20151204

EL ÚLTIMO DÍA DE MONSIEUR DACHEUX

El viejo Panhard conducido por Jules Durot corría a más velocidad de lo habitual por la campiña de Grasse.  Al lado, reclinado a la derecha, iba su tío Armand, el hermano de su madre. No decía nada. Con sus flacas piernas recogidas en postura casi fetal, manos juntas, puños cerrados y mirada perdida. Apenas se podía oír una leve queja de vez en cuando.   - Tío, aguante usted que ya llegamos… Llegaron al 15 de la Avenue des Broussailles, salieron los enfermeros con una camilla avisados por Jules minutos antes y lo metieron en el Hospital de Cannes.
Por el pasillo inferior, el anciano tío vivía en otro tiempo: -¡Armand! ¡Armand! ¡Por Dios  padre! ¿Dónde esta el niño? ¿Sabe usted donde se ha ido el niño? –No lo sé; creía que estaba con vosotros. ¿Cómo dejáis a la criatura que se vaya solo? ¡Vamos!, ¡vamos!  A ver… estará jugando fuera de la casa. – ¡Armand! ¡Armand!
 Llamaban, pero no podía contestar, tragué agua y los pies pesaban y tiraron hacia el fondo de la bassin; manoteaba, pero no podía evitar hundirme. Oía el ruido sordo de alguien que se echaba al agua y nadaba hacia mí. Era la tía Monique. Cogió mis brazos y, en un momento, tosía y vomitaba el agua en el brocal de la bassin. Madre me comía a besos y lloraba. Desde ese día quise mucho a la tía. Fui a su casa en Le Tignet  después de aquellos días. Tres años después, en Le Tignet: días preciosos de aventuras, felices y mi amistad con Marceline. Con mi imaginación y la suya, sí…días hermosos: aquella noche entre las higueras del huerto, con el perfume de los tomates y los pepinos, albahaca, salvia, menta y calabacines; sentados en el suelo lleno de grama fresca...todo muy agradable en esos días de calor fuerte; nos preguntamos como se llamarían las estrellas más grandes que hacían grupos; (el abuelo Jonás se las sabía todas y otro día nos lo dijo). Esa noche  y el beso de Marceline con su boca fresca, dulce. No sabía que eso pudiera perturbarme tanto; y no era malo, que vá, todo lo contrario, era muy emocionante… y hermoso. Soñaba Armand y se sentía con Marceline.
-Aguante usted tío, no se le ocurra morir, que solo le tengo a usted, y me hace falta. Venga tío que usted nunca fue un arrugao, ¡échele valor y coraje tío! Decía Jules a su oído ayudando a empujar la camilla.
Pensaba el viejo Armand Dacheux: -En el pajar de la casa en ruinas del vecino de la tía Monique, cogimos Marceline, Gastón y yo los pichones que luego preparó la tía para comer, asados con pasas y setas. El aleteo de las palomas… nos asustó siempre. Volvíamos… no sé por qué. Pichones y susto. El aleteo: parecía sentir un ser extraño con la muerte en la mano. ¡Qué tontería! Solo eran palomas asustadas. Claro que Gastón nos contó que, en esa casa, mataron con la bayoneta a un alemán; y lo tiraron  a una bocamina. Fusilaron a cinco del pueblo en represalia. Decían que el alemán se aparecía por la noche en aquella casa preguntando por su pueblo, Oyten, en Bremen. Por eso, cuando íbamos a por los pichones no tardábamos ni cinco minutos y acabamos corriendo con el menor ruido.
Desde entonces mis pesadillas eran con el alemán muerto.
Llevaban a Armand por los pasillos hacia los boxes de observación. El viejo Armand con la boca abierta, los pómulos salientes, las mejillas y las cuencas de los ojos, moradas, hundidas y los ojos a medio cerrar. Los médicos que se acercaban le auscultaban, le miraban las pupilas y los enfermeros no decían nada, solo movían la cabeza cuando habían pasado, negando con la cabeza.
 Mientras, seguía cavilando el buen Armand: - Lloré en el funeral de padre. Nunca hubiera creído que él se iría tan pronto. Desde ese momento, no solo me hice cargo de la familia sino de los hermanos cuando se fueron uno tras otro. El día que fui al taller del alfarero Vincent Duriez había un olor desagradable y permanente a arcilla húmeda, desde el principio; padre dijo que agradeciera que me diera una oportunidad monsieur Vincent para aprender el oficio como aprendiz. Cuando recibí mi primera paga y vi mi primera maceta bien hecha, decidí que ese era mi oficio. Sesenta años haciendo de alfarero con una buena clientela y prestigio. Fue bueno. El maestro Vincent fue buena persona pese al genio insoportable que sacaba cuando menos se esperaba, era entonces cuando comprendí porqué tenía la nariz aguileña grande, en punta y los ojos, que en ese momento se le abrían más de lo habitual, mostraba las encías y agarrotaba las manos. Daba algo de miedo oírle hablar así, o lo que era peor, gritar con su voz estridente y fuerte. Luego, en cuestión de minutos, cuando la sangre se le bajaba, se entristecía y a los cinco minutos pedía perdón a quien fuera que hubiese sido atropellado por aquella furia. No, no era mala persona y ayudó a todo el mundo de la manera más generosa: en silencio. Aprendí el oficio con él, como un padre y, una semana antes de morir, quizá lo presentía, dijo que el taller debía ser mío, y lo cumplió: en el testamento me lo dejó, además de su casa. Le vi feliz el día que me presentó a sus parientes en aquella comida en primavera de 1938, sobre todo cuando me presentó a Claudia, que entonces aun vivía en Italia con sus padres. Ahora entiendo porqué me dejó a mi la casa y no a ella, que era su sobrina. Tenía la intención entonces de adoptarme si morían mis padres, como ocurrió en 1945. Para entonces ya me había casado con Claudia, daba lo mismo. Pero como todo lo que hacía, lo tenía previsto todo. ¡Claudia!: ¿te acuerdas de que te enfadaste porque en la boda, tu tío me hacía más caso a mí que a ti? Ya te lo dije: no era porque me quisiera más, no; me dijo al oído que te cuidara y fuera buen marido que si no vendría desde el Infierno con unas brasas a quemarme el culo. ¡Que hombre monsieur Vincent! Como cuando echó de su casa a una partida de alemanes que querían registrarla. No sé que les diría en alemán; lo aprendió en el campo de prisioneros en la primera Gran Guerra; los alemanes de aquella partida se fueron asustados. Llevaba en la mano la Medialuna de barro con la que se modela platos y cuencos. Por su carácter me lo recordó luego al general Maurice Challe, cuando estuve en Argel a su servicio. La guerra de la independencia fue una tragedia para muchos de nosotros, esencialmente para los musulmanes “harkis” que nos ayudaron en la lucha y que luego represaliaron. Pero mejor olvidar todo eso. No siento ningún orgullo por haber estado allí. Se quejaron los hijos de que no les contara nada de esa guerra… pero nada de lo que viví era para recordar. Mis hijos… que pronto se fueron. Desde entonces solo con Jules he podido sentir la alegría de vivir. Es un buen sobrino, o hijo, que para mí los es. Seguro que madre estaría de acuerdo conmigo. ¡Madre!.. ¿dónde estás madre? Ah, ya te oigo…te he hecho tu lebrillo con flores.

¿Cómo esta mi tío doctor? Le miraba el médico con gesto serio. Negó con la cabeza. ¡Pobre tío Armand! Mi tío… mi querido tío. Descansa tío… Le beso en la frente antes de despedirse.

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