20060529

NUBES NEGRAS


Oscureció la tarde, después de calentarse al bochorno de una siesta de las que aprovecha el fauno. Nubes negras, cargadas de agua, no se deciden a soltarla con la furia habitual en las tormentas serias. Al oeste, se enrojecen en su oscuridad por la ocultación de un sol que ya estaba agonizando. Los árboles se mueven por el viento, queriendo entrar en la representación.
Agotado estoy, de tanto como estrujé el cerebro en un día que quiso ser mejor y se quedó en impúber. Estérilmente, ya que no tengo entre las manos nada, salvo la expectativa de intentar cambiar el signo de los presagios mañana. Memorizo las tardes que Rubens pintó, y que antes fue acariciando con el trazo del dibujo. Potentes nubes que hacen que recordemos la identidad y poder de la naturaleza.
Truena al fondo, como si fueran maniobras militares; parecieran salvas de cañón, pero no son más que avisos que no aseguran nada.
Se rompe mi línea de hombre, como decía Juan Ramón Jiménez, y me tendría que expandir en la naturaleza abstracta; salvo que yo, en esta tarde sombría, no tengo el cuerpo desnudo de mujer que él sentía. Las nubes densas de oscuridades sobrevenidas apenas me consuelan de una imagen que vuelve una y otra vez, y con la gravedad de su impresionante meteoro, llenar mi deseo vacío. Recuerdo las palabras de Michel de Montaigne (s.XVI): a menudo pensamos que hemos eliminado las preocupaciones y tan solo las hemos remplazado por otras. De tal suerte, pienso, que se van y vuelven como esos negros nubarrones de esta tarde, de amargo anochecer, en el que solo consuela la brisa fresca de un aire que vino cargado de una libertad natural, prudente y desconocida.

20060526

DE LA LÓGICA Y EL KAMASUTRA


El viernes pasado husmeaba entre las publicaciones de la librería que suelo frecuentar y observé algo curioso: en una de las mesas un libro, reedición exacta de una antigua edición de la Editorial Saturnino Calleja, titulado “Héroes del Cristianismo” se levantaba erecta, sobre su lomo inferior; dentro, las santos más diversos y de toda época venían relatados con un extracto de su ejemplar y austera vida cristiana. Permanecía toda esa relación de héroes encima de otro libro, un gran libro con preciosas pinturas, ricas de color y sensualidad, con el delicado gusto hindú: hablaba del Kamasutra. Una mano inocente había colocado allí los dos, de tal guisa; sin advertir el resultado de la composición. Estuve pensando, comprendiendo el alcance de los dos; y aplicando la lógica no pude más que sonreír. Sí, la lógica, esencial para el razonamiento del hombre. La vida inteligente no es posible sin la facultad de razonar. Pero - como sabemos- no siempre se emplea la lógica para llegar a una conclusión. Sin ir más lejos y con el Kamasutra de por medio, sería lógico que, habiéndonos dotado la naturaleza - o los dioses todopoderosos- de una compleja red de nervios que sirven para traer y llevar al un cerebro -más complejo aún- las sensaciones que son recogidas por los sentidos, no hubiera tantas cautelas para su expresión; por el feliz resultado que trae. Los sentidos, creados para la vida, comunicación y acercamiento, mediando el sexo, nos dicen que no parece lógico se cercenen o ignoren las maravillas que comportan su correcto funcionamiento. La lógica lleva al disfrute de la naturaleza tal y como se creó, lo demás será todo lo que se quiera, pero no es lógico, y en consecuencia poco adaptado a razón.
Pero también es cierto que en esta vida, no es infrecuente que no se recurra a la lógica, tan necesaria para el razonamiento, y si al azar, a la ventura de que cambien los planteamientos. Es una especie de desafío, creer que uno es un genio y puede cambiar hasta la lógica de las cosas lo que mueve a alguno a prescindir de ella, y del razonamiento. Quizá no sepa que los auténticos genios fueron los que llevaron al razonamiento más simple y eficaz, a descubrir la razón más hermosa y permanente: la más sencilla. Lógica pura la asiste. Pero lo del orden de los libros que decía arriba es frecuente, no se vio en ese momento de que trataban, se dejaron juntos, sin más.
(Escritor: Ramón Gallego Gil)
(Ilustración: Jean Antoine Watteau- 1684-1721)

EL PÁJARO ELECTORAL


Es una rara especie de ave que suele acudir estacionalmente, aunque, los hay que arraigan todos los años en un territorio. Suele estar próximos a la gente, pero, aunque, equivocadamente, se piensa que están domesticados, son huidizos del trato habitual y te pueden dar un picotazo que se pueden llevar el trozo. Se piensa que son de la familia de los córvidos, como cuervos y urracas y por lo tanto carroñeros, pero no es seguro, porque los hay de muy distinta especie, y su dieta es muy compleja. Se les denomina por varios nombres: los de cuenta, los pintos, de cuidado etc. Su colorido es tan plural que podría pensarse en su proximidad con loros y cacatúas, lo que justifica su confusión porque son muy dados a la charla y al parloteo. Estas aves, juraría que son el eslabón perdido de los dinosaurios. Pueden parecerse al Tyranosaurio Rex, o al Velociraptor. Su predación es muy voraz, y son especialistas en la celada y la emboscada. Algunos pareciéndose al Rex, solo atienden al movimiento, de tal suerte que si te mueves, ¡estas jodido! El bocado que te pegan, no dejan de ti ni el asiento.
Se le llama pájaro electoral, “legitur compulsa avis”, por que solo engulle comida rápida y sobrevuela los lugares donde hay aglomeraciones y eventos, desde verbenas, inauguraciones de todo tipo, hasta partidos de fútbol, pasando por misas y funerales.
Es una especie que no parece que esté precisamente en peligro de extinción, antes bien, hay por todos los territorios y suelen dejar sin sitio a más de un animal, incluso racional.
No se conoce nada que les ahuyente ni que modere su crecimiento.
(Escritor e ilustración: Ramón Gallego Gil)

