo no tenía. Llamaron a la puerta. Abrió. Un hombre muy mayor, con un enorme bigote decimonónico retorcido en sus puntas le miraba sonriendo y preguntó: - ¿El profesor Quiroga Ebert? - Si, yo soy- El visitante le alargó la mano, y se presentó: - Soy Sigmund Ebert, profesor de Química Practica de esta Universidad. Bienvenido. Se encontrará bien entre nosotros. Sabemos de su prestigio por nuestro colega en Madrid, de Lucas, y nos encontramos muy felices de tenerle con nosotros. Me gustaría hablar antes de la sesión de mañana en la cafetería, para cambiar impresiones y, cómo no, para saber sus antecedentes y también de la coincidencia con nuestro común
apellido. – Soltó una risotada y esperó la contestación de Antón. - Bueno, sí, allí estaré, me interesa mucho las dos cosas; y ¡muchas gracias por su gentil bienvenida! – Bueno, de nada, pues nos vemos, hasta luego. Movió la mano en señal de despedida y se fue. Antón fue hacia la maleta y sacó lo que faltaba: el radio transistor, la batería del portátil, y una botella del orujo de hierbas del vecino, el frade Senén. Cuando terminó, tomó una copita del orujo y se fue a dar una vuelta por el entorno. Mejor que no lo hubiera hecho. Cuando iba por el Triestpark, vio otra vez el rapaz que le pareció ver en Porto de Eguas que volvió a decirle lo mismo, entregándole un papel envuelto: -…teña Antón, mo dío un hobrecillo para vostede… Se quedó estupefacto, sin poder reaccionar. Cuando empezó a hacerlo, sintió oír la voz femenina que, muy débilmente, volvía a contarle frases de la historia que le era familiar: … Un día hasta notó doña Aurora que su doncella apenas probaba alimento, obstinándose al mismo tiempo en continuar el trabajo y en responder que «no tenía nada». Antón, aturdido, le parecía que la realidad se confundía con sueño. Por eso, decidió volver a su apartamento y descansar, por ver si olvidaba todo lo vivido. Más tarde se echó en la cama y durmió hasta el día siguiente. A la hora convenida se vio con el profesor Ebert con el que, después de hablar de todo, terminaron haciéndose confidencias. Le contó los extraños sucesos que había vivido. Él se quedó pensativo y, finalmente dijo: - Parece un cuadro típico de alucinación inducida. ¿Ha tomado alguna cosa últimamente que contuviera hierbas u hongos? – Sí. Un licor alcohólico de un fraile de mi tierra que las contiene. – Deme una muestra. Lo analizaré. – Así lo hizo y al día siguiente le dio el resultado. Contenía una pequeña proporción de salvinorina-A, de la Salvia Divinorum o salvia de los dioses, que produce alucinaciones y se puede confundir con la Salvia Officinalis, que no las provoca. Llamó al frade Senén y confirmó que él también las había tenido. Por eso, en Porto de Eguas (Puerto de Yeguas), le pareció oír galope de caballos, en el bosque donde los hubo; ver al rapaz, y oír fragmentos de la obra de Emilia Pardo Bazán “Morriña” que le leyó su madre.

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