20080727

UN SUEÑO RECURRENTE



De vez en cuando, en las noches me dan ganas de soñar cosas recurrentes. Son sueños que suelen acudir no se con que condición o causa. Una de ellas es la de seguir en edad militar y con la licencia pendiente. Cuando hice el servicio militar tuve la suerte porque no había guerra en la que emplearse ni conflicto que resolver, por lo tanto la tensión no dejaba de superar la propia de un campamento para adultos en los que se hacía la continua representación de entrenarse para la guerra por si acaso. Tanto era la pericia que tenían los mandos para convencernos que nos preparaban para ello que, desde el primer día, tuvimos la consciencia de que salir corriendo era desertar y eso suponía un alto crimen de gravísima condena. Salir con permiso, estando así las cosas era una liberación que hacía apreciar la vida como antes no se había hecho. Hasta los huevos fritos con patatas llegaron a ser un extraordinario plato con el que deleitarse despacito para no acabarlos.
Uno de esos días de permiso fueron en un largo fin de semana que pude irme hasta Ciudad Real, donde además de ver a mi padre, que era el único de mi familia que tenía residencia allí, pude descansar con el resto de la familia que veraneaba en un pueblo de la provincia. Cuando terminó el permiso, el último día me enteré de que Julián estaba también de permiso y contacté con él en una terraza de la Plaza del Pilar y le pregunté si me podía llevar en su Seat 600. Me dijo que sí, cosa normal en él con su buen genio, y quedamos a las cinco de la tarde, temprano, porque tenía que despedirse de su familia que estaba veraneando en la Tabla de la Hiedra, en la ribera del río Bullaque.
La partida desde allí fue buena y decidimos que, para acortar, deberíamos irnos por la carretera que iba a Ventas con Peña Aguilera con dirección a Toledo para, desde allí, dirigirnos hasta Madrid donde tomar el autobús hasta La Granja de San Ildefonso donde hacíamos el servicio militar. Era una tarde de verano de las que en la Mancha cambia la brasa del sol, a su caída, por una templanza en la que las brisas suelen acudir en rachas trayendo los olores de cuanto van recogiendo del mundo vegetal. Por la carretera estrecha aquella había, a derecha e izquierda, un campo plagado de vegetación de sierra, casi todas ellas con aceites esenciales que, con los estomas abiertos por el calor del día, desprendían todas las esencias de jaras, romeros, lavandas, tomillos y tantas mas cuanto mas distancia poníamos de por medio, adentrándonos en la profundidad de las sierras. Hablábamos como descosidos con la voz en alto, (de otra forma no te deja hacerlo el 600) y lo hacíamos de todo: de cine, de los estudios, de los que estábamos leyendo, con lo que le comenté cómo se podía hacer un asiento para una mesa de trabajo con el cuadro de una bici, según la revista americana “Mecánica Popular”, tan ingenioso y parecido como los inventos del profesor Franz de Copenhague, inventor fijo del TBO. También hablamos del caso MATESA, con las desventuras del empresario estrella del régimen Juan Vilá Reyes, introductor de telar sin lanzadera. Tan metidos en la charla estábamos que nos dejamos atrás el desvío hacia Porzuna primero y hacia El Robledo después y cuando quisimos aguardar estábamos camino de Alcoba de los Montes, cerca de donde tentó el demonio a Jesucristo, o lo que es lo mismo: muy lejos. Alarmados por el despiste que nos haría, con seguridad, llegar muy tarde al campamento me acordé de lo que me dijo el teniente para los casos de accidente o imposibilidad material, ir a la Guardia Civil y avisar. Allí en el pueblo había un puesto, así que nos acercamos y avisamos. Aunque bastante inquietos hasta llegar,pues tardamos lo del viaje de Marco Polo, lo cierto es que la Guardia civil avisó a tiempo y no nos pasó nada. Ni siquiera una bronca, solo alguna broma con la que se rieron a nuestra costa un rato.
Desde aquél día, más de una vez he tenido sueños en los que nos perdíamos con el 600, íbamos conociendo gente muy rara, incluso por el extranjero, y nunca llegamos al campamento, nos buscan como desertores y la Guardia civil no nos hace el menor caso. Eso si, a Julián lo veo tan sonriente como siempre, con ganas de tomar a chanza casi todo y viendo lo mas positivo del angustioso viaje. Lo más chocante es que el 600 nunca se avería y cada vez que le damos caña va como un Jaguar. Así hasta despertar.
Han pasado muchos años y aún así, un día, cuando menos lo espero, vuelvo a ser el copiloto de Julián y vuelta a empezar. La cabeza tiene estas cosas y puede que sea uno de los efectos colaterales de haber hecho el servicio militar. O un efecto de la ansiedad, que de vez en cuando acude sin haberla invitado.

20080718

CALIFORNIA DREAMIN



El sábado cogí el coche de Mária para acudir a la cita con mis compañeros de la Facultad. La mañana se levanto fresca aunque el sol de Ciudad Real en el mes de julio suele picar bien temprano. Mi coche agotó los discos de freno de puros años que le rebañé sus bondades. Creo que lo mismo que creía que mis padres eran inmortales, y por desgracia comprobé que no lo eran, también creía que mi querido y bondadoso Mercedes no se iba a agotar como cualquier máquina. Lo hizo. Catorce años son muchos para el trasiego de frenadas al que le acostumbro. Por eso se quedó en el taller esperando la reposición. El viaje fue bueno: oyendo música como un descosido en una emisora que no pude identificar. Todavía no me manejo con la radio del Focus, pero los duendes de la radio se confabularon y, sabedores que iba con una pandilla de chicos y chicas de los sesenta, empezó a derramar una tras otra melodías que hacía años que no oía. Una de ellas era “Te he prometido” de aquel curioso cantante argentino, con timbre al modo de Paul Anka o Enrique Guzmán, que se llamaba Leo Dan. Me gustaba el tal Leo. Sus canciones eran sencillas, algo pueblerinas y lastimeras pero cantaba bien. Si alguien las oyó, recordará el estribillo de esa con su acento argentino: schllorarás, schllorarás por tu capricho… etc. Una pasada.
No todo en los sesenta fue bueno, el sábado también oí algo de aquellos insoportables de los Formula V que me martirizaron más de una vez. No duró mucho, para compensar, el alivio vino con una de las canciones que mas me emocionaban: “California Dreamin” de The Mamas and the Papas. Desde que la oí la primera vez siempre me conmovió su orquestación y las voces de chicas y chicos que se turnan en una canción con estructura tan antigua como las canciones primitivas que han fundamentado tanto a la música clásica: los coros se van rotando en un diálogo escalonado que repiten como un extraño eco cercano. Así cantaban en el foro teatral los coros de las comedias o tragedias griegas. Así cantan en las tribus de África, especialmente los zulúes, y los mandinga. Muchos de ellos fueron raptados por los barcos negreros rumbo a América y posiblemente así se hizo llegar la técnica que describo a la música afro americana, base del jazz, del rock y de tantos ritmos que conforman la música moderna.
La verdad es que cuando tenía 19 años California Dreamin me sugería muchas cosas, sobre todo algo de una actitud de seguridad y rebeldía que transmitía la canción. Yo sabía escasísimo inglés por lo que no me enteraba ni flowers. Ahora que algo se, no mucho, recibo el mensaje del marrón de las hojas, del cielo gris y de que en Los Ángeles se esta a salvo y protegido de todo, soñando con California. Lo que nunca llego a enterarme es lo que ocurre cuando pasan por una iglesia, y rezan. Sospecho que el complejo permanente de culpa del pueblo americano en esas fechas, bastante puritano y por otra parte pringado en la Guerra de Vietnam hasta las cejas, hacia decir esas cosas no muy coherentes. Por eso dice la letra que el predicador es como el frío; que no se sabe muy bien si quieren referirse a que es inevitable como el frío del invierno, o que tiene algún fin purificador no muy bien conocido. En fin, no se esmeraron con la letra. Parece más un diálogo de los Monty Pyton que un poema.
Lo cierto es que, como yo lo apreciaba, sí tiene la letra una hermosa cualidad y que es el mejor hallazgo musical de aquellos años memorables: las letras son un elemento más de la música instrumental, no importa tanto lo que dicen sino cómo suenan. Y así es.
California Dreamin sonó otra vez, antes de que viera a mis queridos compañeros de pandilla, arrugadillos como las pasas de Corinto pero con la misma sonrisa y ganas de bromear que ayer. Desde dentro de sus ojos asomaron los amigos de siempre con la juventud que permanece, la que mantiene el ánimos de lucha y las ganas de vivir. Me di un chapuzón en la piscina, sin temor a la denuncia de decadencia que hacían mis escualidas blancas carnes de pollo de mercadona. Me supo el baño a gloria.
Juan nos observaba con su inagotable sentido analítico, buscando en sus adentros los recuerdos que volvían a brotar con una seria sonrisa. Siempre nos ha guardado como si fuera un preceptor bondadoso. Maria Pía era la de siempre, la que de puro sencilla parece no haber agotado los enormes caudales de inocencia de la infancia, eso le permite siempre tirar con bala y que nadie se ofenda. Su lealtad le blinda. Tato y Nacho son las reencarnaciones de dos personajes entrañables: Tato la del gato filósofo risón de Alicia en el pais de las Maravillas, que mira tumbado como pasa la gente y se divierte con lo desconcertante de la vida. Un gato que al parecer hasta hace poco corria delante de los toros en Pamplona. No mo lo imagino. Nacho era la reencarnación del sensible y conocedor de la corte, Oscar Wilde, agridulce, siempre entrañable. Alberto, no ha derrochado ninguna de sus cualidades de seductor según parece, mas se veía herido por la ausencia del huido Javier del que juró no perdonarle nunca. Creo que pensaba para si que era Javier el que hacía de escudero Ciutti del Tenorio para sus correrías. Sin él creo que se encuentra perdido.
Jaime despues de jugar a ser James Bond en el jacuzzi, para lo que se prestó con la escenografía Maria Pía sin complejos, me volvió a ganar al calientamanos. Siempre tuvo unas manos grandes y rápidas como un panadero. Las hostias que dio en las mías no me dolieron sino más bien fueron flases de memoria juvenil que me arrancaron mas de una sonrisa, como hacía tiempo no sacaba: la que mezcla el rubor con la diversión. Terminamos cantando los dos el Im just a Gigoló de Louis Prima.
A Pilar se la veía disfrutar, reir, viéndonos; alejada de sus adentros , conjurando todo lo que se dejaba atrás ahumándolo con tabaco, rendido como lo tiene de no dejarle que le perjudique mas de lo que considera oportuno. Mayte, como siempre, cuidando de todos con su inagotable candor. Nacho convirtió Cubas de la Sagra en el retiro de Sans Souci, rescatándonos de estos días de revisionismo cateto que vivimos en el 2008. La verdad es que pasamos un buen rato y, por un momento, fuimos inmortales, no se si soñando con California, pero algo así.
(fOTO: LA, galería fotográfica Wi)