20060524

19.15- 0938-Clase Turista


Vuelven las letanías con los avisos de los trenes. Barcelona Sants, Zaragoza Delicias. Los sudores de la prisa angustian al ejecutivo de siempre. Adelantan por todos lados y siempre perdidos. Raro es ver alguno sin alguna batalla perdida. La luz quedó congelada desde la mañana. Es la misma. El olor, cargado de tanto como se malcomió durante el día en los bares de comida rápida. Entre las manos, Faulkner, le cuenta a ella, que le tiene abierto por la página 165: …”permaneció allí durante un segundo, al siguiente él estaba gritando tirándole del vestido, entraron al vestíbulo y subieron las escaleras gritando y él dándole empujones a ella hacia la puerta del cuarto de baño, y ella apoyo la espalda contra la puerta y ocultándose el rostro con el brazo gritando e intentando meterla a empujones en el cuarto de baño cuando ella entro a cenar…” Anda, pero no está allí.
No hacía más que sujetar a la niña el ecuatoriano, que no podía estarse quieta. Él, con el cansancio empapándole todo el cuerpo, ni siquiera sonreía a las gracias de la chica. Se quedó mirando a la de los tacones, corriendo hacia la entrada del tren para Sevilla; parpadeaba el cartel con el aviso de salida inmediata. Las costuras del pantalón no aguantarían mucho. Las salvaría cuando haya perdido el tren. Una agenda imaginaria me lleva anotando, todo el rato, las horas de mañana, cuando apenas ha fenecido la noticia de la aparición de los puentes de siglo XV de la M30.
Avisan para el Ave de Puertollano y Ciudad Real, y todavía quedan 15 minutos. Dos largos de la sala de embarque, andando con paso firme y buscando la tranquilidad que nunca llega, para mirar de nuevo las columnas de hierro que soportan arcadas rectilíneas, todas en fila. Al final está explotando en colores la tienda de regalos. Más guardias civiles para los robos de Cataluña le cuenta la Vanguardia, arrugada, cuando decide pasarse la mano por la calva: está con la relajación propia, luego de una reunión intensa. Envueltas en plástico, ahogadas, como lonchas al vacío, enormes maletas de color metálico, se resisten a viajar más, con dos que tienen pinta de ir de vuelta de la Erasmus; mastican el castellano como si fuera chicle.
Entrego la tarjeta y bajo por la rampa hacia el sur. Parece que llego en barco, y voy de viaje en seco.Nadie me espera. Eso ni siquiera sirve para ganar batalla alguna. Llego igual que los pescadores del caladero del Gran Sol. De tanto esperarles, ellas les dejan que acudan solos. A veces no acuden mas, se los traga el mar o cualquier cosa, y es cuando les lloran. Dicen los estrategas que la sorpresa es un elemento esencial para el éxito. Ya solo hay estrategas en el CESEDEN. Y mis batallas son solitarios en los que, para variar las reglas, y para olvidar tanta cucharada de ricino, termino por hacerme trampas. Hay que seguir. Eso dicen.
(Escritor e ilustador: Ramón Gallego Gil)

20060520

LA SUERTE DE CYRANO



Entre los brazos de Roxana, la mujer que más amó en su amarga vida, abriendo los ojos, recobrada la última fuerza en su delirio, -habiendo derramado el vigor de su naturaleza tras el último golpazo, sórdido golpe de un saco enfebrecido que le embistió, desde su último lugar, sujeto por la maroma a una garrucha reseca y suelta por la última traición- se le hizo repentina la luz cuando ella le besó en la frente.
En ese momento se dio cuenta que todas las palabras, aquellas que le habían hecho la mujer más feliz del mundo, habían salido de él, no de Cristian. Cyrano confesó que le habían quitado todo… menos una cosa. Al preguntar Roxana: dí. Él, exhalando el último aliento, dijo: ¡mi penacho! (mi orgullo).

El orgullo, la convicción de valor propio, la dignidad defendida hasta el final, no quita para que Cyrano, o los miles de Cyrano que en el mundo hayan sido, o son, digan en su interior lo que otro, de parecida suerte, dijo; éste, hombre real de gran cultura, valiente, ingenioso y, pese a su fortaleza física y dominio de las armas, de una grande y extraordinaria sensibilidad, Diego Hurtado de Mendoza, que supo expresar en un hermoso poema, que lo siento hoy aquí:

Desdichas, si me acabáis,
¡cuán buena dicha sería!
Si haréis, si no os cansáis
por mayor desdicha mía.
Poco os queda por hacer,
según lo que tenéis hecho,
en que os podáis detener
en un hombre tan deshecho
y tan hecho a padecer.
La costumbre dicen que es
muy gran remedio a los males;
yo digo que es al revés,
que los hace más mortales.
Ved a lo que me han traído
la costumbre y sufrimiento,
que de puro ser sufrido
vengo a decir lo que siento
cuando estoy ya sin sentido.
Los que vieren que porfío
a quejarme de mi suerte
pensarán que desvarío
con la rabia de la muerte.
Mas, con todo, bien verán
que no es tiempo de mentir;
gran agravio me harán
viéndome para morir
los que no me creerán.
Todo lo tengo probado,
hasta el bien me hace mal;
el no me hallar confiado
era mi peor señal.
Temblaba el alma en los pechos
en ver sombras de alegría;
bienes eran contrahechos,
que siempre el placer venía
víspera de mil despechos.
Si acaso estaba contento,
que pocas veces sería,
venía un remordimiento
que el alma me deshacía.
Profecías eran éstas
del mal en que hora me veo;
mil cosas llevaba a cuestas,
que las llevaba el deseo
sobre mi cabeza puestas.
Y aun me parecían a mí
tan ligeras de llevar,
que nunca tanto sentí
como habellas de dejar.
Esto, ya que era pasado,
si el dejallo me dio pena,
júzguelo quien lo ha probado;
si alguna hora tuve buena,
¡cuán cara que me ha costado!

La suerte de Cyrano, no es mayor o peor que la de cualquier otro, que estuviere en estos tiempos, con nariz o sin ella, olvidado de toda suerte, intentando lo imposible, para no rendirse jamás hasta el último aliento.
(Escritor e ilustrador: Ramón Gallego Gil)

20060518

CADA DIA VOY DE VIAJE


Cada día decido ir de viaje, como si una compulsión natural me empujara a hacerlo de manera irrefrenable. Como un evacuado, como un refugiado, como si fuera un instinto natural de búsqueda a sitios donde vivir; así como los pájaros que vienen desde África, o del norte de Europa.
Cada día, hago mi corto equipaje, con apenas una nota de mi persona, y a paso lento, pero firme, emprendo el viaje. Unas veces miro el cartel que me lleva a Segovia, y voy hacia allá, subo, me dejo llevar con otros que también decidieron lo mismo que yo. A los dos pasos, bajo del tren. Perdido, recogido cada vez más en mis adentros, me visto de profesión y pasan las horas.

Cada día, vuelvo a querer ir de viaje. Como un autómata llego hasta donde me lleva a Guadalajara, subo al tren oyendo mil conversaciones que llueven en caliente, prisioneras en la caja del vagón; y a los dos pasos, me bajo. Perdido, metido en mis adentros, masticando mi soledad, sin poder tragarla nunca, termino sentado volviendo a empezar.
Cada día, voy de viaje, quiero ir de viaje. No hay mucha diferencia con el burro que daba vueltas a la noria. Con los ojos tapados como él, aún no sé quien es el dios que me tiene así.
(Escritor: Ramón Gallego Gil)
(Ilustración: RENFE-Cercanías)

20060513

TARDE DE MAYO



Los estorninos cantan a voces sus llamadas;
precisan veloces sus sitios de recogida,
y el perfume del cinamomo baña la tarde.

Tus hombros, se adueñan de mi recuerdo,
frescura de piel sofocando calenturas:
se convierte en dulce sosiego de mis labios.

El Universo, me invita a llamarte.
Cae la tarde, muy lentamente, y en tu regazo,
lugar dispuesto para mi cabeza cansada;
yace mi entrega permanentemente en ti.

Me recogeré con tus caricias, que deseo
sobre tus muslos firmes, dorados por la tarde,
sólido cuerpo de la fuerza de tu atracción.

La noche espera; en ella, siempre estaré contigo.
Juntos, para viajar a lugares de ensueño,
donde el olvido es llave para entrar.
Dejando, detrás, la ansiedad
y delante, el dulce sonido de nuestra vida.

La música de tu voz, la siento entre mis sienes;
llamas y acudo a tus brazos
como si fuera para toda la vida.

Mis sentidos fluyendo, precipitados en ti
van como los ríos, hacia el mar:
naturalmente, desde el tiempo inmemorial.
Hacia el mar abierto, que los recoge en su seno;
donde tú y yo , siempre, nos miramos, y sonreímos.


Solo un sueño, siempre corto y recurrente.

(Escritor: Ramón Gallego Gil)

(Ilustración: Jean Antoine Watteau, 1684-1721)

20060512

EXALANDO

La vez, en la que vi que se aceptaba la muerte con una natural resignación, firmemente, delicadamente, con el agradecimiento eterno, fue en los ojos de una gata que hubo en casa. He visto lo mismo en humanos, muy cercanos y queridos, siempre con la misma constante, pero en éstos, siempre había un punto de lucha, de rabia rendida.

El tiempo, hace estas cosas. El tiempo y la amargura que traen los abandonos. Que suelen venir, también, por salirse uno de la fila. De no hacer lo que es común a la mayoría, lo que es propio de la edad, del sexo, de la costumbre del lugar. Abandonos siempre anunciados, nunca creídos, para mayor sufrimiento.

