20151204

LA VISITA DEL RESTAURADOR

El 16 de noviembre en el ventanal del taller de Andrés, en la calle del Olivar, se veían reflejadas las nubes algodonosas del día, que iban desapareciendo en un cielo de azul metálico intenso. Cuando pasó por la calle Irene vio el reflejo de cielo en el cristal y a Andrés trabajando dentro, para lo que había encendido la luz amarillenta de la tulipa de porcelana que colgaba del techo, encima de la mesa de trabajo, algo sucia por el polvo del serrín. Estaba repasando suavemente con el cepillo de madera pequeño y se auxiliaba con la gubia;  acariciaba la madera una y otra vez apara comprobar la textura de la que estaba preparando de una bancada. Sonrió Irene. Día frío, de luz deslumbrante al que no acompañaba el viento que soplaba, no muy fuerte, pero calando su baja temperatura hasta los huesos. Miró hacia arriba y volvió a leer Andrés Rui. Restaurador. Se decidió a entrar. Sonó la campanilla y Andrés, cuando la vio, sonriendo le dijo: -Hola chica, me alegro de verte. Has escogido un mal día para salir. –Hola Andrés. ¿Tienes mucho trabajo hoy? – Alguno hay, pero, ¿por qué lo dices? ¿Se te ocurre alguna cosa? ¿Tal vez que salgamos más tarde a tomar unas cañas, eh chica? – No pensaba en eso, sino si te iba a entretener; pero ahora que lo dices, si te apetece y puedes, me parece bien: ¿quedamos a las nueve en el bar de Argumosa, en El Automático? – Si puedo; vale, allí estaré. Pero dime: ¿cómo te va a ti, chica? –Bien, hoy libro. Estuve todo el fin de semana trabajando y con problemas, pero ya pasó todo. Creo que me vendrán bien esas cañas. – Bueno pues quedamos allí. –Vale, te dejo. Hasta luego.- Hasta luego chica.
A las nueve vio a Andrés que había llegado al bar y se sentaba en la mesa del fondo. Lo veía frotándose las manos escocidas y repasando una  tirita que se habría puesto en el dedo índice de la mano izquierda para contener la hemorragia de un corte. Le preguntaría por eso. El ruido de las voces de los clientes del local turbaba un poco. Él sacó su agenda y estubo tomando notas. Cuando estaba en ello, levantó la cabeza al ver de reojo que alguien se había acercado a su mesa: Irene, sonriendo, habló primero. – Hola chico. ¿Has pedido ya? – Andrés sonrió al oír que ella le llamaba como solía hacerlo él a ella. –No, estaba esperando a que llegaras para hacerlo. Siéntate. Levantó la cabeza, y llamó la atención de un camarero que se acercó y le pidió las cañas. – Bueno Irene, cuéntame, ¿qué problemas tuviste el fin de semana? – Ah, ¿eso? Que quieres que te diga. Me tocaba el turno, como te dije y un tío cansino, no se si estaría algo trompa, pero seguro que habría bebido algo más de lo debido, estuvo toda la tarde dándome la vara. Primero haciéndose el gracioso, luego dos horas más tarde volviendo para invitarme a cenar con él, y ante mi negativa, se fue y antes de acabar del trabajo al día siguiente, volvió con las mismas y luego, ante mi negativa, montó un número violento dando voces y resistiéndose ante los de seguridad que se lo llevaron a la calle; parece que lo tranquilizaron. Ya no ha vuelto. – Bueno mejor así. Supongo que te habrás preocupado mucho. Lo siento. Si tienes otra vez problemas de esos me avisas y me llevo el formón gordo y le arranco los ojos como si fueran unos bígaros, ¿eh? – Irene soltó una carcajada, luego, zanjó el asunto: - mejor no. No creo que haga falta. – Le miraba entre complacida y embelesada y cuando se dio cuenta que se estaba ruborizando. Calló unos segundos y cambió de tema. Se quedaron algo más de una hora hablando. Se contaron todo lo que querían saber el uno del otro y parecían estar algo más que una amistad superficial. La Plaza de Lavapiés  empezó a tener otro sentido para Irene. Ella pasaba por allí todos los días desde su casa, en la calle del Olmo, hasta la estación del Metro y a la vuelta del trabajo, del Metro hasta su casa. Podía bajar por la calle Ave María, como hacía muchas veces antes, pero desde que le presentaron a Andrés en Melo`s, la noche del sábado 14 de noviembre de 1998 había cambiado de itinerario y siempre bajaba por Olivar. Para verle, y si podía, saludarle. No era mucho, pero no sabía cómo llegar a más por conocerlo: le gustaba.

