20151204

EL PASAJERO DE EL TRIUNFANTE



A las seis de la mañana, cuando las campanas de la catedral llamaban a misa, una mano cogió la aldaba de la puerta de la casa de Lucio Grasso Alcántara, dependiente de la provisión de víveres de la Marina, y llamaron tres veces seguidas; a la tercera salió su padre, Anselmo, a abrir. - ¡Ya vaaa! –. Dijo desde el patio. Nada más abrir el portalón, un hombre con uniforme de la Marina se dirigió a él: - ¿Esta es la casa de Lucio Grasso? – Sí, la misma, yo soy su padre. – Buenos días señor, ¿está su hijo?- Sí, estaba durmiendo, supongo que se habrá despertado con el ruido. – Mire, le traigo un billete urgente de la Comandancia de la Marina. Se ha llamado a su hijo para que se incorpore a la dotación del navío de línea “El Triunfante”, para un viaje al reino de Nápoles con la escuadra que ha de salir en los próximos días;  para traer al rey Don Carlos, nuestro señor, a España, según disposición de la Regente del Reino, la Reina madre. – Anselmo se dio la vuelta y desde la entrada del patio dio una voz: - ¡Luciooo! Corre ven, la Marina te llamaaa. Poco después se vio venir al muchacho abrochándose la camisa y atusándose los pelos que tenía revueltos. Leyó el billete y miró a su padre, entre preocupado y  con una ilusión que se abría paso en sus ojos, cada segundo más despiertos.
En la bahía de Cádiz, aquel domingo veintiséis de agosto, el mar en noche cerrada empezaba a recibir las primeras débiles luminarias de un alba quedo, tranquila, la brisa llevaba las olas hasta romper en las rocas con escasa violencia, las gaviotas empezaban sus salidas y el sereno de la parroquia pasaba por la calle cuando el mensajero partía a su destino. La madreselva del corral vecino perfumaba el comienzo de aquel día, que Lucio veía de una manera distinta, nueva. El mundo se le abría sin haberlo buscado.
El martes siguiente, fue llamado Lucio por su patrón en la Oficina de provisión de víveres de la Marina; al llegar al despacho, le recibió sonriendo: –Lucio, debes saber que vas a sustituir a Francisco en la plaza de la dotación que tenemos en la escuadra. Cayó enfermo y él mismo nos ha recomendado que seas tu el sustituto, así se lo he hecho saber al alférez. Ahora tienes que venir conmigo  a saludar a Don Juan de Lángara que estará al mando del navío El Triunfante en el que vas a prestar servicio en el viaje hasta el Reino de Nápoles. ¡Vamos! No hay que aguardar ni un minuto. -Poco después entraban en la casa donde se alojaba Don Juan, que les recibió sonriendo. - Bienvenido al servicio de su Majestad, Lucio. Me han hablado mucho y bueno de ti y espero que estés bien con nosotros en este hermoso  y, espero, feliz viaje. Solo quiero decirte que en esta misión, en algún momento tienes necesidad de mi ayuda para algún entuerto que se te presente, no dejes de hacérmelo saber. Tendrás mi ayuda.
El día veintinueve partieron de Cádiz, once navíos, dos fragatas y dos tartanas, que como es sabido se refiere, no a carros cubiertos sino a pequeños barcos de vela latina. Todo ello al mando de Don Juan José Navarro, Marqués de la Victoria, entre ellas, El Triunfante  bajo las órdenes de Don Juan de Lángara y donde iba Lucio como apoyo para los suministros. Pasaba los días y parte de las noches, cuando los trabajos de apoyo que le habían encomendado terminaban, en cubierta, viendo el ancho mar que no parecía tener fin. Días tranquilos unos, otros con mar rizada o marejada y alguno con seria amenaza de tempestad. Pensó Lucio en esos momentos en los que el mar enseña su enorme poder, en los que se presenta el sentimiento más profundo de indefensión, si merecía la pena la aventura que estaba viviendo ante la posibilidad de perder todo, hasta la vida, pero nunca le faltó la voz experta marinera que le tranquilizó. En el alba del día 27 estaba en cubierta cuando oyó vocear fuerte al vigía: -¡Tierraaa! Habían llegado al Reino de Nápoles. Por la tarde fondearon delante de la capital. Allí estuvieron hasta que partió la comitiva real el día 7 de octubre, subiendo en el navío los infantes Don Antonio y don Francisco Javier. Por eso el día 13, Lucio vio desde la cubierta, cerca, a distancia de voz, el navío real Fenix, al que se acercaron para que los reyes saludaran a sus hijos, que estaban con ellos en El Triunfante. Todo no fue tranquilidad, el 14 llegó una borrasca por el oeste-sudeste que los tuvo encajando golpes de mar para temor de algunos. Dos días después, con mar picada del este, llegaron a Barcelona, y desembarcaron los reyes: fue el día en que llegó una chalupa hasta El Triunfante en la que venía Chiara, una muchacha napolitana, huérfana, que estaba al servicio de los infantes. Cuidaba de la dieta italiana que demandaban. Desde ese día, en el que ella le miró, nada más subir al navío, buscaron los dos la manera de coincidir en cubierta, lo que hacían al alba en el castillo de proa. Pasaron Alicante, Cartagena, Vélez Málaga, hasta que el 28 de noviembre llegaron fuera de las Puercas, frente  a Cádiz, donde anclaron. Días después estaban los dos paseando por las calles de la ciudad, luego de recibir el permiso para ir a sus casas. Chiara lo recibió y con la comprensión de la comitiva real, se instaló  con una renta baja en una casa que le facilitó don Juan de Lángara. Dos meses después recibió Don Juan el agradecimiento de Don Alfonso Clemente de Aróstegui, ministro plenipotenciario en Nápoles, que hacía saber que Chiara debía ser tratada como si fuera hija suya.

Bajo los ficus del huerto de San Francisco, que muchos años más tarde sería la Plaza de la Mina, solían sentarse Lucio y Chiara, donde encontraron los hechos comunes en sus vidas, que gustaban compartir. En los ojos de Chiara encontraba Lucio la misma tranquilidad que le dio el mar cuando apaciguó sus energías y, en sus labios, la enorme, apasionante y embriagadora aventura como la que no dudó en emprender al partir para el viaje real  a Nápoles. Se casaron meses después en la iglesia del Convento de San Francisco. No había ningún mes de septiembre en el que él no celebrara con ella, el día 29 su partida hasta Nápoles, ni octubre en el que ella no le invitara a celebrar el día 16 en el que se conocieron, con una enorme, caliente y sabrosa pizza Margherita. 

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