20160330

EL PASAPORTE


Fue el martes, 22 de febrero, cuando, a las nueve de la noche, Indalecio Sosa salió de su casa en la calle Barruelo, cerca de la esquina de la del Arco de San José en la ciudad de Orgáz. Hacía frío y el viento del norte azotaba con fuerza dejando como escasas cualquier prenda que se hubiera puesto. Embozado con la capa, encogido sobre el pecho, con la boina encasquetada y las manos metidas en los bolsillos, andaba con paso firme hacia la Posta. Pensaba en lo que le dijo Cipriano, el maestro, - El viernes pasado me llamó el regidor Donoso a la casa del municipio y dijo si yo era liberal, pues me vio con los liberales de Toledo saliendo de una reunión de la Comunería en 1823. Sabía que había cuatro más de Orgáz. Estate atento pues no creo que tarde en que se metan con nosotros. A esta gente servil de los Borbón no les gustan los revolucionarios, como sabes, aunque seamos gente de paz. - Dos perros de los vecinos rompieron a ladrar desde sus corrales y oyó como cerraban con fuerza una gran puerta de entrada de carruajes; poco después sintió el que había pasado rodando por el patio. Los vecinos se retiraban a las casas. Había tomado su decisión. No se iba a prestar a que le cogieran como un cordero. Al llegar a la posta llamó a la puerta, que abrió Tomás, el dueño de la casa posada y Posta. - Buenas noches Tomás, venía para que me reserves sitio en la próxima posta para Ciudad Real si lo hay. Tengo necesidad de irme de Orgáz, necesito atender a un tío que está enfermo. – Mañana, sobre las ocho, viene una galera de retorno para Córdoba, si te parece te reservo un asiento en ella. - me parece bien. - De acuerdo, así lo haré, pero pasa que te dé el recibo. Bueno ya sabes, si hay asiento. Si te vas, que vaya todo bien con tu tío. Vuelve pronto cuando puedas, si no estás el pueblo se pone en vilo, para no ponerse malo. El cirujano se terminará marchando, o le puede dar un mal dolor. Tú eres el único que nos puede ayudar, ya saben que el boticario es el que nos apaña casi siempre. Lo sé Tomás, y, créeme, que no me iría si no es por fuerza. En cuanto pueda vuelvo en seguida. – Se quedó mirando el ventero y finalmente dijo. - El caso es que ha pasado en la última posta un alguacil que me ha parecido que preguntaba por ti. Por si te hace falta, ven, te voy
a dar una cosa. - Pasaron dentro de la cocina y bajo una baldosa del poyo de la cocina sacó lo que parecía una carta. - Toma, es un pasaporte visado por si te hiciera falta. Está a nombre de un mercader de paños que se lo dejó aquí hace una semana. No creo que le haga falta, el muy bribón tenía tres pasaportes con distintos nombres. Ese no se esconde por causa buena, El pícaro debe ser un ladrón de los que no tienen casa ni pueblo. Los pasaportes se los vio la Jacintilla cuando le hizo la cama. Debe ser un buen pillo. – Gracias Tomás, lo cojo por si me hace falta. Eres un buen hombre. Lo dicho, volveré cuando pueda. No hay mal que cien años dure… Se dieron un abrazo y se despidieron hasta el día siguiente.
En la sierra de los Montes de Toledo, entre la breña y cerca de la carretera, dentro del corral de Venta de Juan de Dios, preparaba Andresillo la galera que habían terminado de reparar e iba a salir a las once de la mañana. Había pertrechado los repuestos y el bote de la grasa para las ruedas y repasaba sus pasadores. En ese momento llegó un alguacil con un despacho, se fue directo al comedor donde estaban cenado los huéspedes. Miró a un lado y otro y se dirigió hacia dos alguaciles que estaban cenando en el rincón más alejado. – ¿Sois los que vais a Córdoba? – Si, mañana saldremos. – Aquí tenéis un despacho de la Secretaría de Gracia y Justicia para el arresto de un tal Indalecio Sosa, de Orgáz, liberal que figuraba en una lista de Calomarde; se sabe que va a Córdoba a reunirse con otros liberales que le van a esconder. Es probable que venga en los próximos coches, ya sean de posta o particulares, identificad a tos los que vengan, estad atentos y si lo veis arrestarlo. Hay que llevarlo de vuelta a Toledo; debe llevar una carta de pago de 200 reales, debéis incautarla, es prueba necesaria. Aquí tenéis dinero para vuestra comida y alojamiento. – De acuerdo, esperaremos a que llegue.
Llegó la mañana y a las 8.35 de la mañana llegó una posta que iba hasta Córdoba. Tenía dos plazas vacías. Indalecio pagó el viaje y enseñó el pasaporte propio a Juan el Alguacil, el hijo de Damián. Media hora después partían hacia la venta de Juan de Dios, como próxima posta. Dentro del coche estuvo cavilando sobre su futuro que le esperaba.
Dentro de su valija, baúl y maletas, llevaba en un doble fondo toda la documentación que le hacía falta. La que restaba de la que ya había enviado a su buen amigo y abogado Zoilo Andrés Gutiérrez de Lena, que le ayudó a preparar su viaje. Los nervios que le agarrotaban los durmió con la contemplación de la naturaleza que veía por la ventanilla del coche. Recordó sus días con María Clara, cuando estuvo en Alcalá estudiando Farmacia y no pudo más que sonreír cuando le vino a la memoria su enfado cuando le regaló un libro que habían traducido del inglés de Jane Austen. Solo ver el título, Orgullo y Prejuicio, se encaró con él y dijo: - ¡Vamos a ver! ¿Quieres decirme que soy orgullosa, o que tengo prejuicios? - No, no, no. Es la historia de cómo la sociedad inglesa se enfrenta todos los días con los prejuicios de las clases altas con las medias y bajas y como éstas llevan su orgullo hasta límites difíciles por eso. – Ah. Dijo cogiendo el libro con mucho interés. Se lo había regalado por ser ella tan especial como era la protagonista Elizabeth Bennet. Ahora, en el coche que se balanceaba sobre la carretera, en la enorme soledad del campo de la Mancha, vio Indalecio que sus diferencias con ella se achicaban y su sentimiento se agrandaban. Posiblemente ya no la volvería ver. Sus problemas con la Justicia le obligaban a no ponerla en peligro.
Llegaron a la venta de Juan de Dios y salieron los alguaciles a pedir os pasaportes a los viajeros. Indalecio fue el tercero al que se lo, pidieron; al ver Samuel Díaz Jordán, Comerciante de paños, se lo devolvieron y le dejaron ir al comedor a tomar un tentempié. Cambiaron los caballos y siguieron el viaje. Eran las tres de la tarde cuando llegaron a Ciudad Real. Le esperaba Zoilo Andrés. Se abrazaron y contaron sus noticias. Una semana después tenía una espesa barba y otro pasaporte a nombre de Manuel Mirasierra en el que figuraba su oficio: Boticario. Tomo posesión de la Botica que había permutado un boticario de Zamora, que la había comprado, con la suya de Orgáz una semana antes de su partida. Al año siguiente fue a buscar a María Clara a Alcalá. Su madre le dio la noticia: su tristeza y unas fiebres de Malta acabaron con ella. Indalecio nunca recobró la sonrisa

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