20080712

SUCEDE; CON APOLLINAIRE


En la Provenza el aire viene de lejos y ya ha pasado varias veces por mi tierra. Sucede que hay pequeños puentes desconcertantes. En ellos se invita a la salvación permanente y no descartan el peligro. Sucede que mi corazón late por ti. (Decía Apollinaire desde su puesto en vanguardia). Sucede que una mujer avanza triste por la carretera. La veo y la vuelvo a ver: es una visión recurrente. Sucede que hay una hermosa casa de campo en medio de un jardín. Permaneciendo en el recuerdo, siempre en el recuerdo. Sucede que seis soldados se divierten como locos. Siempre la guerra es ajena a la gana de vivir. Sucede que mis ojos buscan tu imagen. La referencia en la soledad es siempre los ojos que nos ven, que nos miran. Sucede que hay un soto encantador en lo alto de la colina. Mirando desde sus árboles, allí siempre, cómo pasamos, observando cómo nace el sol y como decae con las brasas agotadas por el frío de la noche que va llegando. Y que un viejo militar de la reserva mea cuando pasamos. Solo el soldado que estuvo en la guerra tiene ganas de mear viendo a otros con el orgullo subido. Sucede que un poeta sueña con la Pequeña Lou, pequeño lobo suelto exquisito en ese gran París. Allí sueña casi todo el que está, vecino o forastero, se desgranan los sueños como las granadas en sazón, explotando lentamente derramando su rojo vital. Sucede que hay una batería en mitad del bosque. Esperando escondida presta a hurtarnos la luz de las estrellas. Sucede que un pastor apacienta sus ovejas. Es lo que hacen los sensatos en tiempos de paz y guerra. Sucede que mi vida te pertenece. No hay mejor destino para la vida que desposeerse de ella en manos de quien la quiera cuidar. Mejor no lo haremos nosotros. Sucede que mi pluma fluye a chorros. Escribir es el salidero: por ese conducto se alivia la carga. Sucede que hay una cortina de álamos muy fina. Verde talar con el que se viste el camino. Sucede que mi vida pasada ya ha pasado del todo. Ahora todo debe estar presente. Sucede que hay callejuelas de Menton en las que nos amamos. Y el aire de la Provenza recorre las calles de mi ciudad, como el de aquí se hace el nuevo en aquellas calles de Menton. Sucede que una niña de Sospel fustiga a sus amigos. Como aquella niña que me escarnecía en la panadería donde cocía mi madre las tortas. Sucede que yo guardo mi fusta de cochero en mi saco de avena. Como guardo yo mis plumas cargadas de oscura tinta en el estuche. Sucede que hay vagones belgas en la vía. Todos parecerían guardados en Bruselas en la Gare du Nord. Y sucede mi amor. Mi pulso aún me anima por el alba. Sucede toda la vida. Sucede. Para adorarte. Si, sucede.
Foto: Menton, Provenza francesa.(Astrored)

20080706

LAS CALLES DE PRAGA




Subir o bajar por una calle es como mirar hacia delante o hacia atrás. Como ocurre con el tiempo. El pasado y el futuro no es más que una situación temporal según lo vemos desde el presente. Subir hacia arriba por esta calle de Praga lleva hacia una parte de la ciudad en la que lo que se ve, se siente, se percibe es diferente si vas por ella hacia abajo; es llegarse hasta otra parte en la que viviremos a su vez otras vivencias. El espacio, así, no es más que una forma de representar el tiempo. El pasado y el futuro es el trecho que recorremos en nuestra experiencia que solo es perceptible por la memoria en el primero, por el deseo o la proyección de nuestra imaginación desde el presente, en el segundo. El futuro... nunca llega. Solo es el presente el que hace sentir su llegada cuando ya no está, por que el futuro no es mas que la proyección de nuestra permanente necesidad de creer en seguir viviendo. Las sensaciones del pasado esta impresas en estas casas de la calle que vemos en el presente: hoy.
El trabajo bien hecho de los constructores, el oficio de los albañiles, carpinteros y pintores, se ve claramente; puede que se sientan, allí donde estén, orgullosos de haber creado una obra maestra con la necesaria armonía como para haber sido apreciada durante muchos años como casas confortables y hermosas donde vivir complacido.
Por estas calles pasaron los tanques y coches blindados de la segunda gran guerra. La grave tensión que precede al peligro y al terror fue vista por las casas en las que siempre hay cobijo y resguardo. Los colores de cada una de ellas no son más que la expresión de la variedad y la rica y estética imaginación de sus habitantes.
La lluvia aviva los colores de las casas de Praga cuando cae y la musical sinfonía de las gotas golpeando en el cinc o en las pizarras y barros cocidos reclama el origen de la naturaleza de los materiales empleados durante siglos. La luz del día hace cambiar el color, de tonos pastel a fuerte y brillante, decayendo con el atardecer. Es esta calma armónica de Praga la que pudo hacer fácil el trabajo de Bidrich Smetana para componer su música de fortaleza sensible y natural. No lejos el río Moldava sigue fluyendo como siempre. Como la luz de las calles Praga.


20080705

LA SOBRINA




Rompía el silencio de la noche, que ya empezaba a agonizar lentamente, un ronco gallo, quizá capón, que desperezaba al gallinero en el rincón último del corral. Su desgarrado canto resonó por las tapias llegando hasta las galerías de la casa. Allí la Luna miraba azuleando el suelo en el que se veía con claridad, casi irreal, las cenefas geométricas y laberínticas de sus bordes. Desde dentro de la galería norte, los muebles palidecidos por la luz nocturna callaban quietos esperando el día y entre el silencio que se empeñaba a resistir, pese a la alarma del gallo y el pulso del reloj del zaguán que llegaba muy débil, se podía percibir el pausado respirar de la chica, encogida entre las espesas ropas de la cama, no se si por el peso o por estar emparedada entre dos colchones de lana y gruesas mantas. El lecho, elevado, como si el del mismo Ulises se tratara, asentado por firmes patas de hierro. Abrió lentamente los ojos y reconoció la tenue luz de la noche que aún resistía. Se removió y con una profunda respiración queriendo recobrar el sueño. Fue en vano. Empezaron a acudir todos los recuerdos, que dejó allí en el cuarto aquietados por el súbito sueño horas antes, recogiendo los temores de futuro que le esperaban desde ese día. Llegó el momento de la partida. Volvió a ver el tiempo de la casa, que se fue vaciando de los muebles y enseres que antes le dieron vida. Detrás de cada uno de ellos había un día, una hora bien guardada, unos instantes que recordar. Como cuando su madre tomaba asiento en la silla baja de asiento de enea, ennegrecida por los años y el uso. En ella se le hicieron las tardes cortas bajo el porche en verano, a resguardo del sol que no podía, pese a su insistencia, hacer marchitar a la higuera, siempre lozana, vigorosa, con la fuerza del venero del cercano pozo, donde se balanceaba el cúbo de cinc, atado con una gruesa maroma siempre húmeda por el continuo trasiego del agua. Sentaba la costura su madre, bordando manteles que nunca parecían acabar hasta quedar dormida, rendida por los madrugones y el desacarreo que llevaba todo el día; arrullada por el continuo ir y venir de gorriones y golondrinas. También, desde la silla baja, se despellejaba los tomates que encerraba a salvo en frascos de cristal, listos para los sofritos de invierno. A su lado, en el suelo, se sentó ella a los pies de su madre por las noches, cuando la osa mayor acudía a la cita, para escuchar las explicaciones de miles de historias que contaba su padre, unas ciertas y otras claramente inventadas. Hasta que el candil acababa su aceite y el pabilo daba las últimas. Retomó sus pensamientos, que dejó antes de quedar dormida la noche anterior. La pena, que anduvo por todos los lados de la casa, parecía cogerla de la falda pidiendo no salir, pero sin su madre ya no tenía sentido quedarse. La soledad entre aquellas paredes sería mucho más dura que empezar de nuevo en otro lado; prometió a su madre que se iría con el tío al pueblo y allí debía ir; cuidaría de ella, mas no podía asegurar cual sería su opinión, porque lo mas que conocía de él era las historias que contaba su madre de cuando eran mozos, y de eso ya habían pasado más de veinticinco años, con muchos pasos andados y mucho tiempo para cambiar; que ya se sabe que pasando el tiempo tanto genios como humores se cambian, sin saberlo el que lo hace y sin enterarse el que no lo vio. La figura de su tío era una imagen entre brumas, recuerdo de cuando vino a Madrid cuando ella tenía seis años.
El viaje era inevitable y el temor le encogió el ánimo. No tanto como para dejar de hacerlo: pensando en que allí en Madrid ya no había nada que le retuviera.

