20141009

ACCIDENTE


El jueves uno octubre de 1974, un coche aceleraba por la recta de la pista forestal que subía hacia el puente de Rozas, cerraba la tarde y el bosque se estaba oscureciendo, ni con las luces se podía ver bien el camino a seguir; al llegar al puente, el conductor lo vio a la derecha e intentó girar. Él hizo una mueca con la cara enseñando los dientes apretados. Chirriaron los engranajes del vehículo y las ruedas sufrieron en un instante. Demasiado deprisa para evitar que se deslizaran por la tierra del camino y la gravilla hizo lo demás: salió de la pista y se fue directo hacia el río Bayones. Solo paró cuando llegó hasta una enormes zarzas y arbustos que estaban al otro lado de la ribera: el golpe fue progresivo pero, pese a abrazo de los arbustos, al dar con el talud del fondo recibió un golpe seco, duro; su cabeza giró bruscamente hacia delante y se dio un fuerte golpe con el volante; una caja de herramientas y las bolsas que iban en el asiento de atrás pasaron a su lado y golpearon el parabrisas hasta romperlo; se le apagó todo, el silencio le golpeó y no se enteró por que lo hacía. El bosque volvió a su silencio del anochecer; las llamadas de los pájaros se empezaron a oír cada vez menos, mas lejanas, el viento racheado levantó las hojas caídas y los sonidos de la naturaleza, con silencios rotos por las aves rapaces se extendió por toda aquella parte de la montaña. Ucieda, el pueblo más cercano, ni siquiera llegó a enterarse de lo que acababa de ocurrir.
- ¿Sabes lo que te digo, Adriana? Que no quisiera verme otra vez en el apuro que tuve con ella, ya sabes… la mujer es buena, muy buena y siempre, desde que yo la conozco, y eso es desde que yo era una chiquilla; se ha comportado con una bondad que se ve poco, y es de una dulzura extraordinaria; bueno, no se si el afecto que le tengo me hace exagerar algo lo que te estoy diciendo pero, es que es así, te lo juro. Mira, sin ir mas lejos, el martes pasado me la encontré en el mercadillo y, nada más verla, me acerqué a saludarla, ya sabes que yo no soy mucho de saludar pero en este caso es que me veo siempre inclinada a hablar con ella y ser cariñosa, porque ya te digo es buena muy buena; pues bueno, me acerqué y la saludé y la dije: - ¡Doña Manoli, cuanto me alegro de verla! ¿Cómo esta usted? Y ella me dijo que estaba bien. Y ya sabes por lo que ha pasado la pobre: tres veces lo han detenido y dos de ella tuvo cárcel, pero claro es un hijo y por un hijo se hace lo que sea. Bueno, pues en ese momento dije: Ya sabe usted que cuando necesite algo de mi, me llama, sabe que le di mi teléfono; y dijo: -No te preocupes guapa si lo preciso te llamo, muchas gracias. - Y, entonces digo yo: de eso nada, para buena usted, que siempre esta haciendo el bien a todos; y ya sé que como vive sola,  seguro que necesita ayuda, así que me llama y no hay más que decir, que yo acudo y, con mucho gusto, ¡ojalá y hubiera mucha gente como usted! - Y dijo ella: -gracias niña, lo tendré en cuenta. Y así nos despedimos… y te digo que el hijo, cuentan que se le ha presentado en las ultimas semanas cuatro veces borrachito perdido y otras tantas con tres avisos del juzgado de deudas que contrajo en aquel garito que montó, porque ya sabes que no estudió nada, ni se puso a trabajar hasta que tuvo los cuarenta… - Pero Silvia, por Dios, que tampoco son así las cosas, eso que montó no era un garito sino un Café; se lo arrendaron los que se fueron a Barcelona, porque si bien les daba para comer, no les llegaba para los estudios de los chicos; el tío de él, el hermano de Doña Manoli, el de la tienda de tejidos en Madrid, le avaló para el préstamo que pidió para hacerse con el Café. Pero este muchacho, no se si es que tiene mala suerte o que le hacen pagar las locuras que hizo, le pasó lo que yo me temía... la gente… es muy mala, no entraban a tomarse nada allí y así pasó que solo estaban en el Café cuatro gatos, y los que habían…los que les trae sin cuidado todo, algunos que no son muy recomendables y así ocurrió que la oportunidad que le estaban dando su madre y su tío, pese a que me consta que él se lo tomó con mucho interés y trabajo, recuerda que lo tenía siempre muy limpio, tanto por fuera como por dentro, y él lo estuvo pintando y arreglando, que eso todos lo vimos, pues ¡nada!, que no hubo manera para que pudiera vivir como una persona normal; y las deudas se le acumularon por los gastos que no podía pagar, sobre todo el pago del préstamo para lo del traspaso. Así que… ya sabes…todo lo que pasó. – Ya, si tienes razón en lo que dices Adriana pero es que creo de verdad que el que nace malo, malo se muere, y este muchacho debió nacer torcido porque desde muy pequeño ya se iba torciendo. Su madre ha penado lo suyo por su culpa y el padre, que como sabes murió cuando esperaba al tranvía en Madrid, no supo educarle y lo que hacía la pobre mujer para educarle y llevarle por lo derecho, pero el padre, que en paz descanse, la desautorizaba delante del chico y así este no había quien lo enmendara. En fin, una desgracia para la pobre doña Manolita que siempre ha sido una mujer ejemplar. Y eso que no es de las que están todos los días en misa, pero esos sí, ejemplar y modélica y nadie podrá decir que no sea buena o que no sea un modelo a seguir. Y hablando de ella: ¡mira por donde viene!
Efectivamente, la mujer de la que hablaban, doña Manolita, se acercaba a paso ligero con la cara descompuesta y con una palidez evidente. La abordó Adriana preocupada: - ¡Por dios, doña Manolita que le pasa! – Es mi hijo, me ha dejado una nota terrible. Diciendo esto le alargó un papel y Adriana lo cogió y leyó: “ Querida madre, mi buena y bondadosa madre, siempre te he dado disgustos y aunque en estos dos años últimos parecía que te iba a poder dar la alegría de ver a tu hijo con trabajo e intentando tener una familia, ya sabes lo que esta pasando, tengo deudas por todos los lados, me acosan y no me dejan vivir por todas aquellas cosas que hice hace años, que por mi ya estaba superadas pero para los demás parece que no. Te he visto llorar cuando te retiras a tu cuarto; y se que todo eso es por culpa de este hijo que no te ha dado mas que disgustos. Me voy, voy a intentar levantar mi vida en otro lado, cuanto más lejos mejor; vendí todo y tengo pagado el préstamo del tío; por eso, si lo consigo, ya te lo diría, pero si no te digo nada es que sigo peleando para conseguirlo. Muchos besos madre y cuídate mucho ya que yo no he sabido hacerlo y no podré ahora tampoco. Un abrazo y muchos besos. Tu hijo: Alejandro. - ¡Cuánto lo siento doña Manolita! pero no se preocupe, a lo mejor es lo que le conviene y, ya verá, un día vuelve para darle una alegría.

No volvió. Encontraron, una semana después, el coche escondido entre las zarzas, destrozado y el cadáver de Alejandro dentro: la cara desprendía paz y sonreía. En ese tiempo, su madre había muerto. Le dijo al médico que la asistió antes de morir: -ya verá doctor, como mi hijo Alejandro consigue lo que se propuso, y sonrió. 
(Publicado en el periódico La Tribuna de Ciudad Real el 4 de octubre de 2014).

