
El Joshua Redman que recuerdo, magníficamente acompañado por Sam Yahel, en Hamond B3 y teclados, y Jeff Ballart, en la batería, se presentó con un jazz nuevo, con los ingredientes acústicos que facilita la técnica electrónica, a los que sacó un bello resultado. No solo hace el clásico juego de la improvisación, sino que desarrolla descripciones, relaciona emociones en un marco paisajístico musical, que a veces se antoja natural, y otras de típico paisaje urbano, con amplísima profundidad, lejanía o altura. Llega a brillar con limpísima ejecución de saxo con las composiciones que hace, con la colaboración de Yahel; y un buen trabajo del batería. Desde su sólida iniciación de bop, y con algún reflejo de bossa inundó el aire del Paraninfo de melodías encadenadas como tornados, siempre con la mano firme en el saxo que formaba parte de sí mismo. En los solos destacaron los dos miembros de la llamada “Elastic Band”, teclados y percusión. Pero como desaparece la niebla de noviembre con la tarde, así desaparecieron los dos elásticos cuando empezaba a sonar el saxo de Joshua. Incluso cuando tomaba el saxo soprano para aventurarse en más cercanas sensaciones. A veces se quedaba solo, y no por el trámite habitual del jazz de esparcimiento del instrumentista, sino porque necesariamente él deja sin sitio a los demás. Sería un error permanecer cuando el virtuoso se muestra. Especialmente en aquella variedad de graves, combinados con agudos, de imposible factura, y definición única, al parecer no es la primera vez que lo hacía. Aquella noche mágica fue de las que no se olvidan fácilmente recordando buen jazz.
El festival ha desaparecido, y no creo que vaya a volver mientras los asuntos de la cultura no se traten de otra manera por estas tierras. Solo queda la nostalgia y el compact para volver a sentir el timbre del saxo de Joshua haciendo vibrar los sentidos, camino cierto para el placer de vivir intensamente.
(Foto:Wiki commons)
No hay comentarios:
Publicar un comentario