Un sueño, el pulso del día





Al alba, suena el despertar con la música de una melodía nueva y vieja, que nunca dice cómo es ni de donde viene. Las luces del amanecer se acercan descalzas, quedo, por la línea del este. Traen en sus alforjas el brillo del cobre de un caldero sideral que va refulgiendo cuando recupera las fuerzas perdidas por las tinieblas de la noche. Los vencejos que miran con sus ojos cargados de la luz de las doradas arenas de África, ignoran mi viaje diario al centro de la confusión, de la ciudad ennegrecida y ruidosa, antaño villa gentil de conocida hospitalidad que aún guarda alguna. Mis pasos marcan los segundos nuevos de los días que voy viviendo con toda la dignidad que soy capaz de recoger con mis manos tocadas por el tiempo. Me las miro y, en la piel, encuentro las líneas de cuanto he escrito y dibujado con el corazón saliendo por sus poros. El traslado en coche, en tren, y otro metido en un socavón, tiene mucho que ver con el rapto que nos dejamos hacer a diario a requerimiento de la necesidad de vivir con el paso que marcan los tiempos y la fortuna. Con el riesgo del vértigo de las máquinas es fácil mirar a lo que mejor y más bueno he hecho: mis tres hijos. Ahora sigo empeñado en despertar todos los días y compartir mis sueños con quien todos los días sueña conmigo, y, sin embargo, sonríe y confía.
Los viejos proyectos de juventud en los que me empeñé con la república, aun permanecen vivos, recogidos en mi almario. Ahora para mi es tiempo de recoger las velas y dejar que los vientos del norte me lleven hasta las ínsulas mas tranquilas. Vienen a mi cabeza nuevas formas que capturar con el trazo de un lápiz o dejar mas dulces manchas de pintura sobre una tabla en blanco que sueña con ser el principio del Universo.
La luz va saliendo en un blanco lienzo a golpes de pensamiento. Como las luces del alba que desde el despertar me dicen que estoy todavía vivo.

20080621

JUNIO TARDÍO SUSURRANDO


Todavía verdean los caminos que llevan hasta las lejanas nubes cobalto del fin de la Mancha. La luz intensa del sol, que llega jadeando por su tardía llegada, y consciente de que le ganó la partida el viento del norte arrellanado desde el invierno, llena de color todo el mundo abierto en estas tierras. Las soledades que se arremolinaron en las veredas permanecen todavía con los últimos restos del verdor en las borduras y linderos. Allí, ya están las avispas construyendo sus barrillos nidos como siempre. Los gavilanes de por aquí, quien sabe si descendientes de los que hace tanto tiempo veía en los tejados de mi casa, están satisfechos de la caza. Los topillos y zorzales han vuelto y se han acostumbrado a la cercanía de la escasa ciudad donde vivimos; se exponen y aturden por los ruidos y son presa fácil.
Hecho de menos las voces de los gañanes rectificando el surco. Solo se oyen hoy motores y, sin embargo, eso significa que se ha liberado de un esfuerzo descomunal. Me alegro por ello, pero la voz del que labraba era el sonido de las voces llaneando por los valles acomodando su débil eco en los cerros que daba la referencia de nuestra presencia en la naturaleza. Rompía con naturalidad la soledad de la llanura.
No hace mucho me acerqué a la falda del castillejo y en las charcas, que antaño tenían agarradas grandes manchas de menta perfumando todo el entorno del cerro, solo se encuentran cascos de viejas botellas y latas, algunas podridas por la herrumbre. Siempre imaginé, en los cerros estos y subiendo por sus faldas, a los caballos de los almohades que vigilaban los flancos de sus tropas ocultas detrás de sus cimas ocupadas. En lo que ahora es el bajo de Poblete y entre un soto, posiblemente de negros álamos, estaba instalado el grueso del ejército de Almansur esperando como serpiente haciéndose la muerta para el último y definitivo ataque a la ciudad de Alarcos. Justo donde se alzan nuevos chalés pareados. No creo que sea negativa esta visión nostálgica de nuestra historia. Pienso que el pueblo que no quiere recordar su historia es uno sin pasado necesario para hacer la construcción del futuro mejor. Bien es verdad que cada uno tiene una visión de lo que es mejor y que se dirige a ello por caminos diferentes. Tan cierto como que quienes ignoran la cultura y el respeto del medio terminan siendo recordados como los que hicieron retardar el progreso auténtico, el que hace a las gentes mejores y mas sabias.
Aprieta el calor y con retraso, como decía, se tuestan las hierbas de los campos dorando aquí una parcela, pintando de ocres apagados otras mas allá.
Quiero recordar los versos de Quevedo que se me acoplan como una buenas calzas a mis días de junio: “Como a imagen de milagros/me sacan por las aldeas:/ si quieren sol, abrigado/ y desnudo, porque llueva”.
Son estos tiempos raros en los que ya entiendo poco. Los míos, aprobando lo reprobable en Flandes (aunque Josep y Raimon salvaron la vergüenza) y los ajenos profundizando con un nuevo manual de autoayuda “Cómo hacerse con el poder con el mínimo esfuerzo”. Claro que siempre ha ocurrido lo mismo, y así me pasa lo que al parecer le pasaba a don Francisco de Quevedo también si seguimos con otro de sus versos: “No hay camino que no yerre, /ni juego que no pierda,/ni amigo que no me engañe, /ni enemigo que no tenga”. Bastante tengo con administrar el escaso patrimonio que va quedando de amigos y sacar el mayor partido de los aciertos si los tuviere. Eso y el afecto de cuantos me quieren, que los siento cada vez mas cerca, hacen que vea los campos de junio como los que me han de acoger, caído el sol, como a grillo, que canta las frescuras de la noche bajo las lumbreras que rodean Vega, allá en el cenit del firmamento, trayendo y llevando las brisas frescas que vienen cargadas de sueños.
Junio me va susurrando con el aliento caliente durante el día, y me libera con las frescuras de sus dulces noches plenas del néctar de la madreselva.

20080410

VUELVO A OÍR EL CERNÍCALO



Está cayendo una cortina espesa de agua que veo desde la ventana de mi despacho. Se difumina casi por completo la plaza y los edificios de enfrente azulean griseando sus colores, no tengo a mano los pinceles ni las pinturas para recoger la luz de esta tarde inusual, desde que estoy aquí en Madrid. Retengo en mi memoria los detalles hasta que los traiga algún día sobre el lienzo de una tabla blanqueada. Quitaron el hilo musical de mi despacho después de estar atascado durante meses por avería, en tortura con un bucle infernal que me adentraba en una progresiva neurosis. Ahora, vuelvo a oír a los gorriones y los cernícalos urbanos que anidan en los aleros de los Ministerios. Lejos están los días en que a los cernícalos los veía en la huerta. Entonces los chicos les llamaban chiris, posiblemente por el canto que tienen. Miraban con la precisión propia de las aves rapaces, con lejana soberbia y un punto de impiedad que es la que aplican a sus presas. No ha mucho he visto esa mirada en algún político cercano infestado por la frialdad que da la ambición ciega. Estos cernícalos urbanos son el valiente ejemplo de cómo la naturaleza se adapta a todo por la supervivencia.
Escampa, y el aire limpio y húmedo acerca los edificios lejanos de Cibeles. Las nubes ennegrecidas aguardan el respiro para volver a descargar su pesadumbre sobre Madrid y yo, sintiendo cercano el fin de la semana, empiezo a barruntar el olor a los cantuesos y los romeros de la sierra que habrán abierto los estomas para difundir el olor de sus aromas esenciales. ¿Qué tiene que ver esto con el relevo en el gobierno de la república? Apenas nada. Pero hace tiempo que me he infestado yo también de una desafección por las alocuciones políticas que llegan preñadas de falta de credibilidad. Por la escasa adecuación de cuanto dicen con lo que hacen. Por eso, mi ánimo se ha llenado de las luces de esta incipiente primavera que no sabemos si llega o se va. Con la desorientación que tienen hasta las plantas, que apenas brotan y vuelven a traer los colores vivos de la xantofila y la carotina, propio de los fríos otoñales.
Vuelvo a mi trabajo. El tiempo de soltar el aliviadero terminó.

20080309

LA SAVIA SE MUEVE




Los brotes de la parra virgen revientan ya en las ramas resecas y, tras la valla, el campo se remueve lentamente intentando decirme que ya viene cerca la primavera. La tarde está tranquila y sin embargo este silencio natural me desasosiega el ánimo. Toda la semana metido en el bullicio del ir y venir al trabajo me dispusieron para el ruido, para el aire viciado, para el anónimo circular entre tanta gente que me hace, finalmente, no recordar a nadie.
Ayer me acerqué al campo y allí me estaban esperando los árboles que planté, la cerca, los rosales despuntando y los mirlos, susurrando sorprendidos de verme allí después de tanto tiempo. Los cerros, que hace tiempo arraigaron en mi memoria y que tanto pinté, apenas les veo cambios, y sin embargo sí han cambiado. Alguna casa nueva, alguna nave ganadera y las trazas de las rejas de la arada que son antojadizas y salen según van. Me pregunto si dentro de poco, esta tranquilidad que aún tiene el valle puede ser removida con el vuelo de los aviones del cercano aeropuerto cuya apertura se echa encima. Las ranas que cantan en el reseco arroyo del Becea apenas se oyen, no se si por la amenaza de las cigüeñas que hace tiempo volvieron al soto de abajo o por la falta de agua que aquí también empieza a ser un problema. Escuché el aire de la sierra, como lo escucharon los almohades que se asentaron en la torre vigía del castillejo. Ellos solo veían normalidad, puesto que para ellos lo normal era estar allí con los artificios de la supervivencia. Yo, en ese momento, vi, olí, y oí una extraordinaria forma de vivir que fortalece el corazón y aviva la imaginación y la sensibilidad.
Un cernícalo gritó cerca, resonando su voz entre los olivos. Por un momento pensé que se lamentaba del final del gran eucalipto que aún se yergue altivo, seco desde el verano y muerto por el barrenillo que no encontró mejor manera de salir adelante. Aún da sombra pero solo de sus ramas secas que resisten a moverse por el viento de poniente.
Esta tarde tengo el ánimo encogido, pero siento la savia de la cercana primavera que remueve también mis venas.