20140928

LA ABUELA


Volvía Jaime  a su pueblo y próximo a llegar empezó a sentir que la tranquilidad con que presuponía se lo iba a tomar, que aparentemente creía tener, desaparecía; viejas sensaciones empezaban a despertarse. Casi no reconocía el camino de vuelta. Hizo bien de dejar el coche en Madrid y volver en autobús; si lo hubiera hecho, a lo peor se habría perdido; pensó que así volvería a recordar sus años de estudiante cuando iba y venía en él algunos fines de semana, pero... había cambiado todo: se encontró cambiado el pueblo, cambiada la carretera comarcal, cambiados los árboles, unos crecidos otros desaparecidos, y cambiado el campo, antes despoblado y ahora veía algún chalet de vez en cuando. Así lo vio cuando pasaba por el barrio de poniente, nada más hacer el autobús el desvío de la carretera, para tomar la ruta del centro. Se alegró que, a menos, la llegada fuera como antaño, en la Plaza. No le esperaba nadie, pese a que la familia sabía que llegaba a las dos. Se puso en marcha hacia la casa familiar. Iba llegando cuando se abrió la puerta de la casa y su madre salió andando deprisa, sonriendo, sujetándose la falda, casi corriendo y él se puso a correr hacia ella. En un abrazo cerraron quince años de ausencia. Se besaron, se volvieron a besar, le achuchó, le tocaba la cara, como si quisiera comprobar que era de verdad y agarrados entraron en la casa. - ¡Madre, mira quien está aquí! – Gritó.  Un brisa llegó hasta ellos, sabía Jaime que alguien había abierto la puerta de la cocina que da al patio. Por la puerta de la cocina apareció la abuela. – Mi niño…mi niño, ¡rediez!, ¡mi niño!, decía con las lágrimas en los ojos. Pasaron a la galería cubierta que se abría hacia el patio, con los crocus abiertos, los nardos, que en la galería creían primavera, perfumando toda la estancia. Se sentaron. Más tranquila, la abuela Dolores le cogió la mano y le preguntó: - ¿Estas bien rico mío? Sabes que soy muy feliz de tenerte con nosotros pero tu ya tienes tu vida hecha en Copenhague, ¿hay algún problema? – No abuela, ninguno, Anika y los chicos están bien y vendrán pronto. No creo que tarde mucho eso, en una semana o dos, a lo más tardar, los tenéis aquí. – Bueno hijo, te dejo con tu madre que tengo que ir a un sitio donde no puede ir nadie más que yo, ya sabes… -Vale abuela hasta ahora.
Se fue la abuela, con su bastón de bambú, que no parecía necesitar. Se quedaron madre e hijo y empezaron a atropellarse con la cantidad de preguntas que se le agolpaban a los dos, pero tranquilos; nunca habían estado más tranquilos en quince años. – Oye mamá, la abuela cuantos años tiene, he perdido la cuenta…- Noventa y ocho y esta fenomenal para su edad. La cabeza le funciona muy bien. Ojalá que nos dure algunos años más. Es aparentemente muy delicada y frágil pero siempre ha sido fuerte por dentro. Ha sido mi fuerza durante toda la vida, tiene genio pero es muy buena, ya sabes, y la quiero con locura. Jamás me ha dado la mínima lata; es lista la jodía y cuando tiene algún problema físico o de ánimo, lo disimula hasta que terminamos por enterarnos, pero nunca da la lata. – Yo también quiero mucho a la abuela mamá- dijo él-, y créeme, hasta que pudimos salir adelante con nuestra economía familiar, ella siempre me mandaba dinero para aguantar el golpe (no se de donde lo podía sacar); la sentía cerca. Me dolía no poder venir a veros; lo que más. Pero bueno, eso ya pasó ahora estamos bien y las cosas van a cambiar. Veréis como os van a gustar Anika y los chicos. – - Oye Jaime, el niño, Jarl, ¿que hace ahora?  Me dijiste que terminó sus estudios.  –Trabaja, mamá, trabaja en un estudio de arquitectura, lleva la trascripción de los proyectos en los programas informáticos. Ahora ya estamos todos con trabajo y nos va bien.
Estaban con sus cosas madre e hijo y, sin darse cuenta, apareció en silencio la abuela, les puso una mano a cada uno encima del hombro, y sin sentarse junto a ellos, con la luz cálida de septiembre iluminando su cara, que guardaba bastante de la hermosura que tuvo en su juventud, sonriendo que aun la hacia más hermosa, al callarse ellos, al sentir su mano, les dijo: - no os interrumpo pero quiero daros a los dos lo que estuve guardando durante toda mi vida: esta caja y lo que contiene. La caja era de madera fina y levantado el pequeño cierre de latón, la abrió y en ella había una antigua medalla, una tarjeta de visita y dos alianzas de oro. – La medalla es la de la Legión de Honor de la República Francesa, después de la segunda gran guerra, de tu padre,-tu abuelo, Jaime. – Mamá, ¿papá, cuando estuvisteis en Francia, estuvo en la Resistencia? No lo sabía, jopee. – Bueno algún día te lo explico. Ahora  no.  Las alianzas son: la mía y la suya. Y la tarjeta de visita es la de un abogado al que tenéis que llamar a su despacho, cuando yo la casque, él tiene ordenadas todas mis cosas. - ¿Pero qué cosas mamá? – Mis cosas. Ya os enterareis cuando la casque. Pero como no es gran cosa, dejémoslo para entonces.  Así me quedo ya tranquila. Si no te he dado esto antes es porque quería hacerlo con mi nieto al lado. – Vale mamá, así será, pero ahora no hables de cascar, que no hay porqué, estas muy bien y tenemos que hacer aun muchas cosas.
A las tres semanas estaban ya con ellos su mujer, Anika, y los hijos;  llegó un día Jaime a casa de su madre con la escritura de la casa en la costa debajo del brazo.  Al abrir la puerta le recibió ella con la cara llena de tristeza. La abuela estaba mal, había venido el médico y dijo que no era necesario trasladarla al hospital, estaría mejor en casa. Le quedaban horas. Como así fue. A los tres días siguientes, por encargo de su madre, se fue Jaime a ver al abogado, que le acompañó hasta la casa de su madre. Allí les dijo que su padre, le había dejado a la abuela un fondo con el que había estado viviendo durante los años en que había estado viuda. La pensión que tenia de viudedad era muy pequeña. Luego explicó que él tenía cuatro manuscritos, hechos a máquina, de libros de su abuela que habría escrito durante muchos años. Uno de ellos de de memorias de sus años en la Resistencia en Francia. Porque fue ella la que estuvo allí y no el abuelo. La medalla era de su abuelo porque fue un regalo que le hizo ella al casarse. Las cantidades que le concedió la Republica Francesa las había donado a un orfanato de allí de hijos de victimas de la guerra. Y los otros tres eran novelas. Todas ellas publicadas, y con gran tirada, hacía años en Francia bajo el seudónimo del alias que tenía en la Resistencia  Marien la Rouge. Los derechos de autor estaban en una cuenta con el encargo de dárselos a su nieto. La madre, miró a su hijo y dijo: -¿Te figuras a la abuela pegando tiros y poniendo bombas, matando alemanes?.. yo no; ¡pero si no ha matado una mosca jamás!

 Mujer de carácter y sencilla, nunca habló de sus cosas.
(Publicado en el periódico, La Tribuna de Ciudad Real el 27 de septiembre de 2014).

20140922

LA MANO INVISIBLE


Urbicain. Domingo 14 de febrero de 1988.

El lunes 11 de enero, me llamaron a casa desde la Universidad de Coventry; era Franklin Freeman, el titular de la cátedra de Psicología, que trabajaba en un dossier de parapsicología; me dijo que precisaban mi ayuda para hacer una investigación en la calle de Toledo en Madrid, en el lugar donde estuvo el domicilio y murió un embajador español en Londres. No sabían el lugar concreto donde estuvo la casa del embajador, ni estaban seguros de quien se trataba, y habiéndole  hablado de mi, los compañeros ingleses de arqueología, interesaban que les visitara. Franklin tenía un buen castellano y no fue en absoluto difícil entenderse con él, en otro caso habríamos tenido problemas, puesto que yo no estoy muy puesto en el ingles técnico, solo en el coloquial. El asunto provenía de la experiencia de una médium con la que estaban trabajando en un proyecto de parapsicología, y en la que, al parecer, habían obtenido un corto texto de escritura automática dictada por aquel embajador. Me envió el billete de avión y el miércoles siguiente estaba en Coventry en el despacho de Franklin. – Bueno Alberto, te explico en resumen lo que hay en marcha, -dijo sin mas preámbulos: hemos estado trabajando con una médium, Angie MacAdams, que nos dio aviso pues estaba recibiendo información, en estado alfa de vigilia, ya sabes, este tiempo intermedio entre la vigilia y el sueño, que se materializaba en escritura automática, que como sabes es la que dicta un ente, posiblemente persona fallecida, dirigiendo la mano de la médium. Si, veo por tu cara que te suena algo extraño, pero, créeme, la hemos sometido a varios controles y efectivamente estaba el ese estado, prácticamente inconsciente y solo se apreciaban algunos pequeños impulsos en su cuerpo, y la mano izquierda (es zurda) totalmente quieta y con la derecha, que conscientemente no sabe escribir con ella, y sin embargo escribía con esa mano, con soltura, en lo que hemos comprobado era castellano de la época. El ente se identificaba como caballero al servicio del Emperador y embajador en la corte de Enrique. Al iniciar el texto lo fechaba en el día cuatro del Señor del mes de mayo. Como es natural esta fecha hay que tomarla con el calendario Juliano, puesto que desde 1583 aplicamos el Gregoriano. Pues bien, el texto decía después: …Retornado en mis aposentos, en la Villa de Madrid,  en la calle de Toledo, quebrado por los años, en soledad tomo el manuscrito como propio, pues de mi mano salió… Luego en otra sesión escribió: …el señor mi amo, puestas las manos al cielo y los ojos que casi nada se le parecía sino un poco de blanco, comienza una oración no menos larga que devota, con la cual hizo llorar a toda la gente como suelen hazer en los sermones de Pasión, de predicador y auditorio devoto, suplicando a Nuestro Señor, pues no quería la muerte del pecador, sino su vida y arrepentimiento… Y eso es lo que tenemos. – Pues no es mucho para la averiguación, tanto del embajador como del lugar en la calle de Toledo donde debió tener su casa, pero vamos a trabajar en ello, pero del texto que me has leído, se puede llegar a la conclusión de que podía ser un alto personaje del siglo XVI, puesto que si estaba al servicio del Emperador, podía estar refiriéndose a  Carlos I o a Felipe II de España y habrá que deducir cuales de los embajadores de España en Inglaterra podían encajar en los demás datos que sabemos. Así pues, dame una copia de el texto de lo escrito por la médium y ya te diré que es lo que saco de las investigaciones que hago, tanto con la Universidad Complutense, en su Cátedra de Historia, como en el archivo del Ayuntamiento de Madrid, en el que he de ver qué inmuebles del siglo XVI había en la calle de Toledo y quien podía ser dueño de alguno de ellos, y que fuera persona destacada. Me despedí de Freeman y, de vuelta a Madrid, hice mis indagaciones. El embajador de España en Inglaterra en aquellas fechas, y tenía que ser la del emperador Carlos I, que coincidió con el principio del reinado de Enrique VIII de Inglaterra, de entre los veinte que tuvo en aquellos años, era posiblemente don Diego Hurtado de Mendoza, hijo del conde de Tendilla y nacido en Granada. Hombre muy culto y de gran formación tanto militar como política. Fue embajador en Londres entre 1537 y 1539. Y digo esto porque en los archivos del municipio, se localizó la casa donde murió don Diego en 1575, por efecto de una pierna gangrenada en su casa de la calle de Toledo. Respecto a el texto segundo que escribió la médium, se hizo especialmente difícil su identificación y a que se podía refererir, por lo que tuve que pedir ayuda al titular de la cátedra de Historia de la Complutense, que, muy interesado por la historia estuvo indagando en los archivos del Escorial donde había numerosa documentación de la época, sin excluir la de los que se referían a los que tuvieron que tener relación con don Diego en sus últimos años de vida. Así pues se llegó hasta localizar en el Archivo Histórico de Protocolos y el Histórico Nacional, documentación de Juan López de Velasco que intervino en la Corte de Felipe II y se le encargó de la administración de la hacienda de don Diego Hurtado. Es sabido que el rey quería tener la biblioteca de don Diego; por eso y quizá por alguna cuestión de celos, le tuvo desterrado en la guerra de las Alpujarras. Pues bien, López de Velasco tuvo en su mano la publicación y “corrección” (la adaptación para pasar el filtro de la Inquisición) del Lazarillo de Tormes; y él tenía entre los papeles de Hurtado de Mendoza el manuscrito del Lazarillo. Estuve buscando entre mis libros el texto del original libro, presuntamente de autor anónimo, y en unos de sus capítulos encontré integro el texto que comienza: … el señor mi amo, puestas las manos al cielo… Así escribí con mis conclusiones que confirmaban el nombre del embajador y la relación con el fragmento del Lazarillo de Tormes a Franklin Freeman, rogándole que comprobara si la médium conocía el lazarillo de Tormes y si lo había leído. Contestó, agradecido, asombrado y muy contento de las coincidencias, y me seguró que la médium no tenía ni la mas remota idea que era el Lazarillo de Tormes y al decirle que era un libro, mucho menos haberlo leído. Asi pues, pudiéramos tener un indicio de quien fue el autor de tan ilustre obra.