Crear, para los que nos complace hacerlo, no es más que participar en la naturaleza de los dioses, del que tanta cuenta se ha dado en la historia. Haciendo cuenta de que ellos, los dioses, no son más que la denominación de lo que no es normal y carece de virtud humana conocida y reúnen otras de las que carecemos los mortales. Necesitamos crear ante la inminencia, consciente, de tanta devastación personal como padecemos. Para no morir todos los días, en la vulgaridad, o en la invisibilidad ante las personas que nos rodean. O para hacer salir de dentro tanta vivencia que nos angustia. A la que nunca admitimos, estérilmente, victoria alguna.
Porca miseria, dicen los italianos. Y tienen razón.
(Escritor: Ramón Gallego Gil)

20060509

DIARIO


Las siete y diez y siete. Se abre la puerta y uno detrás de otro vamos subiendo. Miércoles o lunes, da igual. El mes de mayo no ha sorprendido este año, vino como suele hacer. En la catenaria 25 mil voltios pasan en silencio. Ni siquiera se oye, como antaño, chillar entorno a las jícaras. Con la docilidad habitual tomo mi asiento y comienzo el ritual: asomarme al mundo por el periódico. No impide que vuelva una y otra vez con los temas recurrentes. Poco a poco, voy aprendiendo a llevar el silencio hasta en mis miradas. Cada vez más lejos del interés. El día comienza lentamente y por Valcansado lo que queda después de la colonización del verde golf retoma el propio del monte bajo, apagado aún, desleído en sombras que quieren irse. El puente de hierro del antiguo ferrocarril se retuerce en su curva añorando el paso del tren. Pasé tantas veces entre sus hierros, y hace tanto, que recordarlo me hace creer en una mala fiebre. El tiempo vuelve una y otra vez con sus muestras en el camino. Lo que era el Guadiana, que asustaba pasarlo entre sus fuertes aguas, apenas varios charcos rezumados de ocasionales surgencias. Esta devastación la tengo conocida, y aún padezco los trozos que fui dejando con mi insistencia en no rendir las posiciones. Uno no nace para héroe, ni siquiera para sobresaliente de una corrida que más parece charlotada. Trazar la andadura con rectitud puede ser las más de las veces pura presunción.
Pensando esto veo pasar los minutos y no mucho más, la estación de Algodor. Se mantiene con su grandeza inesperada, con sus ventanas abiertas, ciegas, sin que los cristales simulen el abandono desolador que tiene. El progreso la ha apartado de la ruta y nadie aprecia su majestuosa traza neomudéjar. Si fuese esta tierra del Reino Unido, seguiría impresionando con su belleza, llena de utilidad y de historia. Pero para eso hay que tomar la historia como un inglés, que solo se desprende de sucio y viejo de los calzoncillos. Lo demás está entre lo irrenunciable. Tendré que verla muchas veces y dudo de su recuperación. Para eso, no se deben rendir las posiciones, y no conozco muchos por aquí cerca que lo hagan.
Pasa el tiempo para allí y para acá. Espero que deje algo más que las huellas del palomino en las losas del patio del Ministerio. No siempre detrás de uno se ve la sombra que nos sigue. El silencio no es mío solo. Últimamente tengo que buscar ayuda para coserme la mía a los pies, como Peter Pan.
(Escritor: Ramón Gallego Gil)

20060430

EL VACÍO




Una luz hiriente
llena el inmenso valle
vacío.

Las aves vuelan y su voz
las trae y lleva el eco
y no contesta e nadie;
ni el agua del arroyo,
ni los sauces,
ni el viento.
Solo vacío que se alarga por el tiempo.

Un casa ciega en la llanura,
de las cuencas de sus ventanas, el hueco;
tras la puerta, las paredes desnudas
devuelven mi voz desalentada
y un olor a ceniza húmeda;
que hace el vacío mayor.

Un susurro de voces
advierten mi presencia
vuelven del pasado
recuerdan mis ilusiones perdidas
muestran las frustraciones que me anegan;
desconfiados y temerosos,
solo prestan al que busca:
el vacío frío que no termina.


(Escritor: R.Gallego Gil)

MI FOZ


Vi la luz de este día llena de silencio. El sol salió con ganas de agradar y el aire se esta quieto. Los pensamientos del día anterior revientan por las costuras de la cabeza. No dan tregua para la tranquilidad, ni el sosiego, ni siquiera se compadecen de mi entrega, en esta rendición sin condiciones, que hace de cualquier contienda un juego estéril. El mundo quiere prestarme los colores para iluminar toda mi vida interior. Y la verdad, no sé como se hace.
El futuro, que nunca supe muy bien de qué va y si tenemos algún poder sobre él, me da el mismo vértigo que asomarse a la foz de Arbaiun. Hermosa foz , que fue excavando el pacífico río Salazar durante millones de años. El río, que vio a mi bisabuela lavar en el río, y la bañó alguna vez, sigue pasando por la foz, arropado por las cortadas llenas de madroños, que vigilan los buitres y águilas, amarilleándose en sus hayas por los fríos que no la perdonan.
Tengo una foz metida dentro. Nunca tanto sentimiento hermoso ha podido causar tanto daño, como este corte limpio de cuchillo nunca blandido, como el que tengo. Mi vértigo, no se acuerda cómo funciona el pecho y el reloj que le marca la vida. Antes de que me engullan las aguas; negras aguas de la profundidad del tiempo, dejaré llevarme por las horas, minuto a minuto, por si flotando boca arriba veo llegar la luz que me ha de enseñar todo, incluso si hay esperanza. O el camino para seguir andando.
(Escritor: Ramón Gallego Gil)
(Ilustración: Com. Navarra)