El día de la lotería de Navidad con niebla. La contaminación había bajado y dejó el aire limpio, salvo por el olor del aceite quemado por los churros fritos de un bar. Bajaban por la calle del Olivar Irene y su amiga Sofía, cuerpo erguido, hacia atrás por la cuesta: iban charlando, riendo y elevando la voz a veces para poner énfasis en sus palabras. Como una mayoría de españoles, perdían el pudor y contaban sus intimidades, en voz alta, al ir con alguien de confianza; como si la calle, el Metro o cualquier sitio público fuera un lugar neutral y aséptico. – Tienes que repetir y venir más días a casa Sofía. Vemos una peli y con las que tenemos, pasamos un buen rato en casa. ¿No me digas que no es una buena forma de acabar después de ir de copas por el barrio, no? – Ya te digo Irene, lo he pasado genial. Nunca me olvido de las Zapatillas de Melo`s,: ¡que ricas! ¿cómo las harán? ¿es jamón york? Y el queso, ¿es francés?- No tía no, el jamón es lacón gallego cocido y el queso de Tetilla? – Pues están geniales. – Ya te digo. Casi mejor que George Clooney. – Bueno, bueno, no sé, no sé. Reían con ganas. – Por cierto, Irene, ¿que pasa contigo con el chico ese que trabaja por aquí? ¿Cómo se llamaba? –Andrés – Eso, Andrés. Me hablas mucho de él y me parece que te gusta cantidad, ¿a que sí? No me digas que no, que te veo los ojillos cada vez que hablas de él. – No, nada, de verdad, nada. Solo nos saludamos y nada más cuando nos vemos. – ¿Y cuando os veis?- No, bueno, vernos, vernos, nunca, solo he estado con él cuando me lo presentaron un sábado en Melo`s y, después, solo lo veo en su taller ahí abajo cuando paso. - ¿Ahí abajo tía? ¿dónde? ¿dónde? –Ahí abajo, ahora pasaremos por delante. Ya te digo. - ¿Es mono?, anda ¡dime que sí! –Bueno sí me gusta pero ya sabes que a mi me da corte presentarme y hacerme la encontradiza, ¡joder! digo yo que los hombres deben hacer un poco si le interesas ¿no? – Bueno chica me estas contando las cosas… como dando vueltas, pero a mí me dices lo que hay ¿te gusta el Andrés? ¡anda! ¡dílo! – Bueno sí me gusta, pero no le conozco mucho. – ¿Quieres que le hagamos en unos minutos una visita? –No, no tía me da mucho corte. – ¡Qué corte ni que niño muerto! , mira, pasamos por delante, echas un vistazo, y si está solo, me aprietas la mano y pasamos a saludarle. ¡Qué demonios! A lo mejor me gusta también a mí... - ¡Oyeee tu! No te pases...- vale pues vamos. En el ventanal del taller de Andrés se veían reflejadas las nubes algodonosas del día; iban desapareciendo en un cielo azul metálico intenso… Pasaron, lo saludaron y quedaron para ir al Automático a tomar unas cañas. Era la primera vez que iba Irene a quedar con él. Luego, vendrían más. Lo que había pensado ella antes, tantas veces antes, parecía premonición. Cosas de la imaginación

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