(En este año de 2014, la  paleógrafa Mercedes Agulló (Madrid, 1925) ha hecho un studio muy fundamentado sobre esta autoría, en la que se basa esta ficción).
(Publicado este relato en el periódico "La Tribuna de Ciudad Real" el 20 de septiembre de 2014).

20140918

LAS UVAS DE LA MUERTE


El sábado 29 de agosto de 1609  llegaba al pueblo de Malagón la galera de unos arrieros que venía desde la Villa de Madrid. La conducía el mayor de ellos Isidoro,  de cincuenta y ocho años, marcado por las enormes arrugas de su piel quemada por el sol. Los caballos y mulas tiraban con alguna dificultad, se notaba que la carga era pesada. Sobre unos sacos de arroz iba echado el mozo, adormilado. Otro arriero, Damián, que iba sentado en el pescante al lado de Isidoro volvió la cabeza y le dio una voz: - Tuuu, borregooo, ¿vas a estar durmiendo todo el díaaa? El chico se incorporó y estiró los brazos durante un rato. Luego, más espabilado contestó: - ¿Se puede saber para que me despiertas, acaso hemos llegado? Yo no lo veo por ninguna parte, este pueblo no es al que vamos así que ¿para que me despiertas? – No si todavía no te has despertado, ¿no te enteras que esta ya anocheciendo? Vamos a hacer noche aquí. En cuanto que lleguemos a la posada, podrás dormir todo lo que quieras, borrego.
Después de callejear, finalmente llegaron, como dijo, a una posada, entrando por la portada, dejando la galera al final del gran patio anejo al corral donde había huerta, gallinas, unas jaulas de conejos y zahúrdas con dos cerdos. Cerraron con cuerdas y una lona la galera y su carga y se fueron hasta el figón donde habían de cenar, luego de acordar los gastos con el posadero. Les sirvieron una fuente grande con Duelos y quebrantos y otra pequeña con morteruelo. Acabaron con un cantero grande de pan que les habían dado a cada uno, partiendo otro pan grande que cogieron con toda naturalidad, como si fuese lo suyo el comer más de uno. Era tal el hambre que traían que ni el viejo ni el joven titubearon ni un momento en comerse todo lo que se iba presentando. Mientras comía, Isidoro le preguntó al chico: - Paco, me dijiste que habías trabajado de aprendiz de mancebo en Aranjuez en una botica; cuéntame: ¿es difícil aprender todo eso de las hierbas y de jarabes y ungüentos? – Bueno –contestó el mozo- al principio si; tienes que hacerlo poco a poco y estar todo un año preguntando y viendo como son en las jarras y frascos que contienen las boticas, pero cuando has limpiado todo el local, dos veces a la semana, terminas por saber donde esta cada cosa y, finalmente, para que sirve. Otra cosa son las proporciones, que eso, normalmente solo lo sabe el boticario. – Debe ser curioso aprender tanto remedio. En fin. Tiene que haber gente para todo.
Terminada la cena, Isidoro mandó a Paco hasta la galera a coger una frasca de uvas negras, de pura cepa garnacha, metidas en vino que llevaban para el viaje, para el postre. El mozo, con celeridad la trajo hasta la mesa.  Estaban entretenidos tomado las uvas, que como es habitual en los que tienen ganas las tomaban de dos en dos, cuando se presentó en el figón un hombre mal encarado, sobrero negro y capa de igual color que mas parecía cuervo que viajero, portando un mosquete. Les miró con detenimiento y se sentó en una mesa cercana, de forma que habrían de hablar muy bajo si querían que el forastero no les oyera su conversación.
Para estar seguros de su reserva hablaban poco y en voz baja. Pero cambiaron de conversación  sin ni siquiera acordarlo, pues el recién llegado les daba mala espina. Llamaron al posadero para que les trajera otra jarra de vino con algunos melocotones, y cuando este les llevó la jarra Isidoro le preguntó- Oiga, ¿conoce usted a ese hombre que acaba de llegar? – No, no le conozco, pero no me extrañaría que fuera el mandadero del señor Duque del que hablan, que va de negro y tiene muy mal comportar. A más de uno le ha arruinado la vida, y no se cual es el favor que le hace al Duque pues todos sus desmanes se los consiente y tapa. Pero si es él, más vale que callemos no vaya a ser que se entere que le estamos mentando y la caguemos. – Así será, posadero, por nuestra parte: punto en boca. Se acostaron temprano en una de las alcobas de arriba cuidando Isidoro de que fuera una desde la que se viera el patio desde la ventana, por así guardar mejor a la galera, no fuera que se vieran sorprendidos por robo. A la mañana siguiente, bien temprano y luego de almorzar fuerte, tomaron el camino de Carrión para poder pasar el río por el molino que daba paso bajo el Castillo de Calatrava. Al llegar a las cercanías del Guadiana, el mozo dio una voz y dijo que pararan, había visto hierbas medicinales que quería coger. Estuvo un buen rato recogiendo hierbas y bayas y guardándolas en unas frascas que guardaba en un saquillo de loneta. Damián, le dijo algo molesto:- Pero bueno tú, ¿es que vamos a perder el tiempo con tus yerbajos? ¿Qué vamos a sacar con ello? ¿Acaso nos van a dar de comer? – No se a ti, Damián- le contestó Paco- pero a mi desde luego porque debes saber que estos “yerbajos” que tu llamas luego las he de vender a boticas y me sacaré buen dinero con ello; ten en cuenta que no en toda tierra se dan y sin embargo en toda tierra se necesitan, para remedio de los males. – Bueno está bien, date prisa y recógelas que se nos va a hacer tarde.
Legua y media después, en un recodo del camino, bajo unos álamos negros, se toparon con el viajero que vieron en la posada, que les esperaba, y dándoles el alto les increpó: - ¡Alto arrieros! por encargo del señor Duque, y viendo que no pagasteis cargo alguno por pasar por sus tierras, dadme todas las monedas que llevéis, y que no sean menos de cien maravedíes, pues en caso contrario me daréis lo que falte en especie. Los tres, obedeciendo más al mosquete que les apuntaba que al forajido que hablaba, sacaron las monedas que llevaban y que dieron suficiente para satisfacer lo que reclamaba. Cogiendo la bolsa con el dinero, se dirigió al mozo y le espetó apretando los dientes: -y ahora me das la frasca de las uvas en vino que os vi guardar que me darán gusto en el viaje. Paco, entró bajo la lona de la galera y tras un momento de rebuscar salió con la frasca y se la dio. Marcharon  con todo lo ligero que dieron a los caballos y en algo más de media hora ya se sentían tranquilos.

Al llegar a Ciudad Real, entregaron sus mercancías, recogieron sus ganancias, y el mozo pudo vender sus hierbas y bayas; conseguido todo, se plantearon volver a la Villa de Madrid para traer más mercancía. Estaban los tres haciendo cuentas, cuando observaron los otros dos que el viejo, Isidoro, no hacía más que restregarse la frente, llena de sudor, con su pañuelo, como si estuviera muy preocupado. – ¿Qué te pasa Isidoro? – Le preguntó Damián. – Pues mira- contestó – Es que no hago más que cavilar que el viaje nos dio buen fin pero nos podemos encontrar otra vez con el hombre del mosquete, ya sabéis, el de la capa negra, y nos deje sin blanca y quien sabe si algo peor.- No te preocupes compadre,- Dijo Paco, ¿os acordáis de la frasca de uvas que se llevó? Pues le metí en la frasca, de las que recogí en el camino, unas cuantas bayas de las que llaman la belladonna, que son negras y al parecer dulces, pero muy venenosas si no se toman con la medida propia; así que ahora debe estar el ladrón en algún camino, más seco que un bacalao. Se miraron los dos arrieros  y luego, rompieron a reír  y sentenció Isidoro, quien mal anda… mal acaba. 
(Publicado en el periódico La Tribuna de Ciudad Real el 13 de septiembre de 2014)