20080121

DE LA BACINILLA Y LOS BACINES





La bacinilla bajo la cama gritaba más de la cuenta. Todo el cuarto se llenaba de sus gritos y el sueño se abotargó con los vapores del amoniaco. Noches de oscuro frío de enero cargado de silencios, apenas roto con el silbido del tren rozando las horas a traspiés. La calle Ciruela brilló siempre en esos días con el relente de la noche en sus grises adoquines, del basalto hurtado a la colada de algún volcán. Subían los viajeros hacia el tren hablando fuerte, resonando en la calle, para hacerse notar en las horas desconsoladas de la madrugada. Pienso que la vida que se me hacía larga entonces cuando los oía desde mi cama siendo niño, imaginando a qué larga aventura se iban, ahora se me va haciendo corta con el frenesí de los días viviéndolos en medio de las horas negras previas al amanecer. El coche ruge toda su potencia respondiendo a mi requerimiento cuando le piso lo que más sensible tiene: el acelerador. Me salgo de la ciudad el tiempo justo para volver a ella por la carretera que llega hasta el AVE cuando quiere la noche hacer de las suyas imitando a aquellas de silencios oscuros cargados de inquietud y zozobra. Pero los tiempos corren y ya no hay bacinilla, ni falta que hace. El baño de hoy no insulta, ni agrede, como lo hacía con las humedades frías el de la casa sin calefacción donde viví esas noches a las que me refiero. La ducha de ahora entona casi más que el café de antaño en el Noche y día. Por otra parte el viaje no se presenta como la aventura del Transiberiano. Ahora poco más que el metro. Sin embargo se rompe algo cuando cojo los kilómetros y me alejo. Creo que es el desgarro de este trasiego; recuerda un día tras otro que estoy masticando día a día el repudio de la tierra y sus gentes. Media vida dejando jirones para sentir el alivio de mejorarla y ni una palabra de aliento. Así se explica que la gente se vaya, como yo, a trabajar donde le dejen tranquilo. Es una cierta sensación de fracaso que no lo redime ni las palabras de calor de cuantos me quieren.
Los vientos de la política se han tornado del olor acre de la podredumbre, melifluo en sus presentaciones, desesperadamente vacío de valor, propios de la mediocridad que ocupa el lugar rápidamente, apenas se descuida alguno por exceso de generosidad y confianza.
Las primeras planas de los periódicos llenas de las vacuas sonrisas de tanto bacin encumbrado en cargos de responsabilidad, jugando a los políticos, me recuerdan las del alcalde de Hamelín, en aquel viejo cuento dibujado por la factoría Disney en los años cuarenta. Son sonrisas que salen del estómago y no del corazón. Ahora, en este cuento, no son los ratones el castigo; viene de múltiples formas, inclusive con el rapto de la inocencia de la juventud que está ya harta de tanta memez subida a las más altas magistraturas.
Mi padre me miraba con estoico silencio cuando yo le inquietaba hablándole sobre las cosas de la política. No quería implicarse en nada, decía estar cansado de recibir malas noticias. Ahora le voy entendiendo. No son desastres naturales, sino el estiércol que se renueva y sigue progresando sin problemas. Aunque entre tanto estiércol suele salir algo puro germinando de vez en cuando. Esperemos. Oyendo el sonido de los días. Lo hacen las gentes con su ir y venir circulando por la ciudad.

20071126

EL AGUA LAVA LA HIEDRA



El agua lava la hiedra, decía Juan Ramón con su pluma rasgando el papel terso de sequedades inevitables, haciendo salir las letras encadenadas con tinta fresca de negra humedad. El agua, la sigue lavando hoy de sus polvos recogidos, en días interminables que suelen jugar a ser los mismos de siempre y, no lo son. Días amanecidos tiernos, preñados, de promesas que nunca llegan a cumplir del todo. Aunque sigo yo, como la hiedra, esperando la lluvia fresca frecuente que lava todos los sedimentos que llegan sin haberlos pedido, quizá sin haberlos merecido. El agua lava y lava, de manera callada, de vez en cuando, sin pedir permiso alguno, sin que nadie se apreste a la protesta airada. Sigue lavando en mañanas de noviembre, de escarcha madrugadora.
El agua lava la piedra… y en mi corazón ardiente, llueve, llueve dulcemente. Sabía Juan Ramón de las voces del sentimiento que mana y brota de tanto corazón abierto.
Un día rosa persiste, en el pálido poniente
Oscuridad de poniente y de saliente, nacimiento y muerte; o muerte y nacimiento que da sentido a el palpitar de ánimas sensibles prestas a sentir la vida; con la sencillez anónima que encubre la grandeza de una dignidad nunca perdida.
El agua lava la hiedra, lava la piedra. También lava los ojos secos del que se mantiene erguido ante tanta agresión que degrada la vida en comunidad. En su soledad compartida con otros. Sin saberlo. Llueve, llueve dulcemente.

20071120

TORMENTA



Me dicen que lo cuente y yo obedezco. Ni el miedo ni el gran temor al final que se presume va a contener las ganas de compartir esta grande desazón que me invade. Después del mediodía el cielo empezó a cerrarse y todo el Universo parecía próximo a la extinción. Oscureciendo en las alturas, sólo en los horizontes entraba claridad. Con las luces cambiadas, el día trocó sus horas de mañana por las de atardecida y las luces, que deberían venir por el sureste, estaban acudiendo por el noroeste. Después de eso, ya no tuve control sobre mí. A las quince y cinco minutos de la tarde el viento, que embravecido rugía como un desollado, de manera súbita, fue trayendo gran cantidad de arena roja que hacía masticar la tierra y sudar sangre seca. No pude aguantar más, cogí el triciclo y comencé a pedalear todo lo que mis fuerzas me permitían para llegar cuanto antes a casa. No me asustaba tanto la soledad en esos terribles momentos como la angustia de saber que estaba sola sin mí. Corrí, pedaleé hasta la extenuación cuando el viento me empujaba con el odio ciego que la naturaleza emplea en los que ignoramos su poder. Los minutos que tardé en llegar, luego de equivocar el camino dos o tres veces, me parecieron una eternidad. Finalmente, entre aquella nube rugiente de arena y polvo abrasante, fue dibujándose los contornos de la casa. Confundí la trasera con la entrada y me desesperaba no encontrar en esa confusa luz terrosa la puerta de entrada. Al fin llegué a ella y traté de entrar. No la podía abrir, algo impedía que girara. La llamé a voces y no contestó. Empujaba y no podía abrir. Empleé todo el esfuerzo en empujar y nada. Hasta que averigüé lo que pasó: estaba totalmente liado con las sábanas y me estaba asfixiando sin poder mover ni un solo miembro. Nunca he despertado con tanta ansiedad y con la sensación de sucumbir sin poder hacer nada.

20071114

SOBRE LAS BRASAS



Me elevo alto a las siete, después de la anochecida callada por el trasiego de Barcelona, en un cielo negro, profundo de silencios desconocidos solo rotos por el zumbido del avión que se levanta en un enorme quejido. Se ladea sobre el lado de mi ventanilla para que vea en toda su dimensión las brasas que se extienden por el inmenso brasero de la ciudad. Pienso que en una de ellas esta mi hija llevando su vida con la intensidad como hace ella todas sus cosas. Solo pensarlo hace que las costuras de mi afecto a ella se vayan rompiendo otra vez con esta nueva despedida. Hacia unos minutos que la dejé, ella en su tristeza y yo en la mía, callados los dos por mantener el tipo como no se qué ni quien lo demandan. Solo el orgullo de verla defenderse sola me tranquiliza. Aunque le he dejado de recuerdo mi especial visión de su cara que deje impresa en un folio cualquiera y con un portaminas común, siempre me quedo con ganas de darle más.
Es una forma de recordarme esta rotura, que supone dejarla una vez más, que la naturaleza me muestre las huellas de tanta habitación viva haciendo las ascuas de Barcelona. Después fui viendo todas las del recorrido en un mapa del gasto eléctrico que rompe la noche. Ni contemplar todas las ciudades y pueblos del camino en brasas parecidas pudo templar mi ánimo hasta el vértigo final de Barajas.
Sigue mi vida como siempre aunque con la enorme fuerza que me da el sentirme querido. Y claro que lo siento.
Barcelona es una buena ciudad para vivir. Siempre está abierta en la que nada queda por hacer y todo se esta haciendo. Lamento que las aguas puedan anegar parte de la ciudad si los pronósticos se van cumpliendo. En la convivencia con el mar, la ciudad ha hecho que se cuente con él como un elemento más del vivir. Dudo yo que el mar tenga en cuenta estas cosas. Él va a lo suyo, como toda la naturaleza y bien haremos con saberlo.
En la noche oscura, negra profunda, se esconde el mar confundiéndose con la tierra. Solo las brasas dan cuenta de la vida. Mi hija sabe estas cosas.