20060413

CARPE DIEM

¡Disfruta del momento!¡Quien sabe si mañana otro día tendremos! De esta forma se manifestaba el gran padre de la poesía occidental Quinto Horacio Flaco. Hace dos mil años escribió estas palabras. No lo decía a humo de pajas. Horacio nos dio varias razones para vivir con dignidad sin ser necesariamente complaciente, ni amargarnos la vida con aplazamientos innecesarios. Horacio hacia verdad el proverbio romano aquel: “se dice de los poetas y de los pintores que tienen la facultad de atreverse a todo”. Él manifestaba siempre lo que creía ser cierto, sin preguntarse en si le iba a traer malas consecuencias o no.
Hoy, como entonces, se nos hace difícil eludir la adulación o la crítica al que poder ostenta, sea una alta magistratura o una cercana concejalía. La verdad es que, cuando me tropiezo con alguno conocido, sea tirio o troyano, a lo más que me atrevo ahora es a preguntarle por las cervicales o cosa parecida. La República marcha con desigual fortuna, lo que me depara, a veces, momentos de tribulación momentánea. Digo momentánea porque creo que hice algún esfuerzo de juventud por ella y, ahora, uno, va teniendo menos compulsión por solucionar en persona los problemas del mundo; y menos gusto por la púrpura que entonces. Creo necesario dar paso a los más jóvenes para que se den un garbeo por el Helesponto y que conozcan y se comprometan por el mundo, sus glorias y miserias. En la vida hacemos muchos planes; sin reparar que eso es un trabajo realmente baldío. Nada de lo que planeamos sale igual; ni siquiera con aproximación a ello. Lo que no quiere decir que salga mal necesariamente. Es el día a día el que va trazando los márgenes de lo posible y lo imposible. Lo realizable y lo, en modo alguno, factible. Es de inteligentes poner los pies en el terreno y mirar lo que tenemos solo al alcance de la vista.
Se le pidió en una ocasión a Horacio una oda a Marco Agripa y la verdad es que él no aprobaba todo lo que iba haciendo el senador. El poeta, como no era precisamente tonto, y no quería la alabanza, se salió con inteligencia del compromiso. Hizo una oda que decía: “Si existe un poeta capaz de con sus versos/ cantar tu valentía y tus victorias/ ese, Agripa, es el aedo Vario”. Así puso el maestro Horacio, en la fama de otro, Vario, lo que él no quería decir. Aguantar con dignidad el mantenimiento de nuestro propio criterio es todo un ejercicio de humanidad. No pido yo más a los dioses.
Terminaba el poeta romano haciendo una consideración sobre cómo vivir en la Oda 11 titulada “Leuconoe: Carpe Diem”, la misma con la que empezaba, y aseguraba: …“la vida es breve, olvida la esperanza/mientras ahora charlamos huye el tiempo/ envidioso…”
La vida realmente pasa en un sorbo. No es saludable estar padeciendo sobre si se hizo mal o bien lo que se hizo, sobre si lo que se ha de hacer debe tener igual tratamiento. Vivamos el momento; con dignidad; dando todo lo que podemos dar sin esperar recibir, puesto que todo lo que venga será mejor si es inesperado. Las estrellas no son la causa de nuestro infortunio. Es nuestra disposición la que nos lleva hasta donde estamos. Hacer de nuestra vida un ejercicio de pasión por la humanidad no requiere grandes, públicas ni espectaculares hazañas. Seguir el camino que nos traza el corazón va siendo además de inusual, valiente. Apuremos la copa y disfrutemos lo que tenemos. Carpe Diem. Tenía razón Horacio, igualmente, cuando manifestó que él no moriría del todo, puesto que la parte mejor de su vida, su voz, en sus escritos, seguirían vivos. Así es.

(Escritor: Ramón Gallego Gil)

20060410

EL PENITENTE

Esperar todo un año para vestirse con un cucurucho es todo un mérito. Creo que hay pájaros que se adornan con materias vegetales para llamar la atención e incluso para asustar. En la Edad Media se hacía penitencia con el capillo puesto, con el fin de purgar los pecados sin dar cuartos al pregonero. Porque una cosa es purgar y otra perder la fama. Lo del cucurucho es darle un toque infamante toda vez que era un tocado propio de los autos de fe de la Inquisición. No creo que haya sido la intención de los que penitencian desde el siglo XVII hasta ahora el pasar por infieles. Más bien era un toque de rigor para dar a la penitencia. Desde entonces hacer la procesión es un rito purificador. El que lo hace, creo que piensa que de alguna forma se le quitan las culpas; o quizá el complejo de tenerlas. Alguien piensa que es un buen método para poder seguir pecando sin cargar demasiado el zurrón. Aunque sospecho que tal y como van las cosas para algunos no es más que la continuidad del carnaval por otros medios, (algo mas morboso por otra parte).
Con paso firme y rápido, dando vuelo a la túnica y más a la capa; con el capillo en la mano, descubierta la cerviz, baja por el ascensor y le da un susto de muerte al infante tierno que desde la Jané le mira con terror. Huele a esencia de Loewe, ( y no precisamente a esponja con vinagre) y recorre sus rutinas, entre las que está tomar el café con whisky junto con su cuadrilla, solazándose de que han corrido este año quince números por delante de él. El muerto es baja segura en la cofradía. Parecido recorrido hará a la vuelta, con el capillo de nuevo rendido, y despeinado con las marcas del sudor como galones de una batalla ganada.
Nadie sabe en qué emplea el penitente la ronda procesional, solo él. Se le presume la penitencia como el valor al soldado. Pero da lo mismo. El pecado al fin y al cabo no es mas que la infracción que atañe al fuero interno de cada uno, y ahí, no entra ni San Pedro bendito que bajara de los cielos.