20140907

LA EXPEDICIÓN


No lo recuerdo bien hijo, ¿pero… parece que fue ayer cuando subí con los compañeros en la expedición al Everest? No, no digas nada, se que no estoy en buenas condiciones pero tengo ganas de contártelo si  tienes tiempo.
 –Claro padre, claro que tengo tiempo, voy a estar contigo toda la noche  aquí en el hospital y posiblemente algunos días mas, así que si es tu gusto, cuéntalo. Pero si te fatigas, déjalo para después ¿vale? Ya sabes que no estas muy bien. - De acuerdo. Mira, he quedado muy quebrantado con las heridas que me hice, pero me estoy recuperando muy bien, solo que los pulmones marchan regular ¿sabes? Te cuento: Creo que fue el jueves 26 de marzo cuando llegamos a Katmandu. Veníamos desde la India viajando en tren. Allí en la capital del Nepal, a la montaña los nepalíes le llaman Chomo Lungma,  que quiere decir Diosa madre de las nieves; el nombre de Everest se los pusimos los británicos en honor de John Everest, geometra y coronel, quien supo calcular su altura: 8.848 metros. En la expedición íbamos, Edmund Hillary, Charles Evans, George Lowe, Wilfrid Noyce, George Band, Tom Bourdillon, Charles Wyllie, Michel Westmacott, Alfred Gregory y yo que me uní a ellos para contarlo. Como referente teníamos la experiencia de la expedición suiza que el año anterior se quedó a doscientos metros de conseguir llegar a la cumbre. Cuando estás en esas alturas y con las enormes moles de hielo y roca que te rodean, un metro es una distancia que hay que tomarla con mucho cuidado…
Mientras esto decía mi padre, llegó el médico para su visita diaria y había estado en la puerta un momento escuchando el relato suyo con cara de asombro. Le hizo la observación diaria y se despidió, no sin antes despedirse de mi padre con cara de admiración.
Nada más irse el médico, mi padre, que para eso si le prestaba la memoria, reanudó su relato en el punto que lo dejó: - Los sherpas que nos acompañaban no eran los 14 de la expedición suiza, sino muchos más: 400 porteadores y 30 sherpas. Estos, son de allí y grandes montañeros del Nepal. El equipamiento era bastante completo. La decisión de afrontar el desafío vino como consecuencia del reconocimiento que hizo de la vertiente sur Eric Shipton, el más grande explorador de la montaña. El campamento base lo pusimos en el glaciar Khumbu, a 5.364 metros. El viento y la nieve, que se presenta en cualquier momento y hace de cualquier movimiento un hecho heroico. El glaciar no hace más que hablar y roncar, de los grandes bloques de hielo, como un edifico de cinco plantas, al quebrarse hacen parecer que la tierra entera se esta rompiendo, enormes grietas aparecen donde antes solo había hielo macizo. Impresiona oírlo la primera vez, luego te vas acostumbrando (o eso creemos), pero detrás de una rotura puede estar la tragedia. Todos llevábamos equipamiento, escaladores y sherpas incluidos: equipos de oxígeno, material de escalada y víveres. El 21 de mayo, el callado Hillary y el sherpa Tensing, seguidos de Wyle y catorce sherpas, alcanzaron el collado sur, donde tres días más tarde llegaron Bourdillon y Evans, que formaban el primer grupo de subida a la cumbre. Tuvo que volver este grupo a cien metros de la cumbre por el empeoramiento del tiempo, su agotamiento y el oxigeno escaso. De vez en cuando aparecían nubes densas sin avisar y la amenazante sombra negra de los monzones se nos podía venir encima. Pero no, solo eran nubes. Al collado sur llegaban los sherpas en mejores condiciones que nosotros, ellos viven en la montaña, han nacido allí y la carencia de oxigeno no les afecta tanto como a nosotros. El 22 de mayo los porteadores alcanzaron el collado, azotado por un viento duro, frío y hacía todavía más inhóspito aquel lugar desolado. Había restos del campamento suizo que el año anterior había estado allí. El viento levanta el polvo de nieve y lo lanza cuesta arriba como si quisiera deshacer la montaña. El equipo de oxigeno que se experimentaba, en circuito cerrado que tornaba en oxigeno la respiración, pudo ser una ventaja adicional en algunos momentos. Después de la bajada del primer intento con el grupo de Tom Bourdillon, cuando el siguiente grupo iba a partir, a Hillary se le congelaron las botas y hubo que descongelarlas, Tensing fue mas listo; durmió con ellas puestas. Eso retraso la partida. El 28 de mayo, Hillary iba delante cavando escalones en el hielo y sujetando la cuerda de seguridad, lo que hacía bien y con detenimiento, eso me contó Tensing; hacerlo con prisa puede costar una caída de más de 3000 metros, y la muerte segura. A las doce ya se les veía desde abajo y estaba encarando la cumbre, hicieron noche en la tienda y a la mañana siguiente hacía buen tiempo. En la última cresta tuvieron que ser muy precavidos; pero no todo era malo: en el camino encontraron bombonas de oxígeno del equipo de Bourbillon que aun tenían carga, era una ayuda adicional. Fue Hillary el que vio una hendidura que hacía menos peligroso, sin dejar de serlo, el último obstáculo para llegar hasta la cumbre. Los diez kilos de equipo que llevaban a las costillas, y a casi 9.000 metros de altitud, hacía muy complicado subir. Los grampones con sus pinchos, clavados en el hielo, les daban seguridad; fueron de gran ayuda para los pies y agarrarse en la nieve de la hendidura. Con una mano clavaban el piolet en la pared para sujetarse. Una vez arriba, Hillary le echo la cuerda a Tensing para subirlo. Ese paso por la hendidura, desde entonces se le llama el Paso Hillary. Finalmente la montaña se hizo menos empinada y se dieron cuenta que estaba a mano. A las 11.30 llegaron a la cima. Los dos, Hillary y Tensing. Luego la política y la prensa especularían sobre quien habría llegado primero a la cumbre. Desde allí veían la redondez de la tierra, allí si estaba el mundo a sus pies. Se estrecharon la mano y se dieron un gran abrazo. Los dos habían llegado por primera vez a la cumbre del Everest.

Cuando llegó a este punto, mi padre estaba llorando de emoción. Siempre lo hace cuando lo cuenta. Fui al cuarto de control para pedirles agua a las enfermeras y allí estaba el medico que visitaba a mi padre. Al verme se me acercó y preguntó: - El relato de la expedición que cuenta su padre, ¿fue hace mucho tiempo? – Sí, la expedición que cuenta mi padre fue en 1953: la primera ascensión al Everest, pero no todo es cierto. Mi padre desde hace algun tiempo, desde que la cabeza se le va de vez en cuando, cree que él estuvo allí, pero no es así, él solo ha subido, porque es muy montañero, varias veces a La Pedriza, en la sierra de Madrid, pero siempre tuvo pasión por el montañismo y es un experto en la expedición del Everest, se la estudió muy bien, ha terminado creyendo que él estuvo allí. Pero no se preocupe, él es feliz con eso, y yo le dejo que lo cuente como y cuando quiera.
(Publicado en el periódico "La Tribuna de Ciudad Real" el 6 de septiembre de 2014).

EL BAÑO DE AQUILES


Urbicain. 6 de mayo, martes, de 1986. Longinos Gabbiani, mi cordial amigo del Antico Forno Antonino, cerca del Palazzo de Capodimonte, en Nápoles, me escribió ayer y me daba la buena noticia de un posible yacimiento romano cerca de su finca en Avellino. Había avisado a las autoridades y lo desecharon por creer que estaba ya expoliado desde el principio del siglo. Longinos pensaba que aún podía tener grandes cosas. Arquitecto, aunque no ejercía desde que se encargó del restaurante familiar, sabía que las estructuras encontradas eran importantes. Le llamé por teléfono y mostró mucho interés en que fuera con él. Me lo pidió por favor, pero el favor me lo hacía a mí. Una nueva aventura profesional que me interesó mucho. Pasar unos días con él allí me vendría bien. Según me había descrito él, los arqueólogos del museo para la estratigrafía arqueológica empelaron la Matriz Harris, que es  una base de trabajo bastante buena y solo podría faltar completar la dimensión temporal. Decía tratarse de una domus romana (casa particular); la Administración creía que no eran de gente principal y él,  si creía en la importancia de los que la habitaron.
Me despedí de la familia y saqué el billete del avión; el jueves, con mis cosas de trabajo me fui a Nápoles. Aterricé en el Aeropuerto de Nápoles-Capodichino, y allí estaba esperando Longinos que, como siempre, me dio un abrazo que casi me deja sin respiración, además de dos besos. Me llevó hasta su restaurante a comer, con un vinillo Asprinio di Aversa que lo acompañamos con marisco recién cogido del mar, comimos como dos reyes aqueos. En el yacimiento, según me dijo, habrían encontrado diversos objetos, que estaban en el museo, piezas pequeñas de ajuar domestico, restos de loza griega, vasijas decoradas con motivos geométricos y otras con plantas. – Ese puede ser un buen síntoma. -Le dije. Pero no avancemos teorías, veremos el terreno.
Al día siguiente, en el Museo Nacional, viendo las piezas.  Hablamos con los profesores que habían trabajado allí, mostrándose afables porque me reconocieron por mi trabajo en Egipto. Me dijeron que no había inconveniente en que hiciéramos lo que estimáramos conveniente pero que, en todo caso le informáramos de los resultados y que lo extraído iría al Museo Nacional de Nápoles. Aceptamos, como era de razón y deseo de Longinos desde el principio. Mi amigo me hizo un guiño con los ojos y nos fuimos enseguida. Al salir dijo: - E llevace 'o mmale 'a tuorno Dio, que al parecer quería decir en su dialecto napolitano, ¡mas libranos del mal Dios! (no se si lo transcribo bien). Cuando me lo tradujo, estuve riendo un rato y a él se le pasó el cabreo que tenia con ellos y se rió conmigo. Volvimos a su restaurante, donde nos esperaba un pescado a la plancha muy apetitoso; se sinceró conmigo: - Alberto, te voy a confesar una cosa que es la que me mueve con tanta prisa a que trabajemos en el yacimiento de casa: hace dos meses tuve una visión, cuando estaba dando un paseo por allí vi, como un flash, una enorme copa con decoraciones de lo que parecía dibujos de la antigua Grecia que  se me apareció en la cabeza con gran claridad, incluso en color. El dibujo representaba a una mujer salvando a un niño de caer al mar. Dirás que estoy un poco loco, pero esa visión la he vuelto a ver en sueños varias veces y en todas la veía al final en mis manos con gente que decía que era de gran importancia. ¿Qué piensas? – Bueno qué quieres que te diga, eso desde el punto de vista científico no es prueba de gran cosa, si queremos hacer algún trabajo allí debemos documentarnos antes sobre la historia de esta parte de Nápoles y más concretamente de esta población cercana: Avellino. Según he leído, el núcleo original de la ciudad, Abellinum, empezó a formarse en la colina de la Civita, territorio de hoy Atripalda cerca de 4 km del centro de Avellino ahora. Con lo que estaríamos en el mismo núcleo de población de la ciudad antigua, centro pre-romano, presumiblemente de origen etrusco-campaña y de lengua osca, citada desde el sigo IV. Según investigaciones recientes, la antigua ciudad era territorio de los Sabatinos, pueblo documentado por Tito Livio. No se debe excluir que tal centro tenia el nombre de Velecha, certificado de numerosas monedas atribuidas a el área de Campaña. Fue conquistada por los romanos en el año 293 a.C, cambio de nombre varias veces; en el siguiente orden: Veneria, Livia, Augusta, Alexandriana y Abellinum). Pero claro, esto lo sabes tu mejor que yo, pues me consta que estas muy bien documentado. En esta zona había bastante comercio con Grecia, incluso desde el siglo V antes de Cristo, por lo que no es extraño que en tu visión traigas esa imagen. Lo que hace falta saber si esa visión es espontánea o esta inducida por algo que hayas podido leer o ver. Pero bueno, no especulemos más, mañana sin mas pérdida empezamos a trabajar, si están dispuestas las personas que van a venir a ayudar en los trabajos de campo. – Bien, creo que estas muy centrado y lo que dice es razonable. Mañana empezamos, no te preocupes, estarán; ahora tómate tu café tranquilo y esta tarde nos damos una vuelta por allí y te explico donde vi esa especie de visión.
Efectivamente, fuimos allí y se fue directo a una parte de la excavación donde había unos muros de lo que fue vivienda y posiblemente una estancia aneja a las cocinas. Se paró entre los muros de una habitación menor y dijo firmemente: -Aquí.