20071030

MONÓLOGOS (Primavera revisitada)

Paseo por esta ciudad nuestra que cumple años; la tarde esta desapacible, tanto como los días revueltos, donde toda inquietud tiene su asiento y la luz del seso escasea. Las gentes van y vienen y pudiera creer en mi invisibilidad sin más problemas: nadie repara en mi, incluso un muchacho atolondrado que pensó que la calle era suya me da un empellón; ni siquiera me mira ni se disculpa, antes bien da vista atrás con mirada vacía; supongo que intentando averiguar qué extraño mueble se interpuso en su camino. Los árboles del Pilar con sus incipientes hojas, polucionan en extremo todo el ambiente. Las semillas de los olmos, pequeñas y con su redonda camisa para el vuelo, llenan la plaza con un inusitado aspecto post carnaval, de una extraña y amarillenta nieve seca, que sirve a los niños para seguir sus juegos. Todos los transeúntes guardan silencio, incluso los que van acompañados se recogen para retirarse en sus adentros. Juraría que el monólogo se hizo dueño de todo. Los niños desbordando su imaginación con imágenes imposibles, apoyadas en las semillas entre las que trazan caminos, levantan cargas, y simulan la dominación de lluvias secas en las que las semillas participan con toda su volátil naturaleza. Sin el solado de la Plaza, participarían con su alegre juego en la propagación de la especie de los olmos, extendiendo su polución. Una señora con aspecto pacífico y frágil, lleva con dignidad sus muchos años y su ya torpe cuerpo, camino de su casa, luego de salir de la Iglesia de San Ignacio. Allí se habría postrado ante los más notables santos jesuitas para intentar acercarse a la trascendencia. Las imágenes de la Iglesia tienen un pacífico aspecto y trasmiten todos los días sin saberlo la confianza de que pase lo que pase allí están fieles a la cita. Imágenes que facilitan el rezo al que le escasea la imaginación o tiene dificultades para meterse dentro de si. Los árabes nunca utilizaron imágenes para esos menesteres, y en la historia de la Iglesia Católica debatieron su conveniencia y fue motivo de cisma como se sabe. Andy Warhol y Mac Luhan, a los que se les da como innovadores, se me antoja que llegaron a la misma conclusión que el Concilio de Nicea: la imagen es el mensaje. Así solo es explicable que en sociedades incultas lleguen al fanatismo por las imágenes, abandonando sin darse cuenta las cuestiones teológicas. Quien sabe si esa señora, con pinta de ser inteligente, se estaría preguntando lo mismo que pensaba Arriano sobre las imágenes. El hombre seguía la recomendación de Jesucristo de cumplir con un de los mandamientos de Moisés (No te harás ninguna escultura y ninguna imagen de lo que hay arriba, en el cielo, o abajo, en la tierra, o debajo de la tierra, en las aguas. No te postrarás ante ellas, ni les rendirás culto; porque yo soy el Señor, tu Dios, un Dios celoso, que castigo la maldad de los padres en los hijos, hasta la tercera y cuarta generación, si ellos me aborrecen). Solo ella lo sabe y guardará para si su monólogo.
Se preguntará y contestará muchas cosas Agustín, el camarero que, por razón del oficio, está obligado a hacer un mental estudio sociológico de todos los clientes que se asientan en el Bunker del Bar España. Encerrados allí fantasean con la idea de estar viendo a los que pasan como quien ve a los peces encerrados en una pecera. No recuerdan que, cuando salen, comprueban que los encerrados fueron ellos. Monologan sobre la marcha del mundo asomados al periódico. Otros, con la mirada perdida, dan una y mil vueltas a cuanto les agobia, hasta que aparece la cita profesional que esperan. Todos, intentan llevarse bien con uno mismo. Especialmente los que se están peleando, sin saberlo, con el Alzeimer. Reniegan de la vejez a cada golpe de olvido.
La mirada pacífica de algún anciano denuncia su confortable deambular por los recuerdos, a los que saca por riguroso orden de bondad. Se pregunta y se contesta, sin pronunciar ni una sola palabra, todo lo que no se atreve decir, o no quiere hacerlo, con los próximos. Esta conversación suele enfriarle el café: se alarga sin tino.
Monólogos que sirven de ejercicio de nuestra propia humanidad, y que confortan, ante la desconfianza de sacar a tomar el aire determinados temas. Son, ya sabemos: nuestras cosas.

20071017

PERIQUILLO, HECHO FRAILE



Al incapaz o al tonto de la familia, muchas veces al menor que no tenía patrimonio, les hacían clérigos en la sociedad de siglos atrás. Aunque lo más normal era que el que se iba a hacer carrera en la Iglesia fuese el menos espabilado de la familia. El seguimiento de los dogmas, tan necesario en las iglesias, son mas fácilmente conseguidos por gente que no se maneja bien con su magín. Así las cosas, la gente de la familia de mi madre, todas ellas de credo católico y antaño Carlistas, tenían un dicho que repetían con frecuencia y que solo llegué a comprender en toda su dimensión cuando vi un ejemplo claro. Había cantado misa un simple del que no se daba por él ni un duro. Cantaron todas mis tías a coro: ¡ya tenemos a Periquíllo hecho fraile!

En los tiempos que corren, más de un simple llega a altas magistraturas, sin haber dado un palo al agua. Carreras políticas asentadas en el rebufo de jefes que amparan lealtades ciegas, son aquellos jefes que no les gustan recibir malas noticias. Premian a los que todo el día les mullen el asiento. Bien es verdad que son políticos, estos frailecillos, que deben tener corto recorrido, pero apuran el tiempo que disfrutan como nadie. Rebuznan en público y nadie se espanta. Pasa algo así como lo del rey que iba desnudo y solo un niño advirtió su desnudez, los otros la disimulaban.

Hay carreras políticas que se justifican por la falta de solvencia profesional de los que las ejercen. Insolvencia que les viene porque nunca han trabajado en nada. Ni siquiera en lo que se supone es su profesión y para lo que se han formado, si es que la tienen. Por eso cuando veo disfrutando de la púrpura a alguno de éstos, no puedo evitar que se me venga a la cabeza lo que decían mis viejas tías: ¡ya tenemos a Periquillo hecho fraile! Ahora, a esperar que escampe. ¡Cosas de las listas!

RASPANDO, INCLUSO LAS HORAS



Por mi tierra se dice mucho eso: llegó a la oficina raspando la hora. Eso de raspar el tiempo tiene mucho que ver con la visualización del lenguaje. En tierras donde el hambre durante siglos hizo que se rasparan los cuencos y platos hasta apurar la última brizna de comida, cualquier tipo de explicación sobre el agotamiento o el apurar el consumo, incluso del tiempo, tiene como consecuencia que se raspa hasta lo más último. Que no es otra cosa en la manera de actuar que apurar al máximo los plazos y términos. Yo, que de natural tengo una inclinación a raspar los plazos, voy superando esta torcida manera de ser para vivir algo mas tranquilo.
El llegar con el tiempo justo es signo de falta de diligencia y consecuencia de la ansiedad. En RENFE llegan los trenes muchas veces con un minuto o menos, antes de llegar al plazo que le obliga a devolver el importe. Cuando ven que se les echa encima la amenaza de la devolución ponen al tren a correr raspando los raíles cortando el aire como con un cuchillo y emborronando el paisaje, que pasa sin dar tiempo a dibujarlo. Tanto raspar termina algunas veces con el plazo cumplido y enseguida se oye una voz lastimera, propia del que ha jurado entre dientes, anunciando la devolución.
Con la declaración de la renta pasa algo parecido. Agoto el plazo muchas veces, convencido de que las malas noticias hay que retardarlas lo mas que se pueda y las buenas acelerarlas. Poca esperanza tengo en que Hacienda me las de buenas. No se porqué, pero nunca me las dio. Soy un buen contribuyente, pero en este país, ser buen contribuyente no suele tener premio. Se cumple al parecer el mensaje bíblico. El padre solo agasaja al hijo pródigo cuando vuelve al bien, el buen hijo se queda mirando viendo pasar las horas.
Aprobar raspando, es una dignísima forma de pasar el corte, sea en la carrera o en la oposición. Cuando hay que dar la talla es cuando trabajas después. Por eso el raspar la nota no es cosa mala, salvo que se corre el riesgo de no llegar. Y eso, además de ansiedad, trae el fracaso que, como todo el mundo sabe es huérfano, mientras que el éxito tiene muchos padres.

20070918

EL VALOR


Escribe mi padre en alguno de sus textos que todos tememos perder los recuerdos maravillosos que hacen de cada uno lo que somos. Aquellos que nos han dado el ser. En realidad, más que las personas en sí, son las vivencias con ellas las que lo han conseguido. Magia vital.
Yo he pasado mucho tiempo sufriendo por mi pérdida de recuerdos. Por lagunas en mi infancia cada vez mayores. Por cuentos en los que creí hasta que dejé de volar porque era demasiado grande para dirigirme hacia la tercera estrella a la derecha del lucero del Alba únicamente bañada con polvo de hada.
Pero este año he conocido un sitio en el mundo en el que he aprendido algo nuevo: el tiempo y la vida nos da lo que ansiamos. A cada uno. Aquello que nuestra alma merece, será nuestro. No creo en las casualidades, soy más de la idea que Cortazar tenía de la vida y es que esta está plagada de causalidades. Es por eso que algo tiene que ver con el todo que yo haya decidido leer justo ahora "El conde de Montecristo" y que haya conocido Formentera de la mano de un hombre ilusionado que además de todo lo maravilloso que a mí me puede parecer es, sin más: un hombre.
Lo que quiero decir es, que he conseguido entender que para que la vida fluya y las flores florezcan; para que la primavera vuelva a nosotros debemos ser pacientes y dejar que el tiempo haga su trabajo. Aceptar a cada uno como es, es la mayor prueba de bondad y de sabiduría en el ser humano. Como también lo es ser sincero con el mundo y rechazar a aquellos que maltratan con su existencia nuestro corazón, nuestro intelecto e incluso nuestro gusto. Y dejarse ser, de verdad, de forma auténtica y sin disfraces estrafalarios es la mayor prueba de madurez. Una vez esto se consigue, uno ES. Y el miedo desaparece.
Así sea para todos los que amo. Los demás, que aguanten su vela como puedan.

