20151204

INCIDENTE EN FLORENCIA


Tal día como el de hoy, de septiembre mudando a otoño temprano, con las nubes acercándose por poniente, con un vientecillo que iba tornando a frío y un continuo desasosiego, propio de los días de mudanza, llegué hasta la casa de mi tío Miguel. Había terminado los trámites de la testamentaría, pago de impuestos y tributos de todo orden. En la planta baja, con el amargo sabor de la tristeza por mi buen tío, tuve la sensación de despojo desgarrador viendo las habitaciones de abajo vacías (se dieron prisa los primos en llevarse todo); de lo que se salvaba la planta superior, cuyos enseres me los había dejado a mí, y donde encontré una buena sorpresa. En el despacho, dentro de un cajón de la mesa, había una carpeta de cintas, decorada al agua, que, de puro vieja, hacía ruina por los bordes amarillentos, descarnado el cartón y las cintas, enrolladas, más parecían cordón que otra cosa. Dentro, había un fajo de folios y cuartillas con la caligrafía inglesa suya por las dos caras. Hizo bien en numerarlas. Debía ver si estaban completas: eran un auténtico caos, revueltas. Alguien habría estado buscando algo y las dejó sin ordenar. Mi interés aumentó cuando leí el primer párrafo de la hoja número uno,  totalmente legible aunque bastante sucia. Decía el tío Miguel: “Llegué a Florencia con la idea de descansar y olvidar. Descansar, del estrés provocado por tanto juicio sobre los bienes, mal dispuesto y cargado de malas intenciones; olvidar, para dejar de sufrir por la frustración de la vida que había llevado en los últimos años. Amenazaba ya el otoño - aún no había llegado- por un viento insistente, frío, y las nubes, más propias de lluvias persistentes que de aguacero ocasional, no dejaban ni un mínimo espacio para los rayos del sol. Después de una noche en el hotel en la que descansé a pierna suelta, di una vuelta por la ciudad  de nuevo. Florencia la he visto tantas veces que perdí la memoria de ellas; para mi semeja a lo que gusta mucho al paladar: por mucho que se tome, siempre se siente la necesidad de volver a repetir. Por su genuina naturaleza de ciudad madre del arte y cultura; y también, porque no decirlo, por volver a comer tranquilo su cocina sencilla y sabrosa que no desmerece de ninguna de las ciudades italianas. Llegué a mediodía hasta el Ristorante Finisterra en la Piazza  Santa Croce y, sentado en la terraza, aguardando a unos canelones calentitos que pudieran aplacar el hambre, escuché tras de mí, que hablaban sobre la necesidad urgente de acudir a una casa para hacerse con una estatuilla. No se guardaban de hablar bajo para no ser oídos; pudiera ser que esperasen, por la pinta de anglosajón que siempre he tenido, herencia de mi madre, que no les entendiera. Pero sí me enteré de todo, decían: –Escucha Gennaro, no te lo voy a decir más veces, sube inmediatamente al puto piso, y con la llave que te he dado, entras , llegas hasta el taller y coges la estatuilla de la foto que te he dado, y te bajas inmediatamente. No quiero que esperes más a tu tío, maldita la falta que hace ese inútil que todo lo lía; si llega, ya lo habremos hecho y estaremos lejos de aquí; ya le llamo yo cuando te vea a aparecer. ¡Venga, coglione, sube! Bueno Fredo, no te pongas así, ya voy…”
Al llegar al final del párrafo, cogí las hojas y me puse con mucho interés a ordenarlas; una vez hecho, aguardé hasta llegar a casa y allí las leí. Continué donde lo había dejado la lectura de lo que contaba el tío Miguel: “No sé si habré reproducido correctamente el diálogo que oí, pero parecía estar claro que preparaban un robo en una casa de las cercanías y por las miradas que hacían, cuando hablaban de subir, era en la casa del número 10 de la Plaza. Los dos tenían mala cara, pero dejaron claro que el tal Gennaro quería esperar a su tío para hacer el trabajo y el que se llamaba Fredo le estaba apremiando. Como no podía estar seguro de mis sospechas, les seguí con la vista, disimulando, su marcha hasta el edificio donde entraba el tal Gennaro. Les hice unas fotos con el móvil.  Vi pasar al portal a Gennaro, y al cabo de cinco minutos, salía con un paquete, envuelto en papel de periódico. Fredo le dio una palmada en el hombro y salieron andando con mucha prisa.  Llamé a mi amigo Carlo y le conté lo ocurrido. Le mandé las fotos por Washapp. Dijo que haría lo que pudiera, pero me advirtió que a los funcionarios de los servicios administrativos, como él, del Ministero dell`Interno, no les hacían mucho caso y daban largas a los asuntos, a no ser que hubiera una denuncia en firme. Esperé. Cuando estaba tomando el postre llegó al restaurante Carlo. Nos dimos un fuerte abrazo como siempre y después de pedir un café para él, me contó las gestiones que había hecho. – Miguel, le pasé tu información a la Comisaría más próxima, mandándole la foto. Me atendió un subcomisario joven muy amable que enseguida movilizó a la policía. Cuando los localizaron después de una persecución, los detuvieron pero no llevaban nada, pese a que un carabiniere aseguró que había visto a uno de ellos con un paquete envuelto en papel de periódicos. Efectivamente en el número 10 de la Piazza Santa Croce acaban de robar una estatuilla atribuida a Donatello. Seguirán las indagaciones. Te tendré informado.-

Dos días después me fui a dar una vuelta por el centro de la ciudad,  y decidía ir a Sabani, en el Mercado de San Lorenzo, el llamado Mercado de la Paja, para ver si tenían una cartera portafolios de cuero que me hacía falta, y cuando estaba dando una vuelta por los puestos del mercado vi en uno estatuillas de recuerdo para los turistas. Miré con detalle y había diez iguales del David de Donatello hecho en 1409, igual que el que habían robado en el 10 de la Piazza Santa Croce, donde lo habían llevado desde el Palazzo Vecchio para su limpieza. Me quedé mirando las estatuillas como si estuviera hipnotizado. Observé que todas eran iguales menos una que parecía tener mas consistencia y estar mejor hecha, como si fuera auténtica. Le hice una foto y se la mandé también por washapp a Carlo para que comprobara con un experto si había algo por lo que sospechar. Media hora más tarde me llamaba por teléfono: - ¡Michele! –Dijo con gran excitación- me ha dicho Calógero, el subcomisario que nos atendió el otro día, que te tienes que ir con ellos a la Comisaría de asesor. Que te pagarán con una derrama, con dinero negro o con comidas o lo que tu quieras, pero que te vayas con ellos: ¡has acertado y tienes un olfato de sabueso extraordinario! Efectivamente, era la estatuilla de Donatello robada la que estaba con las demás: Se la habían vendido al del puesto del Mercado de la Paja por quince euros, el del puesto la quería vender por veinte, ya que no sabía que era auténtica. El que la vendió se la había encontrado en una papelera en la Vía della Condotta, creía que era de las que vendían como recuerdo. Grazzie mille Miguel.” Nunca me olvidaré de este asunto. Fue divertido.” Cuando leí lo escrito por el tío Miguel, Pensé que era así para todo: un tío genial.

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