Los siguientes días trabajamos de manera ordenada reconociendo el carácter de la vivienda y llegamos a la conclusión de que era una casa aislada de la población, de grandes dimensiones, prerromana pero adaptada por los romanos y con restos de las tesellas de mosaicos que habrían desaparecido. Por complacer a mi amigo Longinos nos centramos en la habitación pequeña cercana a las cocinas, y al cuarto día, a las nueve y media de la mañana, uno de los que levantaban lo sedimentos dio una voz: - Professore! veloce, qui. Guarda, c'è una parte di una bella ceramica! Llegué hasta él y, efectivamente, asomaba entre los sedimentos el asa de una vasija de cerámica decorada, parecía griega. Muy despacio, con las brochas y los pinceles fuimos retirando la tierra y en algo mas de media hora estaba ante nuestra vista, una crátera griega, totalmente entera, sin apenas arañazos y con una hermosísima decoración de la Diosa Tetis cogiendo por uno de los pies a su hijo Aquiles, antes de meterlo en la sagrada Laguna Estigia, donde tomaría  enormes poderes en su cuerpo de semidiós, salvo en el talón, que es por donde le cogía su madre y no se mojó. Y lo más importante: estaba firmada por Assteas. En el mundo solo hay siete. Esa cratera, donde servían el vino con agua, fue un descubrimiento descomunal. Una joya. Longinos tuvo acierto en su visión. Allí estaba. 
(Publicado en el periodico "La TRibuna de Ciudad Real" el 30 de agosto de 2014).

UN COUP DE TÉLÉPHONE


Su vida en Burdeos era tranquila. Dobló Claude la esquina de la Cours de la Somme hacia la Rue La Fontaine y lo hizo de manera automática. Ese recorrido lo había hecho cientos de veces y, casi siempre, con el periódico abierto y leyendo. Sabía de memoria situar lo que había en el itinerario. La verdad es que aunque no se vaya leyendo, si vas absorto en tus pensamientos es más o menos igual, caminas como un autómata por los itinerarios habituales. Por un momento se paró y levantando la mirada hacia el frente, quedó pensativo. Según dijo después, acababa de leer que se había comprobado por un experto en parapsicología el contacto con una persona difunta. -¡Qué disparate! - Dijo para si, en voz alta. Siguió leyendo y cuando terminó de leer la noticia, paró de nuevo, miró hacia delante y con el periódico colgando de la mano izquierda y la mirada perdida reflexionaba sobre las cosas sorprendentes que había leído: escritura automática, psicofonías, objetos que se mueven de la manera habitual como los movían los difuntos… Así fue hasta que llegó al portal de su casa. Saludó a la portera: – Buenos días Ludivine, ¡cantando como siempre...! ¿Eh? – Buenos días monsieur Claude, si; es la manera de no pensar en nada malo…ja, ja, ja. Sonrió Claude, abrió el ascensor y subió al cuarto, izquierda, su domicilio. Se fue directo hasta la terraza y se sentó en el sillón de ratán del rincón. Bajo el toldo. Volvió a leer el artículo que tanto le había intrigado. Lo analizó con detenimiento. Se escuchó que abrian la puerta: llegó Lauranne, su mujer, que desde la cocina le gritó: - ¡Hola Claude!, ¿quieres un pastís? – Hola, mon petit, claro que si, bien fresquito, pero siempre que te tomes tu vino blanco también conmigo, aquí en la terraza. – Vale, voy enseguida.
Mientras, Claude cogió su netbook, lo conectó al wifi de su ordenador y se puso a buscar en Internet lo que le había intrigado: contactos con el más allá. En varias páginas de la red averiguó que los medios técnicos son una vía para el contacto. Magnetofones, radios, televisores y teléfonos se habrían comprobado, según las experiencias que relataban, como medios para el contacto con personas fallecidas. A esta forma se le llamaba Transcomunicación Instrumental (TCI). Un matrimonio, los Harsch-Firsbach, habrían obtenido conversaciones muy extensas con personas fallecidas, fueron psicofonías claras. En otro enlace, un medium aseguraba haber tenido contacto con George Müeller, fallecido. Por otra parte se enteraba que durante 1994, los expertos de la TCI en Luxemburgo, Alemania, Brasil, Suecia, China y Japón recibieron llamadas telefónicas paranormales del Dr. Konstantin Raudive, el investigador pionero de FVE, muerto en 1976. Estas llamadas fueron grabadas en cinta y analizadas por expertos en voz. Las llamadas han continuado desde entonces, incluyendo una llamada de trece minutos del Dr. Konstantin en 1996. Claude se quedó pensativo, mirando hacia delante y reflexionando sobre estas cuestiones. Él, que había sido profesor de física en la Universidad, no aceptaba prácticamente nada de estas afirmaciones por tratarse de fenómenos que dejaban de acomodarse a las leyes de la física conocida. Sin embargo, si aceptó, a modo de planteamiento científico, la posibilidad de que los que los sujetos pasivos de los medios técnicos, los que escuchaban o veían en la televisión estos fenómenos, podrían estar interactuando con los propios aparatos imprimiendo los mensajes con su voluntad inconsciente. Es decir, pensaba Claude, que eran los propios que escuchaban y veían los mensajes los que eran autores de los mismos. La capacidad de actuar sobre el medio físico del cerebro humano estaba ya comprobada.
Se presentó su mujer en la terraza con una bandeja, con las bebidas y un aperitivo de pequeños pasteles de hojaldre y carne que había hecho la noche anterior. Una vez sentada y viendo que Claude estaba abstraído dijo: - Claude ¿te pasa algo? – No Lauranne, es que he leído en el periódico y ahora he visto información en Internet de lo que llaman Transcomunicación Instrumental, y que no es otra cosa que la posibilidad, según dicen, de comunicarse por medios técnicos con personas fallecidas. No termino de creérmelo, toda la información que he podido recoger me parece poco científica, pero en todo caso no dejo de pensar en ello, porque me parece extraño que gente tan preparada como los que se citan en los documentos, sigan investigando sobre ello y den credibilidad a las grabaciones que se han hecho. - ¡Mon Dieu! Claude ¿cómo es eso posible? pero ¡sería terrible! Vamos que si tengo yo un contacto de esos, al momento… ¡me muero de un infarto! –Bueno, mira, mira, dejemos de estas fabulaciones y hablemos de otras cosas: He visto en los cines que reponen “El sueño eterno” de Bogart. ¿recuerdas? Podíamos ir a verla; la han remasterizado. - ¿Y eso que es? - Que la han restaurado y la han repuesto a su calidad original. – Ah, pues me perece buena idea. ¿Te acuerdas de la secuencia de Bogart con Doroty Malone en la librería? – Ja ja, si, buenísima. Bueno, pues vamos. Tomaron el pastís y el vino blanco y disfrutaron del momento. Días más tarde, estando en la terraza Claude recibió una llamada de su amigo Didier. Se le oía muy triste, lejano. – Claude, por favor acuérdate de  recoger del Ayuntamiento las escrituras de la propiedad de la casa de Agremont-sur-Allier. Le va a hacer falta a Danielle. – No te preocupes, Didier, mañana mismo las voy a recoger. Pero, ¿no vas a venir? – No, no voy a poder ir, es imposible ya. - ¿Pero, porqué dices eso? No contestó su amigo. Se oyó un ruido intenso como si se hubiera cortado la comunicación.
Al día siguiente fue al Ayuntamiento y recogió la documentación que le había interesado su amigo Didier. Le llamó para tranquilizarle pero el teléfono estaba desconectado. Lo volvió a intentar una hora más tarde, tampoco pudo comunicar. Llamó a Danielle y se puso al teléfono su hermana. –Hola Eloïse, quería hablar con Didier, le he llamado pero no puedo comunicar con él. – Bueno Claude… es que no te lo han debido decir… Didier murió antes de ayer. Un infarto fulminante. Terrible. -Pero que me dices… ¡Cuánto… lo siento! Estoy… desolado. Dale un abrazo de nuestra parte a Danielle. Esta tarde vamos para allá para estar un rato con vosotros. –Vale, un beso a vosotros.
Claude, se quedó temblando, tanto por el dolor como por la duda tremenda que se le estaba presentando. Cogió el teléfono, miró a los registros de llamada y allí estaba la llamada de Didier, el día anterior a las 15,25. Didier había muerto un día antes de la llamada, a las 15 horas.

No había dudas, comprobado: le había llamado Didier al día siguiente de su muerte.
(Publicado en el periódico "La Tribuna de Ciudad Real" el 16 de agosto de 2014).