20070910

EL CULO DE SAN ISIDRO SOBRE ASCUAS



Si hay un santo que tuvo tranquilidad, ese podría ser San Isidro. El incidente del ángel haciéndole la labor mientras él rezaba recogido denota no se si gran confianza en toda suerte de emigrantes, (¡el ángel venía de fuera, qué duda cabe!) o, simplemente, que era muy español y no le era nada extraño que otro le hiciera el trabajo. Pero en todo caso no creo que nadie ponga en duda que era tranquilo; muy tranquilo.
Pasé por la autovía A-41 de noche y vi con más precisión y plasticidad lo que ya sabía desde hace tiempo: los de Poblete han hecho una ermita de San Isidro arriba del cerro; mismamente en la cazuela de un volcán, no muy lejos de otro, el de la Cabeza del Rey. Estos volcanes son de los que llaman volcanes dormidos, porque en la reciente historia no han tenido actividad alguna, pero eso no quiere decir que estén extintos. Un día, y como siempre, sin avisar, pueden empezar a echar lava o material piró clástico. Si eso ocurre, las posaderas del santo están en peligro.

Cuando pasaba, en la oscuridad de la noche, brillaban como ascuas las luces que los paisanos han puesto entorno a la ermita y se me antojó que parecía un anticipo de lo que pudiera pasar si al volcán le diera por hacer de las suyas.
San Isidro, el patrono de Madrid, ya lo decía antes, era un hombre tranquilo, muy tranquilo; pero está demostrando una paciencia y tranquilidad infinitas recibiendo los rezos en ese lugar precisamente. Tanta, como el santo Job. A no ser que, haciendo lo propio de Jacob, y el propio volcán, según dicen, se haya quedado dormido encima de las piedras del cerro volcánico.
Pienso en el momento de la madrugada en que me despierta el móvil, advirtiéndome que, si quiero llegar pronto al tren, tengo que ser diligente y levantarme; y pienso igual en ese sobresalto del que no me recupero, ni me acostumbro nunca, que comparándolo con el que pueda recibir el santo, si aquello se pone en ascuas, no tiene color.
Creo que éstos de Poblete son peores que los de Ciudad Real, que le pusieron raspas a la Virgen.

20070906

ALBOREANDO



La luz del amanecer va levantando el campo lentamente, que pasa rápido mientras la veo a través de la ventanilla. El sueño de la noche se me va desprendiendo del cuerpo como un transparente velo y se suelta a jirones de seda etérea en leves sombras que discurren en vuelo por el coche del tren. Como siempre, tomo la rutina y abro las páginas del periódico escondiéndome de todo, arrellanándome en el asiento bajo la luz cenital de foco que enciendo. El mundo sigue enloquecido con sus glorias y sus miserias mientras la naturaleza sigue haciendo ver su fuerte comportamiento aparentemente ciego. Desde el origen de los tiempos ha sido así y no ha cambiado. Nosotros, el género humano, somos los que hemos cambiado y aún no nos hemos enterado que no podemos decirle cómo se debe comportar.
Los montes que voy empezando a ver entre Toledo y Ciudad Real son la continuación del medio por donde discurrió mi infancia y parte de mi juventud. Resuenan en mi cabeza el cántico de las chicharras aserrando las horas de un verano en declive. Como tantos que vi parecidos a este. En algún rincón, al pie de una torrentera profunda, la humedad sigue haciendo salir a la menta salvaje bajo las ondas del zumbido de los insectos. En el cielo azul brillante de esta siempre jodida Mancha vuelan los cernícalos buscando sus presas y solo de vez en cuando sus graznidos resuenan entra las cárcavas asentando la soledad. Pasa una casa de labor abandonada a su suerte por la indolencia y pereza de sus propietarios y nos cuenta que hacer decaer los inmuebles nunca fue buena idea y solo demuestra la falta de gobierno de los que se dedican a cultivar la subvención. Mantener una casa es siempre una inversión positiva. En las tejas de ésta que pasa hay mellas donde aprovechan los pájaros para anidar sin temores. El olor de sus deposiciones junto con el de la tierra roja preñada de hierro perfuma los años que van pasando sin parar ni un momento. La noria cerca de la casa yace muerta con sus últimos huesos al sol, ya no la cobija higuera alguna, y los retoños de la que hubo apenas sirven para esconder una culebra solitaria. Ni una sola noria ha sobrevivido a la fiebre del bombeo. Es el triunfo de la ciega economía sobre la vida sostenible. Presagian malos tiempos pronto. Algún nieto mandará al infierno con recomendación a sus abuelos que hoy hacen el expolio. Para entonces todos ellos calvos. Su máxima está clara: el que venga detrás que arree (o lo que es peor: el último, que apague la luz).
Mi padre no quiso volver a Huelva, donde fue feliz en su infancia, por no asistir a la desaparición de sus mejores recuerdos. Estoy condenado a ver nuestros secarrales en permanente exangüe condición, sin posibilidad, por el momento, de ir con mejores vientos.La brisa limpia de septiembre llanea por la sierra sonriendo al ver a los lejos como se acerca Madrid bajo el orín de su metálica oxidación.

20070814

EN EL SEGUNDO VAGÓN, UN QUIERADIOS



Me pregunto porqué no los ha fulminado con un rayo de esos con los que se deja seco a más de un inocente. Llamo inocente, para el caso, a todo aquel que no tiene entre sus maneras de hacer las de fastidiar a nadie ni el lucrarse a su costa. Pero reconozco que son pocos. Siguen impertérritos como si todos los que estamos aquí no fuéramos más que muebles de pura decoración ferroviaria. No quiero, pero les escucho sin poder evitarlo:

- No, no, si el martes le advertí que la cuenta de ellos la teníamos como preferente, pero no creo que confiara mucho en eso. A Juan, lo tengo de mi parte y los dos tenemos interés en lo mismo. Vamos a cerrar ya mismo esa cuenta y nos tragamos las otras tres para que el jefe no nos diga que si esto que si lo otro…
Si, si, llámame y nos tomamos unas cervezas con Nati, tengo ganas de seguir las buenas costumbres… No allí se come bien y queda cerca… ¡qué va, si me miraba sin parpadear el sábado cuando iba con él!.. Si, no esta mal, pero se lo tiene muy creído...

Así con vainas de estas está el tío dando voces sin dejar leer, dormir o descansar, o simplemente, con la vista del paisaje que pasa a toda ostia, a los que estamos en el vagón número 2 de esta unidad, como la llaman los de RENFE a los trenes.

Por favor Dios, o quien seas que ha organizado todo eso de la vida, pégale un guantazo a estos membrillos que, sin hacer caso de lo que les han dicho por los altavoces al iniciar el viaje para que hablen con el móvil en el final del vagón, están jodiéndonos con sus mandangas de ejecutivo de mierda o sus sandeces. Mira el uno al entorno como diciendo lo importante que es y esperando que le soportemos con admiración y complacencia. ¿Cuántos gilipollas tenemos que soportar para redimir nuestra tendencia a no entrar en conflictos? ¿Por qué tengo que llamarles la atención como si fueran críos, si ya son mayorcitos? Eso me revienta las tripas.
Por favor te lo pido si estas por ahí, déjale afónico tres semanas o que se le gripe el móvil. Nos la está dando…

Y luego viene el otro este que tengo a mi lado, con pinta de que no le ha visitado la razón jamás en su vida, o que se la dejó entre las tablas de pimientos, agarrada a las verdolagas, y se me pone a dar voces por el móvil, para asegurarse de que su hijo, vaya a casa de su tito, como dice, porque van a comer allí y como no sabe terminar una conversación sigue:

- Que estamos en el tren toavía, así es que…
- No, dile al Alberto que vaya también, que dijimos que se fuera, porque queremos que vaya, así es que…
- En el porche lo dejé; mira que te lo dije veces, allí esta sin farta, así es que…

Por favor: un rayo de esos que se ven en las películas, que les despeguen el culo del asiento y se vayan a hablar al descansillo y nos dejen tranquilos. ¡Qué jeta tienen! ¡Y qué poca educación traen hasta aquí!

Por la ventanilla pasa la meseta haciendo juegos de física con la marcha, rápida cerca, lenta a lo lejos. Los amarillos de la paja de los rastrojos iluminan las cinco y media de la tarde caliente mostrando la soledad de los campos entre sierras. Tendré que meterme en mis adentros, como cuando voy en el metro, y hacer juegos de pensamiento dejando suelta la imaginación. Creo que Dios para estas y otras cosas, se hace el sordo.

20070726

LA SANTA COMPAÑA





Me decían que la Santa Compaña venía por la noche, sin avisar y con gran sigilo. La descripción solía venir cargada de una emoción contenida del que trataba de relatar algo terrorífico y a la vez de una enorme tristeza. Por lo que yo supe es la procesión de cuantos quedaron con alguna causa pendiente. Que fueran a San Andrés de Teixido o no, es lo de menos, porque una vez que se presenta dudo yo que alguien se le ocurra preguntar a donde van. Sobre todo porque no solo están, al parecer, muertos sino que son mayoría. Las sombras de la noche se deben hacer más oscuras y la sensación de vivir con algo de control sobre los acontecimientos que en los sueños se tiene a veces, sospecho que se pierde inmediatamente.
Digo esto porque los terrores nocturnos no son más que hijos de nuestras peores fantasías; y también los salideros de nuestros problemas más ocultos. El corazón en esos trances tiene mucho que decir y padecer. Creo que el mío me avisa de sus fatigas cuando duermo en mala posición, oprimiéndolo con el pecho. La cabeza, que lo sabe, se fabrica mil y una atrocidad y terrible realidad para que me despierte, aunque sea con el mayor susto posible. Una vez cambiada la posición, ya no vuelven. Con estas cosas suele acudir algún fantasma que otro.
La Santa Compaña no tiene razón de ser en sus desfiles como no seas cristiano. Y no solo por lo de la promesa de ir a San Andrés[1], sino porque cielo, purgatorio e infierno que trae revuelto a los muertos en procesión son instituciones del cristianismo. La forma de explicar ese angustioso trasiego se hace con el mayor misterio posible que ampara lo desconocido. Responde al mundo mágico que despertaron los celtas y que fue después traído por la sociedad del cristianismo nuevo metiendo en ello a cielos, purgatorio e infierno.
No ha mucho me desperté de madrugada con la certera sensación de que alguien me cogía suavemente del pié, como para avisarme que me despertara. Lo consiguió, si eso era de lo que se trataba, pero también consiguió que acudieran a mi cabeza la enorme lista de muertos que tengo conocidos en mi vida. Cuál de ellos fuese, algún día lo sabré. Yo que no hice nunca una promesa de esas de peregrinar, ahora, con lo que ya sé, lo tengo difícil de formalizar. Para eso tendría que recomponer tanto fundamento como los curas se han empeñado en ir rompiendo todos los días que fui viviendo. Me quedan pocos para una cosa así.
Y si la Santa Compaña aparece, sospecho que tendré que ir con ellos donde quieran que vayan, nunca me he negado a un buen viaje, eso si, iré no tanto de vivo como de muerto.
[1] Dice que a San Andrés de Teixido, en peregrinación, va de muerto quien no fue de vivo.