20060402

Vuelven

Vuelvo una y otra vez a los sitios donde reconozco mi propia historia. Las casas, robustas, fortificadas de grandes piedras de granito aguantan entristecidas por la humedad de cientos de aguaceros y tormentas que llegaron hasta Madrid; no pudieron con el resistente polvo que se empeña en sellar el tiempo. El aliento de los portales es frío, con olor a col y algo del café de la mañana. Ya no chirrían los tranvías, dolíéndose en las curvas. Su rastro está enterrado bajo treinta centímetros de aglomerado asfáltico. Les acompañan sus amigos dolientes: adoquines de basalto aguantando firmes en su formación. Volverán a salir con la primera avería del Canal de Isabel II.
Como vuelven los jóvenes a calentarse en las terrazas, firmemente convencidos de que son los primeros en descubrir ese asentamiento. Todas las primaveras ( y ya he conocido varias decenas) el sol convoca a todos a su gran afición: solearse. No lejos , alguien prueba un piano en una tienda de instrumentos. Chopin se amarga el momento escuchando tanta reiteración. Vuelven mis pensamientos buscando los sueños perdidos entre los fríos de enero. Un petirrojo me los trae con la forma de una sonrisa que acude. La tuya. Si, vuelve la Primavera y creo que podré soportar tanta hermosa espectativa.

El Parque

La noche inundó ya el parque. El silencio enseña sus dientes sembrando una brisa dasapacible y húmeda. Desde mi despacho sigo esperando que cante alguna de las aves nocturnas. Ninguna decide llegarse hasta aquí. El domingo se arrastra en su agonía enseñando las cartas del lunes para endulzar sus estertores. ¡Vaya una necedad! Nunca he conseguido sacarle lustre a las tardes de los domingos. En el colegio solo me enseñaron a odiarlo con la frialdad del que siente la batalla perdida. Y sus canijos minutos, envidiosos de los de las tardes del viernes, apenas si sirven para preparar el hato para mañana.
Debajo de mis pies, no se a cuantos metros o, tal vez, kilómetros, el magma de los volcanes que yacen durmiendo con un ojo abierto bajo el campo de Calatrava, calientan la tierra esperando el primer movimiento para salir. Los vecinos de esta ciudad, que sospecho algo deducen, se entretienen arrasando cualquier vestigio de su historia. Alguna maldición judía debe pesar sobre estas tierras rojas, como manchadas de la sangre que se vertió en su día.
El domingo acaba no se si dulcemente, pero sí en silencio. La semana me espera para seguir peleando por todo eso que pocos lo defienden ya: la propia dignidad, que no se contamina ni por la pasta ni por el poder sin causa legítima. Me lo temía. El domingo me está haciendo que se me vaya el pisto.
(Escritor e ilustrador: Ramón Gallego Gil)

20060329

De la soledad

A la carencia voluntaria o involuntaria de compañía la llamamos soledad; también al pesar o melancolía por la ausencia de una persona o cosa. Pero juraría que es más, mucho más que todo eso. Las sombras humanas callejeras, cargadas de años y estaciones; de amaneceres y lentas caídas del sol; de horas vividas y sufridas; una mirada fija en nosotros por un instante tiene mucho más que todo aquello, para definir la soledad. Es la prueba de la tremenda herida de la ausencia. Miradas de nuestro primario sentido animal. Como en el gato agonizante, el perro herido, el pájaro caído, dando estériles aleteos. Es la de un gato subido en un tapial, encogido sobre sus patas, con los ojos adormecidos; buscando errático un lugar a salvo. La “solitudo” de los latinos, indispensable para el desarrollo del pensamiento, de la reflexión. Hablé una vez con el ilustre escritor mexicano Carlos Fuentes. Me aconsejó, cuando supo que escribía, que lo hiciera en soledad; según él aislarse del mundo hace surgir las ideas.
Pienso en los constructores de las iglesias románicas, piezas maravillosas de la sencillez y genio humanos. El arquitecto, medieval debió ser un hombre solitario que contemplaba la naturaleza como fuente de conocimiento. En las formaciones rocosas pudo comprender la justa unión entre la fortaleza y la belleza; solo con la distinta disposición de los volúmenes, de las formas geométricas. A veces basta con hacer sobresalir, o hundir la piedra, para hacer que las líneas marquen un distinto lenguaje de belleza sencilla y a la vez majestuosa. Es conjugar la distribución de los volúmenes con las resistencias, los espacios, los materiales y la iluminación, necesarios para el fin preciso. Los arcos, las borduras y disposición varia de los ladrillos, para el alarife mudéjar creando, necesitaron momentos de meditación, de reflexión en solitario, de soledad buscada y disfrutada. Lo mismo necesita el pintor y el escultor haciendo sacar de la nada la definición de la obra. Soledad para la reflexión, para la ejecución que puede ser voluntaria o involuntaria. Ésta última es siempre acompañada por la tristeza, por la melancolía. La desgracia no esta muy lejos en algunos casos. En momentos de desgracia algunos sacan virtud de la oscura, angustiosa, despiadada soledad. Miguel de Cervantes en el húmedo alojamiento de su prisión alumbró la escritura del “El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha”. Así pues parece la soledad más condición que situación. Porque la voluntad de las personas puede quebrar la más dura, o la más injusta. Solo su voluntad, que es lo que hizo aquel hombre de Alcatraz, en el cine Burt Lancaster, redimiéndose con su especialización en ornitología.
La calle esta llena a diario de caras manchadas de soledad. Unas con la mirada puesta en otro lado, lejos, muy lejos, allá donde residen sus difíciles sueños, de los que les separa la incomprensión de otros, los prejuicios sociales o simplemente la extraordinaria carga de la responsabilidad cogida en exceso, más allá de lo razonable. Otras, miradas llenas de soledad y tristeza van gritando en silencio la ausencia de aquellos a los que tanto se echa de menos; a unos con la certeza de que nunca volverán, a otros pendiente solo de la esperanza.
En lugares donde el tiempo a lo largo de la historia llenó de abandono y ruinas- donde se ven aún los vestigios de otras culturas, restos de vidas pasadas, con una alta carga de dramatismo y emociones suspendidas allí- se sumerge uno obligadamente en la soledad acumulada, que demanda la memoria de los que hicieron de la vida un hecho digno del recuerdo; es devolverles la vida aunque sea en parte. A veces, la soledad se reconoce como una compañera ocasional que siempre termina volviendo. Porque es cosa de dos o más su remedio y eso no es fácil. Soledad satisfecha, conjurada, es encontrar una sonrisa. Puede ser el principio de su solución.