20140826

ARTURO O EL SISTEMA


En el verano de 2020, me visitó. Apuramos el día en mi casa del campo  mi amigo Arturo y yo; sentados en el borde de la alberca. Terminaba de caer la tarde y la brisa de poniente acariciaba con su fresco, luego de estar toda la tarde con una enorme fiebre estival abrasando todo, los rastrojos, las encinas perdidas entre ellos y las huertas que se recogían con el follaje de las hortalizas que fueron regadas de madrugada. En el  soto, esperaban los pájaros para salir a sus últimas tareas antes de recogerse para la parada nocturna. Las chicharras empezaban a callar y no estaba lejos el momento en que los grillos cogieran el relevo. Mi amigo tenía a su lado un vaso frío con gin tonic y, no se si sería por eso o por la euforia que da el fresco de la brisa y el empezar a respirar el aire puro de la sierra, que terminaba por hacerme sus últimas confidencias.  Metimos los pies en el agua y eso fue el punto de partida para seguir con nuestra animada conversación. Cuando me hablaba, tenía la mirada perdida en el horizonte y, llegado un momento, paró y señalando al cielo dijo:- Mira, Arturo, la gran estrella con la que comparto el nombre. Efectivamente,  brillaba cada segundo con más fuerza, mientras el sol acababa de ocultarse por poniente, Aún había claridad. –Pienso que esta estrella me trae suerte cuando me van las cosas mal. Dijo, mirándome a los ojos. Luego siguió con la mirada perdida y contó una de sus confidencias:
- Hace algun tiempo, abría el buzón de  la casa de Chamberí en Madrid, un día del mes de Agosto de 2017; tenía una carta de la Seguridad Social. Decían que suspendían el pago de la pensión de jubilación por efecto de una comunicación del Ministerio de Administraciones Públicas en el que me acusaban de haber incurrido en fraude de ley y se me abría expediente de diligencias previas, por posible infracción penal. Como es natural, el mundo se me cayó encima, y no podía creer semejante disparate del que era victima, provocándome insolvencia, sino que tendría que preparar, posiblemente, defensa jurídica ante los tribunales. Esa semana estuve llamando por teléfono al Instituto de la Seguridad Social y al Ministerio de Administraciones Públicas. Dijeron que la resolución tomada tenía la base en los datos del sistema informático. Los datos los administraba en los dos casos dos empresas de servicios, a las que se les había encomendado después del proceso de privatización de años atrás. Tomé el primer AVE a Madrid, y estuve tres días averiguando de donde sacaban la conclusión de que no tenía el titulo de Licenciado en Derecho, que me sirvió para sacar la oposición del grupo A de la Administración y empezar mi carrera administrativa. Para consolarme, decían siempre que solo reclamarían los cuatro últimos años de sueldo, más el importe de las prestaciones de la Seguridad Social que hubiera tenido, pues los demás estaban prescritos, según ellos. Me quedé más tranquilo pensando que con el fondo de la Mutualidad de la Abogacía, podría aguantar el envite, pero tendría que llamarles y remitirles la solicitud de retirar una renta mensual mayor. Cuando hablé con ellos, dijeron que iban a mandar una carta comunicando que el fondo de la pensión de la Mutualidad estaba retenido por el Juzgado, como medida cautelar, para garantizar la reclamación que me hacían. En la empresa que gestionaba los fondos del archivo de la Universidad dijeron que en su sistema, puesto que habían sido digitalizados, solo figuraba mi expediente académico, y en él, constaba que me faltaba una asignatura para acabar la carrera: Derecho Internacional Privado. Llevaba yo mi título, firmado y la certificación de tener todas aprobadas, pero el empleado de la empresa  dijo que eso para él no servía, que solo tenía valor lo que había en el sistema digitalizado. De poco sirvió decirles lo que ordenaba la ley sobre el valor de los documentos públicos: solo servía para ellos el sistema. Así pues tendría que ir a juicio. Pero sin la pensión, ni las rentas de la Mutualidad no podría pagar las tasas judiciales, y sin abonar éstas, no accedería a ir a juicio. La justicia gratuita la denegaron por la información del sistema de Hacienda: figuraba el fondo de la pensión de la Mutualidad, y no había referencia a la retención judicial.  Fui a ver al juez y contestó que como posiblemente habría un juicio penal tendría que hacer valer mi reclamación y la documentación en ese momento, que posiblemente me atenderían. Pero no tenía abogado, por no poder pagarlo y los amigos abogados que tenía, todos estaban jubilados, impedidos o muertos. Mientras, me esperaban tres o cuatro años de espera sin ninguna renta con la que vivir, cuando estaba a punto de suicidarme, de esa pesadilla desperté. Si era una pesadilla. Pero pese a todo eso, ante el temor de que me pudiera ocurrir algo así intento guardar algo de dinero en casa todos los meses por si pudiera ocurrir esa locura. 
– Me hizo un impacto tremendo la historia de  Arturo, porque en ese mismo momento me di cuenta que todo lo que me iba diciendo tomaba carta de veracidad y su posibilidad no era remota sino que podría ocurrir;  y más concretamente a mí, ese disparate  kafkiano. – Arturo, esa pesadilla es posible, lo creo.
Las ondas del agua de la alberca, al mover las piernas dentro de ella, acompañaban con su imagen el momento más parecido a un mal sueño. Desde el corazón se fue extendiendo una sensación de angustia que no era capaz de desechar, pese que trataba de repetir dentro de mi cabeza: solo es una pesadilla, no puede ser realDías después, pregunté por los archivos de la Universidad y al parecer estaban retirados y desordenados en un almacén, después de haber sido dañados por una inundación en las lluvias del 2016 que anegaron los archivos históricos de la Complutense. Así que solo había dos cosas para defender la realidad: el sistema informático y los documentos que tenía en casa. Podría tener el mismo tratamiento que vio Arturo en su sueño. Dejamos de hablar del tema y procuramos observar las estrellas con el telescopio. La aplicación de la red, nos facilitó el seguimiento de las constelaciones visibles. Cuando llegó la hora de dormir, tomé un tranquilizante: no podía pegar ojo.

Ayer llegué a la ciudad, desde el campo, y en mi buzón, entre las cartas había tres, una de la Seguridad Social, otra del Banco y la última del Ministerio de Administraciones Públicas.  Llevo cuatro horas mirándolas encima de la mesa del ordenador: no soy capaz de abrirlas. Finalmente, llamé a Arturo para que las abra él, tiene llave de casa. Yo me voy al campo. Me tranquiliza ver a la lagartija del parterre, yendo y viniendo sin problema alguno. No soy capaz de nada y todo el cuerpo lo tengo temblando… Igual no es nada…
(Publicado en el diario La Tribuna de Ciudad Real el 23 de agosto de 2014).

20140812

EL LOBO


Clareaba el día cuando Juan Nepumoceno se fue hasta el corral. Abrió el candado y dejó colgada la cadena, colgaba también la constelación de Orión cayendo por poniente, desapareciendo poco a poco, como se desvanecían las sombras por el alba que iba creciendo. Ovejas y cabras se amontonaban en la estrecha puerta del corral, con ganas de llegar primeras a campo abierto, hasta la sierra. Con el morral a los hombros Juan cerró el corral y, con su cayado, las siguió por la calle principal de la aldea, tranquilo, andando a su paso y mirando a Calmo, su perro de muchas razas y de ninguna, pero fuerte como un mastín. Un silbido se oyó en aquella mañana de agosto y seguidamente la voz de Juan: - ¡Calmo! Vamos a la sierra. Le dijo, como si el perro le estuviera entendiendo. - ¡Derecha! El animal corrió al lado izquierdo del rebaño y, con dos ladridos, todo él se giró a la derecha por la salida hacia la sierra.
Miraba Juan al cayado y recordaba cuando en octubre ató la pequeña rama de olivo para que, al crecer recta tuviera la curvatura en su parte superior. Un metro ochenta centímetros de madera dura y fuerte, con un rebaje curvado en la parte gruesa de abajo. Le habían dicho en la aldea el día anterior que Eleuterio había visto al lobo. Sabía que las cosas no eran así. De chico le contaron historias del lobo, que despertaron imaginación y miedo en sus pesadillas: como perro negro, de dientes marcados por encías rojas; aullando cerca del pueblo, en las noches de invierno y ojos tintos en sangre. Pero sabía ahora que las cosas no eran así, ni tenía la saliva venenosa del que tiene la muerte por oficio, ni era negro, y no fue un lobo el que se comió al abuelo de Desi, la tendera, en un mes de noviembre de posguerra: bajaba del monte con un haz de leña a la espalda, para la cocina y calentarse en los días fríos como cuchillos. Si, sabía ahora que las cosas no habían sido así. Al abuelo de Desi no le mató el lobo, sino un balazo que tenía en el cuello, ni se lo comió el lobo.  Sino ¡los lobos! Porque sabía Juan que los lobos nunca van a atacar solos. Sino agavillados, juntos, entendiéndose para distraer unos a la victima, mientras el que está más a mano ataca. Sabía que el lobo, solo, nunca ataca, sino que si ve a la presa, aúlla y llama a los otros que no están muy lejos.
Entretenido con estas cosas iba cavilando Juan cuando pasaban por la boca de la cortada, una hoz cerrada en la que todos los sonidos se hacen más cercanos y los responde el eco si son fuertes. Subieron por la trocha, pasando por los majuelos,  que doraban sus uvas blancas,  por el cauce del arroyo Piedras negras, seco por el estiaje, con los hinojos granando y el espliego seco por la calentura de un mes de agosto que no terminaba de refrescar y torraba toda esa ladera; fuera de la humedad de los barrancos y arroyos que daban, aun así, vida a la menta y a los juncales.
Llegaron a la cortada más amplia, luego de haberse parado todo el día en donde aún verdeaba algo,  y allí les esperaba el aprisco que el había hecho con palos de chaparros y cubriendo la cerca de alambre con un tupido muro de ramas entretejidas. Al mediodía vio a una bandada de buitres sobrevolando el cielo mas arriba, cerca de la fuente seca. Algún animal muerto habrían visto. Los chillidos de los halcones se oían penetrando por los rincones de la cortada, devolviéndolos el eco. Le dio por pensar en lo solo que estaba y en la escasa defensa de que disponía. No había traído la escopeta de dos pistones de su abuelo. No terminó de creer que hubiera lobos en la sierra. Sin conejos, por aquella enfermedad tan mala, no quedaba uno, los zorros ya se fueron y los lobos hacía años que no se tenía noticia de ataque alguno al ganado. Solo se quedan si tienen comida, si no la hay, se van a otro lado donde la haya.
Después de dar cuenta a un poco de tasajo, un tomate y queso, de los que se había provisto para dos días, llevó al rebaño hasta la charca de la Fuente Seca y una vez que habían bebido las bajó otra vez hacia el aprisco. En el camino de ida y vuelta vio algo que le empezó a preocupar y darle para pensar. Había visto pasar dos conejos y una liebre. Y se dijo: pues si ya hay comida, igual es verdad que hay lobos…

Habiendo recogido al ganado en el aprisco a la caída de la tarde, se sentó en la piedra que tenía cerca de la choza, cenó como comió y, cuando estaba pelando con la navaja un melocotón, le pareció oír animales rondando por la parte alta de la cortada. Nada más anochecer, se tumbó junto a la piedra, a la luz de la luna, oyendo la radio que le hacía compañía. A las once y cuarto de la noche, medio adormilado, los oyó la primera vez. Un profundo y prolongado aullido se propagó por todas las paredes de la cortada. Después le siguieron otros: eran lobos. Juan, aun con nervios y miedo, resolvió ir a la puerta del aprisco y poner varias ramas que estaban preparadas al lado para dejar todo bien oculto. Calmo se puso a su lado y estaba ladrando nervioso. No tardaron mucho en bajar. En cinco minutos escasos los vio venir por el cauce del arroyo seco. Eran cinco. Cogió a Calmo por el collar y le dijo: - ¡Tú a mi lado! ¿Me oyes? El perro le miró y como si le entendiera, dejo de tirar hacia donde venían y se quedaron juntos. Juan sacó la navaja grande, la abrió y la colocó en el rebaje del cayado. La ató fuerte y cogiendo el cayado por el otro extremo, se puso con èl adelante dispuesto a la defensa. Como él sabía, los lobos se dispusieron en abanico, sin poder abarcar a sus espaldas que las tenía del lado del aprisco. Enseñaban los dientes y amagaban constantemente para ver si se descuidaban, Juan y su perro. Un lobo atacó a Calmo y otro le siguió en el ataque, pero antes de que llegara donde se repartían dentelladas lobo y perro, Juan con la Navaja le asestó un golpe mortal al lobo que venía, rajándole la barriga. Gritó el lobo de dolor y los demás le miraron. Sin pensárselo dos veces se retiraron hacia el arroyo a unos treinta metros. Juan cogió al lobo agonizante de las patas y  se lo arrojó a los demás lobos. Se tiraron como fieras y se fueron llevando a dentelladas los despojos de su compañero. No volvieron en toda la noche. A la madrugada, Juan bajó con el ganado hasta la aldea. No dijo nada a nadie, era cosa suya. Solo que al día siguiente, subió con la escopeta de pistones.
(Publicado en el periódico La TRibuna de Ciudad Real el 9 de agosto de 2014).

