20151204

COMENZÓ CON EL SOLOMILLO DE CORZO

Cruzamos la calle hacia el hotel y, en ese mismo momento, se cerraban las nubes acudiendo las sombras cuando, un coche, posiblemente un antiguo Daimler, estuvo a punto de atropellarnos. Tiré de ella con fuerza y en dos zancadas estábamos en la puerta y una más, en el vestíbulo. Un penetrante olor a café llenaba toda la  recepción: procedía de la sala contigua, donde había bastante gente tomándolo en las mesas. Aun no habían prohibido fumar y el humo tamizaba la luz que entraba desde las ventanas. En una mesa, solo, estaba Franz. Nos vio enseguida y nos invitó haciendo unas señas para que nos sentáramos con él: así lo hicimos. Después de ver como humeaba mi café, y estando todos servidos, Franz nos lo dijo: -Tenéis que quedaros. No solo han cerrado la frontera sino que la policía está todo el día en la calle buscando viajeros clandestinos. No conviene discutir con ellos; creo que están tan asustados como nosotros y un hombre con poder y asustado es mejor tenerle lejos. Mañana posiblemente estará todo más tranquilo. Allí nos quedamos.  Pensé en que iba a hacer y me decía: hoy ya no sé si sería capaz de volver. Las mañanas cuando amanecen, nos son familiares. Tengo todo lo que podía ambicionar. Nunca creí que podría vivir en otro lado; pero con Marie todo ha sido fácil. Aquel día que cruzamos al hotel, un día cualquiera, en un lugar de paso y… todo cambió. Nadie esperaba esto, pero en Baviera no impiden a nadie que pueda vivir y conforme, eso me dijo Franz un día que no recuerdo. Hoy cobra sentido. Más tarde, alargada la reunión, nos sirvieron solomillo de corzo. Llenamos los estómagos con alegría y terminamos con aguardiente de cerezas. Acordamos Marie y yo ir allá. Nos fuimos al caserón de Franz con las maletas. Cenamos allí y a altas horas de la noche nos quedamos solos Franz y yo. Escribía muy bien y muchas veces nos ayudábamos mutuamente para superar nuestros vicios de escritura. Siempre decía que su mejor tesoro eran sus libros. En su casa no tenía muchos. Aunque aseguró que tenia de su familia una buena biblioteca. No dormí mucho, aunque descansé lo suficiente después de la tensión del día anterior. Al amanecer, abrí la ventana que daba a las montañas y todo estaba nevado, llamé a Marie, nos abrazamos y en ese momento cogimos fuerzas para vivir todo este tiempo, juntos.

-Pero señor, ¿y en todos esos años que ha vivido en Baviera pensó alguna vez en acabar solo aquí, en Las Rozas? – No. Pero la vida, siempre da sorpresas, y no siempre buenas. –Ah. ¿Pero lograron salir de allí? - Sí pero no fue fácil. Mira Diego, siempre estuve preocupado de joven en preparar mi futuro con planes y sopesando expectativas sobre que habría de hacer para ser feliz, para conseguir todo lo que ambicionaba. Bueno, pues nunca han salido los planes, ni las expectativas eran como había previsto. La vida  es imprevisible. Por eso, desde que salimos del hotel Altstadt en Salzburgo, hasta que llegamos al caserón de Franz en Baviera ninguno supimos qué nos esperaba después, nos movimos solo por el instinto de supervivencia y con la generosidad de los amigos. Franz se fue dos semanas después a Suiza, donde estuvo viviendo hasta hace dos años en que falleció. Vivió fabricando agujas para los relojes de Cuco de gran calidad: las hacía con madera de ciruelo, con enchufe de latón muy bueno; se las pedían desde todos los lugares del mundo, tanto para la fabricación de relojes como para repuestos. Se casó con una suiza del cantón italiano, Gina, con la que tuvo tres hijos que mantienen su pequeña fábrica de repuestos de relojes de Cuco. Salió de Baviera por seguridad, le dieron aviso de que la GESTAPO le podía estar buscando. Antes de irse me vendió su casa, en la que estuve viviendo hasta 1995. Al despedirse dijo muy risueño: - Vivirás feliz en esta casa, pero te dará una gran alegría cuando empieces a olvidarla, te lo digo para que la cuides siempre. Fue de mis padres y te la encomiendo a ti, mi mejor amigo, que siempre te he considerado mi hermano.

Marie y yo estuvimos viviendo de la agricultura y la ganadería. Lo peor fue  en, y después de la guerra, que hubo muchas dificultades pero al fin salimos adelante. En todo este tiempo no he dejado de escribir, y tres veces el año nos hemos ido a la casa de Baviera en la que está viviendo nuestro hijo Günter que estudia ingeniería mecánica, allí en Alemania. Vinimos a España por motivos de salud, necesitamos los dos un clima menos húmedo. Marie, mejoró de sus dolencias reumáticas pero no pudo con el maldito tumor que acabó con ella. Mañana, sin falta cogeré el coche y me iré a Baviera.  Cerraré esta casa pensando por si no vuelvo. Tengo todo arreglado. Pero tengo que ir, Günter me ha dicho que han encontrado un maderamen extraño, como si fuera una puerta, en la pared del estudio cuando descubrieron el paramento para un arreglo de humedades. Le dije que lo descubriera pero quiere que esté presente yo. Parece que tiene algo escrito que esta muy borroso. A mi edad Diego solo importa lo esencial. Por haber conocido tanto y de haber errado tanto. Solo importa el afecto. Eres un buen chico, y como tengo confianza en tí te cuento todas estas cosas. Te diré como me va allí en Baviera. Mandaré mensajes con todo lo que te pueda contar. Sabes que para la edad que tengo uso el ordenador con soltura. Me viene bien, no tengo que ir a correos, ni comprar sobres, ni esperar varios días a que llegue. Así que ya te contaré, debes estar atento a tu correo, sí, ya te contaré.


Esto es lo que hablamos Diego y yo antes de partir de Las Rozas. Lo que hice el miércoles cinco de octubre. El año de  2005 fue el que cambió de nuevo mi vida, como aquel 1945 en que salimos por pies de aquel hotel  de Salzburgo y nos fuimos a Baviera, o cuando en 1995 nos vinimos a España, a Las Rozas. Hice el viaje de mi vuelta muy tranquilo. Me hubiera gustado disfrutar de la comida un poco más;  en Clermont-Ferrand me recomendaron  Aligot y la Tartiflete, típicas en Auvergne. Me gustó, pero me arrepentí después: muy rico todo pero demasiado fuertes para mi estómago; pero lo bastante bueno como para hablar de ello. Al llegar a mi destino, me estaba esperando Günter a la entrada de la casa. Nos abrazamos y enseguida me contó lo del descubrimiento. Fuimos a verlo. Estaba muy nervioso por ver lo que hubiera. En el panel de madera descubierto estuve viendo la inscripción. Conseguí leer lo que decía antes de que se estropeara al levantar las maderas, decía: Meine Bücher sind meine Welt, und es ist alles was Sie brauchen. Que venía a decir: Mis libros son mi mundo, y es todo lo que preciso. Detrás estaba la biblioteca de la familia de Franz. Tenía razón, cuando ya tenía casi olvidada la casa, me acababa de dar una gran alegría. Más de dos mil títulos, muchos de ellos antiguos, y desclasificados, alegraron mis días.

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