20060109

Como el verderón


Verde oliváceo, pico fuerte y claro, franja en las alas y en la cola amarillenta, que en la hembra es más apagada, de porte algo más pequeño que el gorrión; así es el verderón. Lo conozco desde que un buen día le oí cantar su chuip bajo la sombra de las hojas de un nogal. Eran otros tiempos; por entonces en mi casa no entraba “El País” sino el “ABC”. Aquél ni siquiera había nacido, y este era el más civilizado de la dictadura, decían que era monárquico. Esos días estaba con el “ABC” y el libro de física y química encima de la pequeña mesa; bajo el nogal, peleándome con la ley de Boyle-Mariotte, a la sombra, con la luz deslumbrante del mes de julio, en La Poblachuela. Oyendo el reiterado golpe de la palanca de la noria, con el agua cayendo en la artesa, solo podía prestar atención al chuip,chuip del verderón. Atendiendo a sus nerviosos pero confiados movimientos en las ramas del árbol. La ley de Boyle Mariotte resultó nada más que una explicación culta del cuanto ocurre con las flatulencias de las judías: hablaba de la relación del espacio que ocupan los gases y la presión consecuente.
Si, los tiempos cambiaron. El ruido de la carretera de Puertollano, que antes era intermitente, y muy espaciado, ahora es constante. Ese es el sonido del progreso, como lo es que ya la noria solo está en la memoria. En el suelo, junto a la pozeta de riego de la alberca crecía el zacate, o hierba de limón, todos los años. Con ella conjuraba las sonrisas de mis tías cuando venían de visita. Su olor eran llave cierta para abrir voluntades. Las calenturas de los atardeceres se llevan mejor luego de haberse remojado en una alberca. El aliento de la huerta recién regada, alegra también a los verderones, que aprovechan para bajar a llevarse todo lo suyo.
Yo seguía al día siguiente con Gay-Lussac: su ley tenía algo que ver con la relación de los gases con la temperatura, que lleva a aumentar la presión. Bastante tenía yo con retener un poco todo aquello, sin dejar de poner mis sentidos en aquella explosión de la naturaleza que me llevaba a cumplir con la vida, como los verderones. Entendí a Gay-Lussac, cuando oí pasar a lo lejos el tren con su locomotora soltando el vapor con gran sofoco. Camino de Puertollano iba pitando sus dibujos en la lejanía, sobre inmensos rastrojos que se lucían en miles tonalidades de amarillo y ocres que languidecían con el sol declinando.
Todos los años seguí, durante algún tiempo, oyendo los chuip, chuip de los verderones, siempre con su quehacer diario, sobreviviendo, disfrutando de la vida, reproduciéndose. Haciendo de su nido, entrelazado, con sedosas y algodonosas fibras, entorno a un círculo perfecto, donde depositan sus huevos pequeños con unas apenas apreciables pintas. Lo soportaba un trenzado de ramas que sólidamente hace resistir a los vientos. Su canto, arrastra su parlamento como una llamada de sumo interés, terminando con un trino; en su vuelo toda una serie de armónicas y hermosas creaciones, propias de la perfección de un artista.
Los olmos se doblaron un día con el viento de la primera tormenta de agosto, el olor a tierra mojada avanzó la lluvia que vendría en enormes goterones que levantaban el fino polvo del camino, trillado por el paso de los carruajes. Yo, como los verderones, aguardaba en mi casa que comenzara el espectáculo. No tardaría en llegar. Broncos truenos, deslumbrantes rayos que quebraban el firmamento en rupturas apocalípticas y, después, una dulce calma que, cargada del oxígeno del ozono desprendido, nos llevó a todos a creer en la bondad del futuro día.
Es bueno seguir como los verderones, viviendo. Aunque parezca a veces que se hunde el mundo.

20051015

De la nena


Todo lo que soy y lo que seré, te lo debo a tí. Todos mis ángeles y también mis demonios. Todo lo que escribo, todo lo que leo y me hace mejor persona. Todo aquello con lo que crezco cada día. Todo te lo debo a tí. Me has enseñado a vivir. Me has enseñado a ser feliz. Y sé que puedo hacerlo también contigo. Seremos felices juntos.