20140807

EL ENIGMA DE PAKAL


Urbicain. 22 marzo 2008. Un día primaveral en el  2003, salía de un pequeño hotel del Paseo del Prado, en Madrid;  luego de dar cuenta de unos huevos fritos con bacon. Rompí la prohibición del médico y de mis hijos sobre las grasas. Olía a primavera, no había duda. El Parque Botánico vecino: lleno de aromas de polución natural. Compré el periódico y crucé la calle con una brisa fresquita en la cara, andando tranquilo, hasta la Cuesta de Moyano, a las tiendas de libros. Allí me detuve en los grupos de libros viejos sin clasificar. Serían las once de la mañana cuando di con un libro especial que me llamó la atención: Era un trabajo académico de un alumno de la Universidad de México. Trataba de las ruinas olmecas, toltecas y mayas. El libro tenía anotaciones a lápiz, algunas en negro y otras en azul o rojo. Fui al principio y vi una dedicatoria del autor de la tesis a un amigo, con una referencia en las que se daba las señas del profesor Alberto Ruz de L`huillier. Compré el libro por 15 pesetas y fui a dar un paseo por el próximo Retiro. Poco después, bajo un castaño, sentado en un banco, ojeaba el libro. Hablaba de las excavaciones de Ruz en las Tumba del príncipe Pakal en Palenque. Cuando llegué al hotel, después del almuerzo, estuve leyendo con detenimiento el libro. Llegué e la conclusión que era solo un libro académico en el que se veía claramente la influencia de Ruz. Cuando terminé de leerlo, noté que la contraportada era más gruesa que la de la portada. La estuve mirando con detenimiento y vi que en la parte de dentro estaba levantado el papel con dibujos al agua que completaba la encuadernación y que hacía practicable el interior a modo de bolsillo. Dentro había un papel. Lo saqué; era una carta del arqueólogo mexicano Alberto Ruz de L`luillier.  En ella decía que no muy lejos de la tumba del Príncipe de Pakal se había encontrado  veinte petroglifos, que estaban sueltos y escondidos detrás de un sillar.  Estuvieron descifrando los logogramas y signos silábicos y advertían de que contenían información sustancial para explicar la traslación por el Universo.
Confieso que todo esto, lejos de ser muy fiable, desde el punto de vista arqueológico y científico, ofrecía sin embargo un elemento esencial para impulsarme a iniciar una investigación inmediata. Aprovechando pues que tenía la posibilidad de tomar vacaciones, y como vivo solo, llamé a mi madre y le avisé que me iba a México a disfrutarlas. Cogí todo lo imprescindible para documentarme sobre la cultura Maya; pero sabía que, lo más preciso, seguro me lo facilitaría mi amigo, y compañero de trabajos, Miguel Sotillo, que trabajaba en la Universidad de México; al que llamé para advertirle de mi llegada.
Llegué al Aeropuerto Internacional Benito Juárez de la Ciudad de México el viernes siguiente, y noté al llegar que ya no estaba para trotar mucho como cuando tenía diez años menos, así que mientras esperaba a Miguel, que me iba a recoger, estuve leyendo en la cafetería tomando un café. Allí llegó poco después y charlamos, ampliándole la información sobre lo que me traía a su país. Me miró con cara de escepticismo pero confesó luego que la carta de Ruz, era de gran interés. Partimos al hotel que había reservado y quedamos para comer en el restaurante El Convento, en el barrio de la Conchita;  y allí, en la sobremesa, dijo que para obtener la confirmación del destino de las piedras tendríamos que ir al Museo Nacional de Antropología. Eso fue lo que hicimos, y allí, no solo las vimos sino que ya estaban ordenadas en las correspondientes columnas, lo que había resultado relativamente fácil, porque encajaban los trozos de paramento donde estaban originariamente, como las piezas de un puzzle. Se preguntaban en el Museo Nacional si todos esos logogramas eran una sola serie o habría más en algún lado que explicara de manera más completa su mensaje.
La intepretación con aquellos veinte logogramas vendría a ser: con el círculo de piedras magnéticas se inicia el movimiento del rayo que eleva a Pakal a los cielos. Si, estuve desde ese día haciendo especulaciones sobre el significado de los logogramas, y con la referencia de las conclusiones a las que habría llegado Ruz y su equipo. Mi buen amigo, Miguel Sotillo, estaba también intrigado por aquel enigma. Quedamos al día siguiente para seguir discutiendo las conclusiones a las que podríamos haber llegado, pero Miguel me llamó más tarde para cambiar  la cita y concertaba otra el domingo por la mañana en el mercado de libros de segunda mano más importante, La Lagunilla, que se celebra en el Paseo de la Reforma, entre Comonfort y Jaime Nunó; me recogería en el hotel. Le había avisado un buen amigo suyo al que había estado hablando de nuestro asunto, que, en el mercado, había visto algunos libros sobre las inscripciones mayas, incluso había visto uno muy antiguo guardado entre tela maya muy vieja, y por la trama de su tejido se sabía que habría pertenecido a una mujer que sirvió a un fraile. Es conocido que por esas tramas los mayas personalizaban sus tejidos.

Así pues el domingo por la mañana vino a recogerme Miguel y nos fuimos a La Lagunilla, impacientes y agitados por el giro que había tomado la investigación, con la esperanza de que pudiéramos completar la conclusión de nuestro enigma. Llegamos a la tienda donde el amigo de Miguel había visto el libro y cuando lo descubrimos, retirando la tela, resultó un incunable de siglo XVII. Nos miramos con asombro. No podíamos creer lo que teníamos en la mano: ¡era el libro que se daba por desaparecido de frai Jacinto Garrido!: Los meteoros de Aristóteles. Allí estaba la primera obra que descifraba lo que él llamaba escudos y que eran los logogramas mayas. Lo compramos y leímos. El significado de los que vimos en el Museo nacional era muy acertado. Su aproximación a las matemáticas y pensamiento de Aristóteles, llevaban a explicar, a su manera, la energía conseguida con la mitad de la velocidad la luz para hacer posible viajar a las estrellas. Todo esto lo recopilamos Miguel y yo en un amplio dossier que llevamos a la Universidad de México para su consideración y estudio. Vimos el paralelismo que había de lo descubierto con las tesis de Einstein: según la ecuación del campo gravitatorio, una partícula viajando a más de un 57,7% de la velocidad de la luz originará un cono de antigravedad que podría llegar a impulsar una masa hasta velocidades incluso comparables a la velocidad de la luz. La aceleración producida por esta fuerza sería además muy progresiva, permitiendo los viajes tripulados. Recibí un mes después una carta de Miguel comunicándome la desaparición de nuestro dossier y de una llamada de la embajada de EEUU preguntando por ello. Él y yo sabemos todo. Pero los trabajos para seguir la investigación de la traslación cósmica, no consta que se hayan hecho.
(Publicado en el periódico La Tribuna de Ciudad Real el 2 de agosto de 2014)

20140730

EL VASO CANÓPEO


Me mandó un telegrama, y daba el número de teléfono de su hotel en El Cairo, el profesor Herbert Rüdiger Ricke, un día de junio, a principio de los sesenta. Por aquel entonces estaba muy ocupado en las excavaciones del Templo de Userkaf. Arquitecto, y formado en la Bauhaus. No me sorprendió todo lo que me dijo cuando se puso al teléfono. - ¿Alberto? Me alegro de oír tu voz. Sabes que te aprecio y por eso quiero implicarte en los trabajos que tenemos aquí en Egipto. Sé que la Universidad ya te ha dejado libre de clases y me haces falta aquí. – Profesor, cuanto le agradezco sus palabras. Me alegro yo también de oírle, y más de lo último que me decía. Que me requiera, me suena a música, de verdad, me encantaría, pero, profesor, no tengo manera de que me financien. Lo podría intentar pero, ya le anticipo, sería  improbable. – No, no; no se preocupe, Alberto, tengo fondos suficientes para traerle hasta a aquí y para que su estancia sea lo más confortable posible, dígame a que cuenta le mando el dinero del viaje, y los billetes del barco se los envío por agencia, hasta su domicilio. Lo haré con toda la urgencia posible, usted vaya preparando todo. ¿Conforme, querido amigo? – Esta bien, conforme y contento. Estaré impaciente. Muchas gracias por su confianza Herbert,  no sabe lo feliz que me hace. Hasta pronto pues. – Hasta pronto, Alberto, gracias a usted, confío plenamente en su capacidad. Auf vieder sehen, amigo.
Los días siguientes fueron excitantes, tardé poco en hacer el equipaje, que permanecía hecho en el cuarto de invitados en  casa. Había metido mi minirasqueta, pinceles, piezas de dentista y cucharillas. Sabía que allí me darían todo lo preciso, pero me sentía cómodo con mis cosas. Llevaba libros del Metropolitan subrayados y con referencias, y, como no, el libro del profesor Ricke,  Observaciones sobre la arquitectura del Antiguo Egipto.
Salí del puerto de Alicante en barco que me iba a llevar hasta mi destino y, ensimismado en las olas que iban saliendo del empuje del barco, solté mi imaginación. Recordé rápidamente mis estudios sobre los depósitos y los ritos funerarios de la época en que decían pertenecer los monumentos encontrados por Ricke.
Me relajé y pensé en hacer un viaje placentero. Al día siguiente, tumbado en una hamaca en cubierta, se paró delante de mí un niño de unos cuatro años que dio conversación. Sin darme cuenta le  confesé en un minuto, cual era mi destino, mi profesión y lo que esperaba encontrar. Miraba el chico con algo de incredulidad, o quizás intriga. Salió corriendo hasta donde estaba su madre: una preciosa joven, de piel muy fina, ojos grandes, manos delicadas, que transparentaban sus venas y, mirándome, me espetó sin grandes preámbulos: - ¿Es cierto que va usted a Egipto a excavar? –Si, en efecto, voy a participar en un proyecto de excavación alemán. – Me encanta ese tipo de trabajos, los creo muy interesantes y misteriosos. ¿Le importaría contarme sus conclusiones cuando termine su trabajo? Perdone mi atrevimiento pero, desde que enviudé, he perdido ese tipo de respeto. – Vaya, lo siento. Pues no se preocupe, si me da sus señas, yo le escribo y le comento lo que resulte, es usted muy amable por interesarse. – Muchas gracias… ¿Como se llama? –Alberto Urbicain. – Bueno, luego le doy en un sobre mis señas. Y se alejó con una sonrisa que me dejó con ganas de seguirla hasta el final del Helesponto.
Los siguientes días, estuve empleado en leer intensamente, y en hacerme el encontradizo con Claire, la madre del niño. A la que le recordé, quizá con demasiada insistencia, en que me diera sus señas. Afirmaba siempre y sonreía con una dulzura poco común. Cuando me despedí de ella y del niño en Alejandría, me entregó un sobre con sus señas en el que había también un pendiente en forma piramidal con el ojo de Horus, hecho con una traza de oro muy fina, casi un hilo grueso. Dijo que era un regalo. Lo cogí sin rechistar como recuerdo de ella.
En el El Cairo, me esperaba en el Hotel un empleado del profesor. Mi cablegrama desde el barco, avisando de la llegada, hizo se efecto. Hablamos Herbert Ricke y yo en la terraza del hotel, a media tarde y  terminamos a la hora de cenar, con baba ghannoush, un puré de berengenas que estaba algo cargado de ajo, y las empanadas de verduras que llaman sambousek. Me puso al día de lo que estaban haciendo y de lo que quería de mí: un yacimiento cercano al del profesor, que trabajaba en el templo de Userkaf.
Al día siguiente, me recogió a las 6.30 en el comedor del hotel y, después de desayunar, salimos; nos esperaba un operario con un jeep algo viejo. En algo más de media hora llegamos a Saqqara, donde están localizados todas las construciones del último rey de la IV dinastía, Userkaf. Me acompañó más allá donde estaban abriendo una construcción pequeña; allí trabajaría yo. Al entrar, en la trinchera abierta donde estaba la entrada, me impresionó la construcción. Dos enormes piedras verticales dejaban un espacio de apenas un metro que habilitaba la entrada, compuesta por tres piedras, una arriba y otra abajo, fijas, y la de en medio, retirada sin grandes problemas con dos grandes ventosas. Era el enterramiento de un médico, probablemente vinculado a los faraones de la dinastía V.
Faltaba por hacer practicable la entrada final de la tumba. Me entregué a mi trabajo y en dos semanas pudimos entrar. Estaba completa. No parecía que la hubiera profanado nadie jamás. Como así se comprobó cuando fue estudiada con precisión.  Todo se fue analizado por los arqueólogos del Museo Nacional, salvo el interior de un vaso canópeo que se decidió dejarlo para más tarde.