20070725

JUNTO AL NOGAL


En la noguera, mirando a un nogal ensombrecido por la espesura, veo sus hojas que se mueven lentamente por la brisa de la mañana de julio. Mientras, percibo el olor a la nogalina y un jilguero anda por la copa del árbol buscando algo que no encuentra. Entre tanto, la neblina caliente de la mañana desdibuja los contornos del campo lejano haciendo bailar con las corrientes de calor los amarillos de los rastrojos secos.
Las hojas compuestas del nogal son rebeldes. Ninguna guarda las formas de igual manera. Unas, se retuercen con elegancia buscando no sé muy bien que luces extrañas; otras, se agrandan o quedan chicas atendiendo al parecer a lo que reciben de savia; pero ninguna tiene el mismo color verde intenso, denso, que hace verse sus nervaduras como el esqueleto de una tierna criatura. Se puede ver su generosidad en los espacios interiores del árbol por los huecos que dejan las hojas debido a su naturaleza compuesta: simulan que son más, siendo menos.
Me entretuve dibujándolas y se dejaron observar con la paciencia de una gata dormida. Las luces de la mañana fueron poco a poco adormeciéndome haciéndose cómplice de la pacífica situación en la que me encontraba con el único sonido de la naturaleza en sazón haciendo pasar lentamente el tiempo. El pulso y la respiración bailan un vals lento al son de mi corazón en calma. Con la bondad que procura el olvido de otros menesteres y situaciones.
El lápiz se desliza con suavidad y sin prisas por el papel, haciendo aparecer las imágenes que me llenan los ojos del verde nogal.
Por un momento estoy juntando la realidad con el mundo de los sueños y los párpados empiezan su suave presión para el descanso. Bastará que deje la mano reposar para que venga el cierre de la sesión.

20070505

PRIMULA VERIS


Subir hasta la Residencia de Estudiantes en estos días se llena de sugerencias y evocaciones. Los castaños de la Escuela de Ingenieros Industriales, con verdor de frescura primaveral, se mueven con la brisa apurando la bonanza de estos días de suave clima. Son conscientes de lo poco que duran y aprovechan lo que pueden. En el césped, tendidos o sentados, unos cuantos jóvenes hacen lo mismo. Abajo, en la Castellana, zumban los ruidos de siempre atemperados por la clemencia que nos anima. Rodeo la Escuela y al llegar al camino de entrada a la Residencia vuelvo a agradecer el perfume de las aromáticas que plantaron allí. Dos gorriones se esconden entre ellas y, a lo lejos, se oyen platicar a mirlos lejanos. No es muy distinto al oficio de marujillas volviendo del mercado. El sol calienta lo que puede y le dejan las escasas nubes que se cruzan de vez en cuando.
No estoy para muchos trotes, cuando jadeo por la subida. Los pulsos se me amontonan como si de un pequeño susto se tratara y, por ello, siento mucho más intensamente el olor de unos cantuesos que bordean la subida. Pienso en mi tierra, y sin poder evitarlo me va subiendo la amargura de los últimos berrinches: política y trabajo se agavillaron contra mí haciendo estéril mi, (en estos tiempos), torticero sentido de la responsabilidad personal. Sigo pensando, sintiendo, acusando el interés público, de manera, que los derrames que se hacen de él con los recursos naturales, (el agua y el medio ambiente en general) se me agarran a mi interior dejándome el ánimo maltrecho. Los que se empeñan en este derrame, que va mermando hasta la ruina, no solo están satisfechos con su pieza cobrada, sino que hacen ostentación. Quién sabe si con ello completan la simulación. Parece como si volviera el antiguo debate jurídico entre el ser y el deber ser que Kelsen quiso resolver.
Las margaritas recién salidas en los parterres son un ejemplo de cómo en el medio urbano pueden sobrevivir los seres vivos como si fueran testigos invencibles de la naturaleza que acaba venciendo. Como las lechitiernas que terminan asomando por las rendijas del asfalto en la calle.
El desarrollo sostenible no ha dejado de ser una entelequia, una utopía, que ni siquiera sirve como punto de fuga para dibujar los objetivos de futuro. No existe desarrollo, puesto que éste es de consuno con la conservación de los recursos naturales. Lo que hoy se llama desarrollo, no es más que crecimiento que no respeta esos recursos. Cuando se excusan diciendo que se deben respetar las rentas de los afectados, quien lo dice ignora, o lo que es peor, desprecia, una verdad: sin recursos naturales es inviable el crecimiento. Y crecer a toda costa solo consigue una derrota a plazo fijo: el hundimiento de la sociedad por falta de recursos.
Los grillos se han adelantado este año y ya cantan al atardecer. Un año húmedo después de dos de fuerte sequía apresura la naturaleza. Las elecciones enseñan las miradas de vidrio de candidatos y cantidatas que sonríen sin parar. Hay sonrisas que me hielan el ánimo. Como un cuento de miedo, vamos.

20070311

DE LOS GARBANZOS DE LA BOQUERÍA Y OTRAS COSAS


Quién le iba a decir a Felipe V, o al duque de Berwick, al mando de las tropas de aquél, que la cultura catalana iba a sobrevivir por encima (o por debajo) de las botas militares que en 1713 iniciaron el asedio de Barcelona; lo que supondría el fin de los gobiernos del Principado.
Hoy basta con dar un paseo por la ciudad, echar un vistazo por las librerías, ver la plural arquitectura de su urbanismo, o dejarse arrastrar por la explosión de luz, aromas y color que se contiene encerrados en el recinto del mercado de la Boquería para comprobar que la catalanidad está viva y goza de buena salud.
La vida da muchas vueltas. Nada tenía que ver el casamiento, en 1137, de doña Petronila, reina de Aragón, (o infanticidio, ya que tenía dos años cuando la obligaron) con Ramón Berenguer IV, conde de Barcelona y los sentimientos de los paisanos que habitan nuestras tierras. Sabemos que lo sentimientos son cosecha propia, y suelen discurrir por otros caminos distintos a los del poder, la política o los altos intereses que han hecho moverse a los ejércitos. Luego, la historia, fue decantando el discurrir de los sentimientos y la cultura. Que son el auténtico motor de los pueblos, aunque se pretenda hacer ver que es una inclinación natural de las gentes el sentirse perteneciente a una tribu.
La historia de la península ibérica es la de una auténtica sucesión de invasiones y asentamientos. Las lenguas se fueron haciendo con el acerbo de todos los que se iban quedando. A veces me pregunto cuanta sangre tengo de vándalo, de visigodo, de romano, de íbero (quién sabe si vaceo) de árabe, de celta o vascón. Desciendo de tanta gente, y tan variada que me siento más universal que Internet. Y hablo castellano. Aunque hago esfuerzos por balbucear francés, inglés, alemán, italiano, portugués, catalán y gallego. Los dioses salven mi atrevimiento.
Las lenguas y la cocina unen más que los tratados y desde luego más que las imposiciones. No hay cosa que se atienda mejor que un buen plato que atienda los rigores del apetito. Si se hubiera enterado Felipe V cómo se compra hoy el jamón de jabugo en la Boquería, o las cebollas de Figueres en Ciudad Real, se habría dejado de gaitas y de muertes y se habría limitado a introducir el invento del mercado inter-reinos. Vamos, la CE del XVIII. Todos habríamos saliendo ganando y no se habría causado tanta tragedia y dolor, que acompaña a los asedios.
En la Boquería me tomé un vinillo blanco con unos garbanzos guisados, aderezados con piñones que me hizo resucitar las fuerzas que flaqueaban. Pinoxo, el dueño del bar, amable él, me trató mejor que el más atento de los venteros de la Castilla del XVIII. Desde la esquina del bar, las naranjas de Valencia, colgadas como grandes faroles refulgían con su cálida luz iluminando el puesto de la fruta. El aire limpio, luego de una anterior tarde de vendaval, se paseaba con los clientes dando lustre a la mercancía: mariscos de Galicia, setas del Ampurdán y del campo solsonés, hortalizas de tierras lejanas haciendo buena compañía con las propias de la tierra.
Me confesó Pinoxo que los garbanzos estaban aderezados con hierbas de chimichurri. Las columnas que guardan la Boquería daban testimonio de la firmeza de tal confesión, que agradecí especialmente. No se si esas hierbas tienen propiedades euforizantes, pero, si hubiera probado los garbanzos el Duque de Berwick, habría dejado para después el puré de patatas con el que amortiguan los británicos algunos de sus guisos, y quién sabe si la lealtad a los borbones. Esos garbanzos son toda un acta de la Constitución Europea. Con cosas así, en Barcelona, se comprueba la gran fuerza de asimilación que tiene la cultura catalana. Quizá su virtud viene por la mayor facilidad que tuvo para la ilustración que las de los de adentro de España; por la proximidad con Europa, en un siglo, el XVIII, en el que las guerras dejaron los caminos intransitables y los pueblos incomunicados, para desgracia de muchos y ventaja de otros pocos.
Los tiempos cambian y ni el duque de Berwick podría suponer que una contienda tan reñida como el partido del Barça- Madrid, podría acabar con tan poca sangre. Apenas la de los codazos y puntapiés de rigor. Al día siguiente la república entera comentaba los lances sin el menor perjuicio para el interés público. Eso creo. ¡Oh tempora!, ¡oh mores! Dijo Cicerón.