Te quiero más que a nada en este mundo. Y estoy contigo en cada momento. Siempre.

Yo soy una partecita de ti que se ha hecho otra persona. Pero sigo estando en ti y tú estarás siempre en mi.

Te quiero

20050924

DE LOS VIENTOS DE OTOÑO


Empujan suavemente las nubes cargadas de agua vientos de otoño. Suavemente pero acelerando su marcha por momentos, a rachas; que quieren ser violentas pero que se desmadejan en un instante, como si se lo hubieran pensado mejor. Las calles se van vaciando de transeúntes atentos a la tranquilidad y el sosiego de los lugares cerrados, lejos de la ventisca y el fresco que siempre llega. Es de las pocas cosas que no se comen las gallinas: ni el frío ni el calor, en su tiempo; como decía una viejecita de un pueblo de Cuenca. Todavía el sol sigue empecinado en dar su tibio calor, pese al aire frío y, a resguardo de este, se arremolina todo bicho viviente.
Éste es el tiempo de recolección de la vid y de otras muchas frutas. Al olor de sus azúcares, cuando se van pasando, se multiplican en este tiempo las moscas del vinagre; la llamada por los científicos “Drosophila melanogaster”. Ya saben cuales son: esas mosquitas pequeñas barrigudas que salen entorno a la fruta madura, o en donde haya mostos en fermento. Son un tanto impertinentes, como todas las moscas, pero más vulnerables. Su vuelo es torpe, posiblemente debido al exceso de carga en sus barrigas. Pero ahí donde las ven están prestando un servicio inestimable al género humano. Desde 1910 se está investigando con ellas para reconstruir el mapa del genoma humano. La primera aportación de los españoles a la investigación espacial, si mal no recuerdo, fue la de hacer subir a esas alturas un grupo de mosquitas españolas de estas para ver su comportamiento sin gravedad. Ni ellas ni sus parientes de aquí abajo apreciaron tan grandioso vuelo. En este otoño acuden a los fruteros donde se pasó una manzana, o una pera, para hacer de las suyas.
Entretanto, los niños de esta ciudad siguen su vida, con esa hermosa manera de vivir en la que el tiempo no se mide, ni se cuenta, solo se vive intensamente. Nuestros afortunados niños de aquí, no escuchan en el viento de otoño los suspiros, los lamentos, los silencios obligados de esos otros niños que se dan a ver con una mano llena de cal y yeso entre los escombros; de la que tiran y sirve para sacarlos, con el último rictus de dolor que tenían cuando se les vino el mundo encima, luego de una explosión en su casa, en su tierra. La única que conocieron, la que ni siquiera poseyeron.
La naturaleza sigue su curso y el genoma humano se llegará a conocer. Quizá se pudiera acceder a ese resorte que hace desoír los lamentos de cuantos sufren, que hace solo atender a la justificación, para seguir haciendo lo que no se debe hacer. El genoma se conocerá, pero nunca se corregirá el abuso de unos sobre otros, ni siquiera mejorando la genética, porque los que solo atienden a su interés, usaran cualquier avance para conseguir más, para atropellar más a otros. Quizá se vaya superando la tragedia de todas esas gentes, de esos niños, cuando puedan ver la luz del conocimiento con su acceso a los libros, a la educación. Aprenderán a distinguir cuándo les mienten los que los gobiernan y quienes les bombardean; o cómo se gastan los cuartos de todos en lo que no es de utilidad pública; o les aturden con fanatismos religiosos o nacionalistas para conseguir de ellos su docilidad. Si llega el mediodía y no hay nada en el plato, o la enfermedad amenaza con la muerte, la docilidad se puede volver en ira, levantando violencias. Sus consecuencias siempre traen imágenes de niños entre los escombros. Los vientos de otoño que traen todos los sonidos, las quejas, los llantos, entremezclados con los de alegrías de los que sí vivimos, apenas se entretienen con las moscas del vinagre o moviendo las hojas muertas de los árboles que se preparan para invernar.
(Escritor e ilustrador: Ramón Gallego Gil)

20050906

LA ÚLTIMA HOJA


Veo caer, abandonada, hacia el suelo
la última hoja del arce.

Resistía segura, desde hace tiempo,
al viento y al sol;
que intentaron varias veces, en vano,
hacerla caer.

En su enrojecida rama,
como la sangre seca de una herida,
a mediodía, a solano segura,
la sujetaba el arce rojo:
para hacerla su fiel testigo
del tiempo pasado.

Ella, desde allí,
vio el campo de abril mojado
llamando al mundo a vivir;

que abría mayo borboteando verdes,
para derramar poluciones buscadas;

que trajo a junio tostándole al sol,
soñando noches imposibles;

que se enfebreció con julio
en pasiones a flor de tacto;

y convaleció en agosto,
para mirar constelaciones cercanas;

en septiembre, entristeciendo,
por terminadas glorias de lo efímero;

recogiendo en octubre amarillas luces
para eternizar sus miradas;

soñando ingenua en noviembre
escondida entre brumas;

reconociendo en diciembre la soledad
en el suelo cubierto de hojas muertas.

Retuvo esféricas gotas de agua
donde guardó la luz del verano
sueltas en amaneceres.

(Escritor e ilustador: Ramón Gallego Gil)
(Copia -1961- de una cabeza de "La Fragua de Vulcano"-Velázquez)