Le escribí a Claire y le di cuenta de lo encontrado y las conclusiones a las que llegamos. Me contestó dándome las gracias y finalizaba su carta diciendo: Cuando abran el vaso, tendrás el otro. Me dejó muy intrigado con aquellas palabras, que no llegaba a entender su significado.  Pero años más tarde lo comprendí. En el año 1979 me invitaron los expertos del Museo, junto con otros de la Universidad de Hanover,  a la apertura del precinto del vaso canópeo que encontramos en la tumba de Saqqara. Fui y asistí al acto. Se analizó el precinto y era original de más de 4000 años. Sorprendentemente y fuera de lo usual, junto con los restos de las vísceras, había un pendiente, igual que el que me regaló Claire. Estaban hechos del mismo modo, en la misma época, y con el mismo troquel. Ni ellos ni yo supimos explicar, qué hacia el pendiente en el vaso, ni quien pudo tener y luego poner en circulación el otro. Y yo me pegunté para mí: ¿Cómo sabía Claire que estaba el otro allí?
(Publicado en el periódico La Tribuna de Ciudad Real el 26 de julio de 2014).

20140722

EIFERSUCHT (,celos)



Para María.C.Molina, agradecido.

El tío Bernard me dijo con mucho interés que fuera a su casa de Bad Reichenhall, cerca de Salzburgo, en julio de 1998. Tanteaba para ver si me sentía en casa allí, en su caserón del XVIII. El tío Bernard era mi segundo padre y no dudé ni un momento: cogí el Ford Anglia  su regalo que restauré, y a ventanilla abierta, hice tranquilo el viaje. Me encantaba ver los verdes campos en el mes de julio, cosa rara en Madrid. Mi vida por entonces, tuvo bastantes fracasos y más de una desgracia personal. En esa década murieron mis padres por lo que pasé a otra forma de vivir en la que hay que afrontar al mundo sin su protección. Estaba muy ilusionado por llegar. Sabía por el tío Bernard múltiples historias, vinculadas a aquella hermosa parte de Austria. De alguna manera era heredero de los fabuladores del Imperio Austro-húngaro. Llegué a Bad Reichenhall a las cinco de la tarde y subí por la estrecha carretera, oliendo a pino, que llegaba hasta su casa, disfrutando del momento y del Ford Anglia que  divertía conducirlo. Me recibieron, al pie de la escalera de piedra de la entrada, Kerstin y Luther, los encargados de llevar el mantenimiento de la casa y tenerla preparada para el tío Bernard. Me vieron subir con el coche desde la entrada del valle y bajaron a esperarme. Eran muy cariñosos conmigo.
Tomé un refrigerio preparado en la terraza y después quedé somnoliento en el viejo sofá de mimbre del tío, acariciado por la brisa de aquellas alturas. Cuando despabilé y quise leer, era tarde, y, sin cenar, me acosté en la enorme cama mullida del cuarto que prepararon para mí, en la última planta, desde donde se veía el gran valle.
A la mañana siguiente, como quería el tío, estuve viendo con detenimiento toda la casa. Siempre intrigaba, pero nunca había tenido la oportunidad de conocerla a fondo. Es una casa antigua llena de historia familiar, siempre con sorpresas; y tuve una en el desván. Había de todo, una cabra montesa disecada, sillones del siglo XIX desvencijados, esperando una restauración a fondo, una sillería auténtica y valiosa de Thonet, que estaba en muy buen estado;  y cuadros de gran calidad de la época romántica. Después de un rato metido entre todos aquellos trastos, muchos de ellos  valiosos, acabé abriendo un baúl iluminado por los rayos del sol que se manifestaba espectral por el polvillo en suspensión, y en el que no encontré ropa, sino cajas de cartón con estampados al agua. En ella, había de todo, contratos, facturas, compras, relación de venta de ganado, de grano, de fruta. No faltaba nada. Una de ellas, permenecía cerrada con cinta roja y sellada con lacre;  me intrigó. Llamé por teléfono al tío y le dije si la podía abrir. Se quedó en silencio un rato al otro lado de la línea. Al seguir insistiendo, luego, escuchando su respiración, dijo: -Ábrela. Se que harás buen uso de su contenido. Y colgó.
Me quedé pensativo un momento, cavilaba si podía ser algo delicado que pudiera herirle, pero recordando la decisión firme de su voz, cuando dijo, ábrela, rompí el sello de lacre y retiré la cinta. La abrí y allí había una carta, con el papel amarillo por la oxidación del tiempo, manchada de sangre, una condecoración: la Cruz de Hierro de la Gran Guerra del 14, un recorte de periódico, y un oficio del mariscal  Paul von Hindenburg. Cogí la carta, la desdoblé y leí:
Querida Maud Jenell:
Hoy es un día excelente, maravilloso. Me acaban de decir que el Mariscal francés  Foch, Erzberger, jefe de la delegación alemana, el de la marina británica, el Contralmirante Hope, Primer Lord del Mar y el almirante Wemyss, junto con otros delegados, han firmado el 11 de noviembre, en un vagón de tren, nº 2.419 D,  el Armisticio. La guerra sangrienta, ha terminado. No quiero pensar más en ello mi querida MJ, solo quiero pensar en ti. Que es empezar a vivir como antes, aunque se me haya olvidado casi todo lo que era esa vida feliz. Cuando llorabas, porque me venía, te persuadí de que estaría bien guardado con esta compañía. Imbécil de mí. Sabía que mentía, pero no sabía que me quedaría solo. Todos mis amigos se los llevó esta maldita guerra. Sabias que no podía evitar venir. ¡Cuánto te echo de menos MJ! Mi mundo, el que tengo conmigo, es para ti. Eres tú. Ahora no se si me seguirán gustando los fuegos artificiales de las fiestas de Salzburgo, que veíamos desde la terraza. Todas las explosiones me aterran. Pero no solo esta en mi cabeza toda esa mierda, también pienso en tus ojos, que asoman tu preciosa inteligencia, en tu voz, tus labios, MJ, y en tus piernas. Créeme, hace mucho que  no las veo; igual me da un patatús cuando las vea. Ya casi me daba cuando las veía asomar por la puerta del coche. Solo pensar en ti me recupero de esta debilidad tan grande que tengo. Comí agujas de pino para curar el escorbuto que me empezaba a roer las encías. Lo cierto es que me sujetó eso. Desde la terraza también veíamos las tormentas. ¡Cuánto me gustaban y que poco me gustan ahora! Supongo que recuperaré contigo todo aquello que nos apasionaba. El capitán me regaló, antes de morir por la gangrena, un libro de obras de Shakespeare, lo  escondía entre el forro de la casaca. Volveremos a ver teatro, que tanto te gustaba y que me contagiaste el entusiasmo por él. Pero sobre todo, pienso en abrazarte fuerte, en la encrucijada del camino a la montaña, donde me diste el primer abrazo y el primer beso. Maud te quiero con locura y solo pienso en el viaje hasta allí. Besos. Ray.
Me quedé pensando en aquella hermosa carta. El recorte de periódico tenía una foto del día del armisticio en las calles de Salzburgo. Una pareja de viandantes se besaban. El oficio del mariscal Hindenburg decía: Lamentamos comunicarles el heroico fallecimiento del Sargento Raymond Werner, caído en acción heroica por arma de fuego de un enloquecido combatiente búlgaro que, ignorando el armisticio, pretendía arrasar su batallón con una pieza de artillería. Le damos la Cruz de Hierro, máxima condecoración al valor, concedida, y sus pertenencias personales. Nuestras sentidas condolencias.
Ray murió el mismo día de la carta, luego de ver en la foto del periódico a Maud besándose con un joven en la Kapitelplatz. Luego, salvaba la vida de sus compañeros de pelotón y a su batallón, cuando estaban en retirada por la paz, acallando el cañón enemigo. Maud estuvo en la Kapitelplatz, con su primo alemán, recién llegado del frente occidental.

En el sobre, el tio Bernard anotó a lápiz: Eifersucht tötet liebt. Der Wert ist nur ein Akt der Verzweiflung. (Los celos matan al que ama. El valor es solo un acto de desesperación).
(Publicado en el periódico La Tribuna de Ciudad Real el 19 de julio de 2014)