Salía Virginia del taxi que le traía de su pueblo y, en el
momento de levantarse hacia fuera, se oyó un golpe metálico y dijo agachándose
a recoger lo que se le había caído: - ¡qué devoro de móvil! El móvil yacía por
un lado, la tapa de la batería por otro y la propia batería a metro y medio de
donde estaba ella. La miraba un muchacho de unos veinte años que pasaba por
allí y se paró para ver si la podía ayudar, cogió la batería y se la dio. –
gracias. Dijo. Preocupada, montó el teléfono y trató de encenderlo y…nada. No
respondía. –Jodeee que mierda, ¡buena la he hecho! ¿Y ahora que hago? –
¿Necesitas llamar? Le dijo el chico. -Te puedo dejar el mío… Ella le miró y
estuvo pensando qué hacía, mirando para un lado y para otro con la mano
desocupada en la cadera y con cara de gran fastidio. Miró al muchacho a los
ojos y (sin confiar en el ofrecimiento,
y consecuentemente en él), sin aguantar la mirada, se volvió y dijo de manera
súbita: - no gracias, ya me las arreglaré como pueda…- Como quieras. Hasta
luego. Dijo él. Y se fue.
No hacía más que dar vueltas entorno suyo intentando dar
solución al problema y lo único que parecía era que se iba poniendo mas
nerviosa. Cómo le iba a decir a Luis, su novio, que le dijera donde quedaban.
Después de la pelea que habían tenido, se les olvidó decir dónde. Sabía que iba
a venir a la capital pero no sabía en que sitio. Llevaban varios meses sin
verse desde que se fue a trabajar a Lucerna. Pero lo que más nerviosa le ponía
es que ella tenía unas ganas enormes de arreglar todo y le había prometido que
no apagaría el móvil más veces. Ya lo había hecho con él en más de una ocasión
y eso había estropeado cosas. Por otra parte también estaba lo de su oferta de
trabajo. Llamaron el día anterior y había quedado la empresa que llamarían para concretar el lugar y la hora
de la entrevista. Estuvo buscando en el bolso y no encontraba la nota donde
estaba el domicilio, para intentar contactar con ellos. En la empresa de
trabajo temporal, le dijo el nombre de la empresa donde iba a trabajar si la
seleccionaban, pero estaba en la aplicación de notas del móvil, y la llamarían.
En fin cada vuelta que le daba a las cosas se ponía más nerviosa y era incapaz
de mantener el suficiente sosiego para buscar una solución. Cogió la agenda de
su bolso y encontró el teléfono de casa de su hermano. Quizá le podía ayudar;
llamaría… Se fue a buscar una cabina telefónica y después de preguntar a dos
personas le indicaron donde estaba la mas próxima. Llegó hasta la plaza más
cercana y fue directamente hasta la cabina. Abrió la puerta corredera y vio
algo que la desesperó aún más: el cable
del auricular colgaba cortado. Salió y se fue a buscar otra. Después de
preguntar fue localizando hasta cuatro cabinas y… todas, con el mismo
resultado: inutilizadas. Una la ranura de las monedas atascada, otra sin línea,
averiada, la tercera escupía las monedas y no se podía hacer la llamada, y la
cuarta estaba totalmente reventada y con trazas de haber desvalijado el cajón
de las monedas. – ¡Mierdaaaaaas! Dijo con un grito, soltando su
desesperación. Se quedó un momento llena
de lágrimas sentada en el borde del murete del jardín. ¿Qué haría? Le pediría a
alguien que le dejara su móvil. Y con su vergüenza en las costillas se lo pidió
a una señora que acababa de hablar por el suyo. –No niña – le dijo, -no se lo
dejo a nadie. Ya me lo han robado tres veces. Ves a una cabina. ¿Cómo le iba a explicar a esa señora la mala
suerte que había tenido, con la cara de mala leche que le puso? Así que siguió
andando y lo intentó con una chica. Se lo dejó, pero en casa de su hermano no
cogían el teléfono. Llamó a su amiga Laura y estaba, como siempre hablando con
otra persona. No recordaba más números
de teléfonos, los contactos los tenía todos en el suyo. La chica tenía prisa y le
dijo con cara de lamentarlo: - , tía, lo siento, pero me tengo que ir. No pudo
rechistar, le dio las gracias. No era su día. Le dejaron otras tres personas el
suyo y con el mismo resultado. Se fue a una cafetería, pidió un café y trató de
tranquilizarse y pensar en alguna solución. No se le ocurría nada y estaba
desesperada. Se puso las manos en la cara y rompió a llorar. Le pasó por la
imaginación todas las cosas que hacía cuando no tenía móvil, y se dio cuenta
que tenía mas posibilidades que ahora. Entonces llevaba una agenda con todos
los teléfonos de sus contactos, allí anotaba todas las citas, las reuniones, y
quedaba con Luis antes de irse a la calle o de separarse, si estaban juntos.
Pensó que antes habría anotado el nombre de la empresa y la hora de la
entrevista, porque no lo habrían dejado para una llamada telefónica y si
hubiera sido así, se habría quedado en su casa esperando junto al fijo, como
hizo más de una vez. Seguía llorando, y los suspiros que daban cada vez eran
mayores. De pronto, le tocaron en el hombro. Era un hombre que le preguntó: -
chica ¿te pasa algo? ¿Puedo ayudarte? Le contó su desventura y las desgracias
que le venían encima si no contactaba pronto. Estaba incomunicada. Él la
escuchó con detenimiento, y cuando terminó le dijo: -mira yo no llevo mi móvil
en este momento, le dejé cargando en casa, pero lo primero que vamos a hacer es
que me vas a dejar el tuyo para que lo vea, a ver que le ha pasado. ¿Vale? Ella
sonrió y, complacida, sacó el móvil del bolso y se lo entregó. –Dices que se te
ha caído y que desde ese momento no funciona ¿no? Ella asintió con la cabeza.
–Bueno pues vamos a ver si se ha roto algo… Abrió el teléfono, sacó la batería
y se le quedó mirando sonriendo. Luego cogió la batería, le dio la vuelta y la
colocó en su sitio. – Enciéntelo y dale al
numero PIN. Lo hizo y el teléfono se encendió y se puso a cantar la
musiquilla de su puesta en funcionamiento. – Muuuuuuchas gracias. Dijo
recreándose en sus palabras. ¿Qué es lo que pasaba? – Nada, que con las prisas
y los nervios pusiste la batería al revés. Y es que las prisas, solo son buenas
para los delincuentes y los malos toreros…
Publicado en "La Tribuna de Ciudad Real el 21 de diciembre de 2013)
Publicado en "La Tribuna de Ciudad Real el 21 de diciembre de 2013)