20070220

EL MOLINO


No ha dejado de estar allí, pese a que lleva más de cien años abandonado a su suerte. Antes le debió parecer a él que era cosa natural que el río se fuera haciendo con sus tapiales. El río, y la maleza, que fue tomando tierra invadiendo todo espacio inculto. El camino, el patio y la explanada vieron tantos carros y los primeros camiones con olor fuerte a gasolina como para aturdirse en los días de trabajo.
Las garcillas lo han visto en ese mismo lugar cambiando de color, conforme llegaba la luz. En verano con el rosa quemando su carne de tierra cargada de hierros. Los inviernos antes le guardaban con elegancia estoica, ahora le agarraron la soledad con tanta fuerza que, si hubiera tenido ojos, habría roto en llanto más de una vez. Por que no hay mayor soledad que la que trae los recuerdos de la compañía que hubo, de la vida que fue y no es, y de los sonidos de los engranajes de madera crujiendo como las cuadernas de un viejo barco, ahora mudos y descolocados en un rincón, fuera de su sitio. Asoma los dientes de aquellos mostrando las mellas que trajeron la podredumbre y el eterno descuido.
El río parecía otrora el dueño y la fuerza de su existencia. La vitalidad misma que hacía traer toda la vida entorno suyo. El molinero, su familia y los clientes que llegaban sin avisar en todo tiempo. Pero, sobre todo, dando la utilidad de su funcionamiento, que es como decir, de su vida, puesto que un molino no es, si no funciona. Que para eso está el agua del río pasando fuerte por las obligadas.
El amanecer se acostumbró a los avisos de los estorninos y mirlos pasando el día de madrugada hablando sin pensar en los que todavía duermen.
Me pareció que los mirlos del molino sabían más de la república que alguno de los licenciados asomados por encima del hombro, olvidando quién les pone y quien les quita. Desde luego más que los que hablan del agua solo para saciarse sin pensar en el mañana. Piensan que el río les espera escondido y que acudirá con solo llamarle.
Lo cierto es que hace tiempo que el río no está. Y no es que no quiera bajar por la madre vieja sino que sus madres de dentro de la tierra andan muertas de tanto agujero como le salió a la tierra. La natura busca acomodo al cauce roto y está ocultando el molino y trayendo vegetación que no es la suya.
El tejado apenas aguanta las costaneras con el peso de las pocas tejas que van quedando. Y las ventanas vacías son como las cuencas de un viejo ciego que sigue confiando sin saber en qué. Vuelvo la cabeza de lejos y me parece ver los tiempos en que, al pasar por el puente, me daba miedo ver el agua con un enorme brazo negro que parecía llevarse sus piedras.
No ruge el agua. No paran ya los gansos en septiembre para descansar en su camino. Ahora, si hay algo, es mucho más silencio. Como en un verde camposanto.

20070124

VOLVIÓ EL RÍO

Después de mucho buscar y buscar, al fin, encontraron el río. O lo que quedaba de él. Entre la siembra, con una mínima depresión y con el cambio de color por la turba, que no había podido acabar con ella toda la tierra que la ocultaba, desde que le hicieron la explanación. Trazaron las líneas que apenas eran visibles y asistiéndose con el teodolito empezaron a tomar las primeras notas.

La mañana se mostraba preciosa pese a lo dicho por los del telediario que auguraban fuertes tormentas por la provincia. Así en unos minutos, descamisados, empezaron a dibujar sobre el papel las líneas de un río que empezaba a recuperar sus contornos, viendo con atención los restos de crustáceos y juncos que aún aparecían entre la tierra mezclados con los huesecillos de un pequeño ánade que debió acabar sus día en ese lugar. Estuvieron toda la mañana y aún parte de la tarde, luego que el topógrafo se acercara al pueblo a por unas cervezas y bocadillos. Querían acabar los primeros trabajos del deslinde de ese tramo antes de que acabara la tarde.

A las seis vieron venir hacia donde estaban ellos a varios paisanos. No traían buena cara y venían desplegados como cazadores de perdiz, a mano. Atajando la salida hacia el único camino que llegaba hasta allí. Dos grajillas chillaron con fuerza, sorprendidas en el sembrado. Estaban tan asustadas como los funcionarios cuando oyeron las primeras voces. Los que venían no estaban dispuestos a escuchar nada: ya tenían hecha su convicción, que no era otra de que iban a despojarles del terreno y ponerles una sanción. De las voces se pasaron a los gritos y, cuando uno de ellos perdió los pocos nervios que tenía, el sol avisó, con un destello, del trazo rápido de la hoja de acero hacia el pecho del más joven, el Ingeniero de Obras Públicas recién ingresado. El primer líquido que entró en el cauce desde hacía tiempo era rojo intenso.

El móvil se encargó de avisar a una ambulancia, a la Guardia Civil y al Comisario de Aguas en funciones. A las dos horas y cuarto, negros nubarrones que habían llegado detrás de los agresores, empezaron a descargar agua como hacía más de dos décadas no se veía.

Al día siguiente, luego de una noche de lluvia intensa en toda la región, el río corría por su cauce, como antaño lo hacía, llevándose las siembras que habían ocupado su espacio y, en sus aguas movidas por el rojo siena de la tierra removida se vio la sombra de un ave que volvía desde su memoria, nunca olvidada.

20070108

ISIDORA

Los escalones se quejaban con un sonido especial. Eran de madera vieja y estaban encerados con esmero. Un hule con dibujo de figuras geométricas clásicas, a semejanza de alfombra, los hacían más visibles en la oscuridad tenebrosa. Apenas una luz cenital que venía de la ventana de la azotea iluminaba el recorrido. Subía imaginando el día con ellos cada vez que me invitaban a comer. Pasaba por la puerta del primero, donde vivía mi otra tía, y la luz crecía hasta llegar a la puerta del segundo. Llamaba al timbre, dándole vueltas a su manivela, como en un extraño pellizco que le diera a la puerta, y enseguida se oía dentro una primera respuesta: - ¡Están llamando!
Aturdir a un chico de ocho años asfixiándolo a besos es una deportiva forma de demostrar el cariño con un primo más pequeño, por parte de sus primas, o con un sobrino ahijado, por parte de su tía. Como un general revista a las tropas, así se me daban la vuelta por el piso (enorme y de altísimos techos) hasta que supiera de todas las novedades desde la última vez que me habían invitado a comer. Cuando las primas se disputaban la primacía para mi distracción con toda suerte de recursos (la mayoría mas propias para chicas) salían unos brazos poderosos y curtidos en las faenas domésticas, los de Isidora, que me recogían y salían en mi defensa con voces convincentes: -¡Señorita, no magobien al chico...!
Y no era tanto el agobio sino la situación un tanto chusca para un varón, como el que te enseñaran las muñecas, los tebeos de hadas y las fotos de los últimos viajes con los campamentos de señoritas. La cortesía y mi timidez me hacían enmudecer y aceptar todo como se acepta un chaparrón que no se espera.
La comida se iluminaba con luz extraordinaria en aquel comedor cuyas ventanas estaban junto al techo, a la altura de las carreras, como dice de las servidumbres nuestro vetusto código civil en su artículo 581. Porque eran servidumbres de luz, realmente, sobre la propiedad del vecino. Con aquella luz, el vapor de la sopa bailaba una danza hermosa en los previos al su servicio, desde la sopera de cerámica inglesa y los cristales de las jarritas en las que se servía el vinillo semi seco, iguales a las que servían el vino de misa, lucían un color dorado de hermosura poco común como vistosos eran los rojos carrillos de los comensales, que habían sacado su color del frío del mes de enero, componiendo un cuadro barroco y festivo. Así, empezaba el rito de la comida bien, siendo cómplice con la dulce tortura que vendría después: un proceso de cebado, en el que todos participaban con entusiasmo frenético. Cuando la comida empezaba a subir por el gaznate, luego de llenar de manera prieta la barriga, y ante la insistencia de todos de que no debía dejar nada en el plato, sabiendo de mi timidez que ahogaba cualquier protesta o reclamación, insistían en darme más y más. Si dejaba algo en el plato era señal, al parecer, deque no me gustaba la comida. Y si convenía en apurar el plato el significado indudable era que me quedaba con hambre y había que echar más. Así, juntándose todo lo engullido con el bolo alimenticio que daba vueltas por la boca, de carrillo en carrillo, sin querer entrar por la garganta, aterrorizado por las miradas fijas que insistían en que debía tragar y tragar, Isidora salía en mi defensa atreviéndose a interceder: -¡Señorita, el chico ya no puede más! Cogerá un entripao si come más… y, así, me salvaba.
En la cocina, Amalia la cocinera, no me recibía bien. Siempre decía que allí no podía pasar porque la cocina era cosa de mujeres. Lo decía como quien dice con todo convencimiento: ¡Vete de aquí, mierda de chico! Isidora se enfrentaba a la situación y recogiéndome con sus brazos, salía al paso diciendo con firmeza: ¡El chico va conmigo y cuidaíto con meterse con él!
Los brazos de Isidora, tenían la misma cualidad de acogida que la casa de mis padres cuando vivía las tormentas. Sentirse a salvo es altamente gratificante y tranquilizador. Algo así eché de menos más de una vez en mi vida. Aunque oliera a ajos o patatas crudas como los brazos de Isidora.
Ayer me dijeron que murió hace unas semanas. Alguien me llamó por mi nombre la otra noche. Sospecho que se despidió de mí con el último abrazo.